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La coyuntura latinoamericana:

¿”Era de democratización” o inestabilidad que presagia mayores tormentas?

27/08/2005

Se presentó a los gobiernos “progresistas” -Lula, Tabaré Vázquez, Kirchner, Lucio Gutiérrez- como iniciadores de una “era de democratización”, que permitiría resolver por la vía de reformas graduales y “en democracia” las crisis estructurales y las agudas desigualdades y situaciones de extrema penuria para las clases trabajadoras tras dos décadas de “neoliberalismo” al servicio del gran capital y el imperialismo. Si desde el llano estas fuerzas venían colaborando en apuntalar la “gobernabilidad”, en funciones de gobierno se desnuda la verdadera naturaleza de este “reformismo sin reformas”. Ni el abrumador peso del saqueo imperialista, ni la intolerable situación de las masas pobres del campo y la ciudad, ni los brutales niveles de explotación del proletariado han cambiado en Brasil, Argentina, Uruguay o Venezuela. Por el contrario, los gobiernos “progresistas” -más allá de las diferencias entre los distintos regímenes- se limitan a administrar el estado semicolonial. Si se postularon “contención” de las crisis estructurales y del ascenso de masas en los marcos de una democracia burguesa que proponían “renovar”, también en este terreno muestran sus límites y ni garantizan “renovación” ni estabilización duradera. A pesar de las condiciones relativamente favorables (la recuperación económica y la bonanza en los precios de algunas materias primas y el petróleo, amplia expectativa inicial entre las masas, relativos márgenes de maniobra en el escenario internacional), los “progresistas” están mostrando prontamente sus límites y entrando en una fase de desgaste y crisis, como es la situación del gobierno Lula, máximo exponente de este tipo de recambios, hoy sacudido por escándalos de corrupción. Las recientes caídas de Gutiérrez en Ecuador y Mesa en Bolivia bajo el embate de las masas (ambos fueron apoyados en su momento por todo el reformismo latinoamericano), muestran la impotencia del progresismo ante situaciones agudas de la lucha de clases. Por otra parte, la “revolución bolivariana” de Chávez, que se postula como alternativa a izquierda de los Lula o Kirchner, tampoco rompe con las condiciones de subordinación al imperialismo y se limita a buscar mayores márgenes para un desarrollo capitalista “nacional”. Más que abrirse una “era de democratización” y estabilización duradera, tienden a retornar las tendencias a la inestabilidad política y la continuidad en el ciclo ascendente de la lucha de clases, como muestran los recientes levantamientos de masas en Ecuador y Bolivia, las movilizaciones que han recorrido Centroamérica o el proceso de huelgas obreras en Argentina, sobre un fondo de innumerables luchas obreras, campesinas y populares. La situación latinoamericana es preparatoria de acontecimientos superiores en la lucha de clases y en la vida política de la región. Veamos algunos de sus elementos.

 1. Indisciplina de los vasallos

El “Consenso de Washington” que en los 90 aseguraba el alineamiento de América latina con las políticas de Estados Unidos es cosa del pasado. Su hegemonía sobre la región que considera históricamente su “patio trasero” comienza a ser cuestionada por innumerables “cortaditas” [1].
Con Estados Unidos concentrado en los problemas de Irak y Medio Oriente y Europa volcada a la UE y a conformar su propio “patio trasero” en Europa Oriental, el atemperamiento de las rivalidades interimperialistas sobre suelo latinoamericano, no alcanza a compensar ese deterioro, extendiéndose la “indisciplina de los vasallos”.

Hoy, aunque México, los gobiernos centroamericanos y Colombia y Chile se alinean con Washington, al sur del Canal de Panamá las políticas norteamericanas chocan con crecientes obstáculos.

En el terreno económico, es un hecho el fracaso del ALCA y los acuerdos bilaterales con que EE.UU. trata de avanzar (TLCCA, TLC andino, acuerdo con Colombia, etc.) no compensan ese fracaso.

En el terreno político y diplomático, Washington no pudo impedir la caída de varios de sus agentes más incondicionales (por vía electoral o ante levantamientos de masas). Por primera vez EE.UU. fracasó en imponer su propio candidato en la OEA. Brasil aspira a un rol propio como “líder regional” para regatear mejores condiciones en su subordinación al imperialismo; la retórica antinorteamericana de Venezuela y su alianza con Cuba se han convertido en una molestia para Washington.

Pero las presiones imperialistas provocan mayor polarización, inestabilidad política y respuestas de las masas latinoamericanas en ascenso. Esto erosiona también el orden regional de estados, con fricciones bilaterales de diverso orden (entre Colombia y Venezuela, Chile y Bolivia, etc.), llevando a permanentes negociaciones y a que los países mayores del área deban jugar un rol activo en las crisis como en Ecuador, Bolivia o Haití.

 2. Inconsistencia del “sudamericanismo”

La enunciada “Comunidad Sudamericana de Naciones”, un Mercosur renovado o la petrolera latinoamericana propuesta por Chávez fueron presentados como puntales de una “construcción sudamericana”, como contrapeso a la presión imperialista. En los hechos, este discurso no ha logrado ni siquiera acercar posiciones entre los distintos países ni ser una alternativa para el orden regional.

Por ejemplo, las disputas comerciales entre las burguesías brasileña y argentina mantienen al Mercosur (un acuerdo diseñado a la medida de las transnacionales automotrices) en profunda crisis. Las aspiraciones de Brasil como líder regional combinan el regateo diplomático con Estados Unidos con las tareas de policía en Haití y de garante del orden regional en Ecuador y Bolivia, con la defensa de los intereses expoliadores de sus propios capitales en los países más débiles de la región (como Petrobras y Odebrecht). Para terciar, Kirchner, abogado regional de REPSOL y Perez Companc, le hace guiños a Estados Unidos. Así, los únicos planes consistentes de “integración” son los del gran capital y las transnacionales, como el anunciado “anillo energético” del Cono Sur, a los que se acopla e impulsa Chavez con PDVSA y la explotación gasífera concesionada a las transnacionales estadounidenses, no cuestionando la "integracion" del gran capital, sino que constribuyendo a legitimarla políticamente.

Las burguesías latinoamericanas, aunque regateen en torno a tal o cual aspecto comercial o político, no están dispuestas a trastocar el orden regional de subordinación semicolonial, y la inconsistencia del “sudamericanismo” refleja la impotencia de las mismas.

 3. La crisis del Gobierno Lula y los límites de la “contención”.

Los escándalos de corrupción detonaron una gran crisis política en Brasil, en el “modelo a seguir” de la “izquierda pragmática”. El gobierno lulista no sólo desmintió las ilusiones reformistas, sino que siguió aplicando políticas de corte neoliberal y pactando con el imperialismo y la corrupción ilustra la profunda integración del PT al podrido régimen de la democracia brasileña. Si bien las masas no entran en escena en esta crisis política, la popularidad de Lula comienza a ser erosionada y en la vanguardia alientan procesos de distanciamiento/ruptura con el PT.

Esta crisis es un duro golpe político e ideológico para el “reformismo democrático” continental desnudando el contenido burgués y los límites del “reformismo sin reformas”, obligado a administrar los planes del gran capital y el imperialismo, además, jugando un papel canallesco en la defensa del orden regional semicolonial ante las crisis más agudas y las irrupciones de masas, como Lula, Kirchner o Tabaré ante Haití, Ecuador o Bolivia.

 4. Un mapa político inestable

Los recambios gubernamentales “progresistas” buscaron responder a las situaciones de crisis estructurales y ascenso de masas para recomponer un equilibrio burgués ante las nuevas relaciones de fuerza. Las clases dominantes locales se han visto, en algunos casos, obligadas a estos recambios ante el riesgo de mayor desestabilización o irrupciones de masas, como en Brasil o Uruguay, dando origen a gobiernos de “frente popular preventivo”; en otros casos, permitiendo el acceso al gobierno de camarillas pequeñoburguesas con un discurso centroizquierdista, para recomponer el equilibrio tras conmociones como en Argentina con Kirchner.

Estos gobiernos, con variantes, expresan distintos proyectos de conciliación de clases para contener el desarrollo de las crisis nacionales y los procesos de masas, lo que incluye negociar una readecuación de las relaciones entre las distintas fracciones de las clases dominantes y algunos retoques en las relaciones con el capital extranjero y el imperialismo.

El caso de Chávez aparece más a la izquierda. Beneficiado por los altos precios del petróleo y tras la derrota de varios intentos derechistas de desplazarlo, busca consolidarse con algunas concesiones a las masas y una retórica “bolivariana” (que también despliega en su política exterior, apoyado en la alianza con Cuba), para jugar el papel de árbitro entre el ascenso de masas y la reacción burguesa e imperialista, por lo que algunos rasgos del chavismo recuerdan a los regímenes “bonapartistas sui generis” (como los de Cárdenas , Perón o Vargas en otros momentos de la historia regional).

La relativa “normalidad burguesa” de Colombia y Chile contrasta con la inestabilidad predominante.
En los países donde las crisis y la lucha de clases son más agudas, los primeros intentos de contención a través de recambios progresistas se han desmoronado rápidamente. En Ecuador, el Cnel. Gutiérrez, que asumiera con el apoyo de toda la izquierda reformista y populista, se desacreditó rápidamente como agente del imperialismo y cayó bajo el embate de masas. Su sucesor Palacios encabeza un gobierno muy débil e inestable, atrapado entre la presión imperialista y el ascenso de masas. En Bolivia, después de que las jornadas revolucionarias de Junio barrieran al “progresista” Mesa, Rodríguez dirige un gobierno de transición hasta las elecciones generales adelantadas para el 4 de diciembre, que plantean la posibilidad de que surja un gobierno de frente popular con Evo Morales a la cabeza.

 5. Ecuador y Bolivia: avanzadas en el ascenso de masas

Los proyectos de contención han enlentecido pero no abortado el ciclo ascendente de la lucha de clases en América Latina. Sudamérica en particular, sigue siendo la región más avanzada de lucha de masas a nivel internacional.

Así, las tendencias a la acción directa de masas han vuelto a emerger en países con crisis más agudas, sobre todo los países andinos con nuevas rebeliones de masas, o más incipientemente Centroamérica con las movilizaciones en Guatemala, Nicaragua o Panamá. En Ecuador y Bolivia los levantamientos, grandes acciones históricamente independientes, derribaron a dos gobiernos tenidos hasta poco antes por “progresistas”.

En estos países el ascenso es más tumultuoso y de carácter más popular, con elementos de guerra civil y directamente político, enfrentando a los gobiernos y regímenes, aunque sin que el movimiento obrero ocupe aún un lugar central como sujeto diferenciado.

En general, si bien los movimientos campesinos e indígenas o de carácter populares que predominaron en los 90 y en la primer fase del actual ascenso siguen jugando un papel activo, el ascenso se ha hecho más urbano y el papel del movimiento obrero comienza a ser más relevante.
En los países donde las crisis están más contenidas, el proceso se expresa como oleadas de luchas más reivindicativas, como en Argentina con numerosos procesos huelguísticos, donde comienza a mostrarse el peso del proletariado ocupado; como en Uruguay en las primeras movilizaciones que debió enfrentar el gobierno de Tabaré Vázquez; o en incipientes procesos de reagrupamiento sindical y político, como en Brasil, en los procesos políticos y sindicales en la vanguardia obrera que se aleja del PT y del gobierno lulista.

 6. Nuevos pasos en la recomposición del movimiento obrero

La creciente actividad y participación de la clase obrera en el proceso es un elemento de la mayor importancia política y estratégica. Hoy Latinoamérica es, en su conjunto, una de las regiones más urbanizadas y proletarizadas del planeta, con las grandes concentraciones obreras industriales y de servicios en Brasil, México, Argentina y otros países o incluso en países de menor desarrollo relativo, como en las maquilas centroamericanas. Esta enorme fuerza social es la base para el surgimiento de un nuevo movimiento obrero latinoamericano, tras largos años de retroceso.
Al calor de las crisis políticas, de las rebeliones de masas y de sus propias acciones, avanza un proceso todavía incipiente, lento y tortuoso de recomposición de la subjetividad obrera -reflejado en la acumulación de experiencia, organización y conciencia particularmente de sectores avanzados-.

En Brasil sectores de vanguardia obrera históricamente ligados al PT están en un proceso de reflexión y giro a la izquierda que los lleva a romper con el lulismo, dando lugar a fenómenos antiburocráticos como CONLUTAS.
En Argentina, a pesar de la “contención” lograda con Kirchner y la complicidad de la burocracia sindical, se vienen dando importantes oleadas de luchas y en ellas, surge una vanguardia obrera combativa, que comienza a recuperar las tradiciones del clasismo al unir la lucha antipatronal, antiburocrática y contra el gobierno, y sectores de la cual han hecho importantes experiencias como en la puesta en producción sin patrones de fábricas como Zanon.

En Bolivia, el debate sobre la necesidad de una expresión política obrera independiente en la COB y algunos procesos incipientes de lucha podrían estar anticipando pasos hacia el surgimiento de un nuevo movimiento obrero.

En Ecuador, el reciente levantamiento tuvo carácter más urbano y con mayor participación obrera, por contraste con la preponderancia del movimiento campesino e indígena en las etapas anteriores. En las luchas de los países centroamericanos también ha sido importante el rol de sectores asalariados, como en la huelga general panameña.

 7. Nuevos fenómenos políticos y la lucha por la expresión política independiente de la clase obrera.

En este clima político y social, el inicio del desgaste de la “izquierda pragmática” y la centroizquierda más comprometida de la democracia semicolonial -desde el PRD en México al PT en Brasil- abre espacios a izquierda, en que intentan construirse distintos fenómenos políticos neoreformistas, con un discurso más radical y apoyándose en los “movimientos sociales” más combativos.

El giro a la participación política del EZLN expresado en la VI declaración de la Selva Lacandona es el más notable de estos movimientos. En Bolivia, el fortalecimiento del MAS y su proyecto de “reformas democráticas”, deja por ahora en un segundo plano otras variantes frentepopulistas más a izquierda.

En Venezuela, los límites de la “revolución bolivariana” parecen estar abriendo procesos de reflexión entre los trabajadores y jóvenes avanzados, expresando una incipiente diferenciación del chavismo.
En Brasil lo expresan algunos proyectos a izquierda del PT y de la CUT, que se preparan para capitalizar el desprestigio del petismo.

Estos posicionamientos, si bien reflejan distorsionadamente el giro a izquierda en las masas latinoamericanas y la experiencia con las grandes mediaciones tradicionales, contribuyen a levantar nuevos obstáculos neoreformistas en la evolución política independiente de los sectores avanzados.

Se trata por el contrario de alentar las tendencias del movimiento obrero a entrar en escena con sus propios métodos de lucha y organización, y por el desarrollo de una expresión política independiente, de clase, con un programa obrero y socialista, en el camino de unir las filas de ese nuevo proletariado y prepararlo para acaudillar la alianza con los pobres de la ciudad y del campo.

 8. Que la clase obrera encabece la lucha continental contra el imperialismo

Junto a la monstruosa deuda externa, un elemento central de la expoliación imperialista ha sido la entrega de los recursos naturales y energéticos y las empresas públicas a las transnacionales. La demanda de su nacionalización cobra fuerza, como muestra la lucha contra las petroleras en Bolivia y Ecuador. Ante esta situación, los gobiernos “progresistas” se desnudan como defensores del capital extranjero. Pese a los discursos “sudamericanistas” o “bolivarianos”, las burguesías nacionales son incapaces de realizar la necesaria integración económica y política de nuestros países, desde Chile hasta Cuba, pues esto exige romper con el imperialismo. Sólo la clase obrera latinoamericana, encabezando a las masas oprimidas y explotadas de toda la región, puede resolver estas tareas, construyendo una Confederación de Repúblicas Socialistas de América Latina y el Caribe. Así, tomar en sus propias manos las tareas antiimperialistas, por la expulsión del imperialismo de Irak y de América Latina, la solidaridad con la rebelión de las masas bolivianas y ecuatorianas o la defensa internacionalista de Cuba, ayudará a la clase obrera a avanzar hacia su más amplia independencia política. Pero este combate es inseparable de la lucha por forjar firmes lazos de unidad con la clase obrera norteamericana, contra el enemigo común, el capitalismo imperialista.

 9. Nuevas oportunidades para la construcción de corrientes obreras revolucionarias

Los procesos políticos, el giro a izquierda y el despertar de ese nuevo movimiento obrero están abriendo mayores posibilidades para la construcción de corrientes revolucionarias, ligadas a la vanguardia obrera, en varios países de América Latina.

El combate político e ideológico contra el reformismo y sus distintas expresiones (así como la crítica la centrismo que le capitula) está ligado cada vez más estrechamente al combate por desarrollar en sentido revolucionario las expresiones más avanzadas de la vanguardia obrera, que vienen haciendo progresivas experiencias en la lucha antipatronal, antiburocrática y antigubernamental.

Un eje político unificador para su reagrupamiento es la lucha por la organización política independiente de los trabajadores, desde donde enfrentar las propuestas reformistas “combativas”, junto con la coordinación, defensa y desarrollo de las experiencias más avanzadas de lucha y organización, como las tomas de fábrica y su puesta en producción en manos obreras, desde una estrategia de autoorganización, para ayudar a los trabajadores a tomar en sus propias manos el conjunto de los problemas de la sociedad y prepararse como clase dirigente, para acaudillar la rebelión de las masas oprimidas y explotadas del campo y la ciudad hacia su propio poder.

Estas tareas son centrales en la lucha por construir genuinas corrientes trotskistas en el seno de la vanguardia obrera y juvenil, en el combate por construir verdaderos partido revolucionarios de los trabajadores, secciones latinoamericanas de una Cuarta Internacional reconstruida como el partido mundial de la revolución socialista.

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  • [1El sociólogo Immanuel Wallerstein usa esta metáfora para la erosión de la hegemonía norteamericana en América Latina

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