Estrategia Internacional N° 7
Marzo/Abril - 1998

La última víctima de la crisis de acumulación del capital
EL SUDESTE ASIATICO Y EL FIN DEL "EQUILIBRIO INESTABLE" DE LA ECONOMIA MUNDIAL DE LOS '90

Juan Chingo y Julio Sorel

Bases y alcances de la recuperación económica de los '90
El colapso asiático
¿Se pincha el "éxito económico" chino?
Los probables mecanismos de transmisión de la crisis
El temor a la respuesta del movimiento de masas
Perspectivas

En su discurso del 24 de febrero ante los legisladores norteamericanos en el Capitolio, Alan Greesnspan sostuvo que “el panorama para los Estados Unidos es menos seguro últimamente debido a las nubes de tormenta que se están acumulando sobre el Pacífico Occidental y que se están dirigiendo hacia nuestro camino.” El mismo día, Michel Camdessus dijo que Estados Unidos, Gran Bretaña y Japón serán los países más afectados por la crisis en Asia y calificó la situación japonesa de preocupante, debido a la vulnerabilidad del sistema financiero nacional y al actual estancamiento que atraviesa la economía del país asiático. Estos comentarios de los dos hombres más importantes de las finanzas mundiales reflejan que la crisis asiática, comenzada con la devaluación de la moneda tailandesa en julio pasado aún no ha terminado y que sus secuelas están marcando un punto de quiebre del “equilibrio inestable” de la economía mundial de los ´90. Ya sus consecuencias se están haciendo sentir brutalmente, en esta zona, como desarrollaremos más abajo, al igual que en el conjunto de la economía mundial.

Bases y alcances de la recuperación económica de los ´90

Desde el comienzo de los ´90 a esta parte, el crecimiento de la economía mundial fue completamente desigual. Mientras la economía norteamericana salió primero débilmente de la recesión ´90-´91, fue cobrando fuerza a mediados de la década llevando ya casi siete años de crecimiento. En tanto que Japón, que venía creciendo a un 4% hasta el ´91, siendo la economía más dinámica del Grupo de los 7 en los ´80, desde 1992 viene creciendo a menos de un 1%. De la misma forma, el promedio de crecimiento de Europa es apenas superior al de Japón, en un marco de crecientes ajustes que han significado un crecimiento de la desocupación de 12 a 18 millones de personas entre los años 1991 y 1997, con el horizonte de la moneda única pergeñada en Maastricht para 1999. Por su parte, los países de la periferia crecieron a una tasa que casi duplica la de los países imperialistas centrales, aunque también con enormes desigualdades entre ellos. De estos, el Sudeste asiático y Latinoamérica (aunque con diferencias entre sus distintos países) fueron las áreas de mayor desarrollo. Frente a estos, continuó el retroceso africano, y lo nuevo fue la abrupta caída de la economía de los ex Estados Obreros. A mediados de la década, algunos comenzaron una cierta recuperación, como es el caso de Polonia que, en 1997, fue la economía de mayor crecimiento en Europa con un 7%. Esto contrasta con el derrumbe de la antigua URSS, en particular de Rusia, que durante todos estos años sufrió un colapso económico de una magnitud sólo comparable a las consecuencias de una guerra.

Como muestra ésto, el crecimiento de los ´90 no fue tan extenso y global como pretende la propaganda imperialista. Lejos de un crecimiento sincronizado de las potencias imperialistas, prácticamente la recuperación alcanzó fundamentalmente a los Estados Unidos, Canadá e Inglaterra, con una Europa con un crecimiento raquítico (como lo muestran los cinco millones de desocupados en Alemania), y un Japón que no puede salir de la deflación que reina en su economía, a pesar de la enorme inyección de fondos realizada por el estado que ha llevado a un salto fenomenal del endeudamiento del mismo (91% de su PBN).

Como vemos los ´90 han significado un mejoramiento coyuntural de la situación relativa de los Estados Unidos con respecto a los otros dos polos imperialistas competidores, Alemania y Japón. Las bases de esto están por un lado en el aumento de la explotación de los trabajadores norteamericanos por su propia burguesía. Gracias a la profundidad de la recesión de fines de los ´80 y del continuo proceso de racionalización de las grandes corporaciones (downsizing), la burguesía norteamericana fue capaz de deprimir los salarios de su fuerza de trabajo (los que permanecieron estancados en los últimos 20 años), así como de precarizar el empleo con la multiplicación de los trabajos a tiempo parcial y eventual (el conflicto de la UPS de mayo de 1997 fue el primer triunfo de los sindicatos contra esta nueva modalidad de relación contractual). A esto debe agregarse la enorme explotación a la que se ve sometida la población inmigrante, que constituye un porcentaje cada vez mayor de la fuerza de trabajo norteamericana. Fue esta resolución reaccionaria de la situación de su propio proletariado, a diferencia de Europa donde la resistencia social a los recortes del Estado de Bienestar han llevado a importantes luchas políticas de masas, y la parálisis japonesa, la que explica la ventaja relativa de Estados Unidos con respecto a las otras potencias. A esto debe agregarse que Estados Unidos concentra el mayor porcentaje de inversiones a nivel mundial en Investigación y Desarrollo (I+D), lo que le permitió a sus empresas de alta tecnología usufructuar una renta tecnológica que se reflejó en el crecimiento del índice de estas empresas (el Nasdaq) por encima del crecimiento ya elevado del Dow Jones. Estos elementos permitieron mejorar la competitividad de las empresas norteamericanas, que venían de una fuerte declinación en su productividad en los ´70 y en los ´80 con respecto a sus competidores.

Sin embargo, estos avances en la economía real no pueden explicar el frenético crecimiento de la Bolsa de Wall Street, cuyos récords eran y son el símbolo más evidente de la nueva “prosperidad” norteamericana. Según Ambito Financiero del 24 de febrero de 1998, “no es tanto el aumento de la productividad la causa de la espectacular suba, sino algo mucho menos ´etéreo´” : el espectacular crecimiento de las inversiones en acciones de los fondos mutuales, cuyas cifras son muy elocuentes al respecto: desde 1984 a 1996 los fondos mutuales invirtieron unos 540.000 millones de dólares (de dinero de la población) en acciones. Pero casi las dos terceras partes de esa magnitud, aproximadamente 340.000 millones fueron invertidos en sólo dos años, entre 1995 y 1996, amasando un incremento de activos por valor de 1,67 billones de dólares ( en 1984, poseían activos en acciones por sólo 83.000 millones).

Que esta burbuja financiera aún no explote se debe a que, en el marco de la crisis del sistema de regulaciones de la economía mundial, establecidas a la salida de la Segunda Guerra mundial, Estados Unidos utiliza su posición, aún dominante en el sistema financiero internacional, y el control de las instituciones del mismo como el FMI o el OMC (Organización Mundial del Comercio) para obtener ventajas o beneficios contra sus competidores y sobre el conjunto del mundo semicolonial, como lo demuestran los crecientes flujos de deuda externa, royalties, patentes y remesas de inversiones cuyas principales beneficiarias son las corporaciones norteamericanas. Sin embargo esta política cada vez más unilateral de la burguesía norteamericana (una respuesta a la declinación de su hegemonía) aumenta los desequilibrios de la economía mundial y las disputas entre las principales potencias imperialistas. En otras palabras, el crecimiento de Estados Unidos se da cada vez más en contra de las otras potencias imperialistas y a costa de una mayor recolonización del mundo semi-colonial. Esta situación se refleja con respecto al dólar, moneda que “juega” el rol de reserva mundial, permitiéndole a Estados Unidos un margen mayor de maniobra sobre sus competidores. En la primera parte de los ´90, en un mar de deudas, de déficit presupuestario y de pérdida de mercados para sus exportaciones, Estados Unidos devaluó su moneda llegando a alcanzar los mínimos históricos frente al yen, con lo cual licuó parte de su deuda y recuperó competitividad. Esta fue la respuesta de Estados Unidos al crecimiento vertiginoso del endeudamiento que se había generado en los dos últimos años de la década del ´80 como consecuencia de evitar que el crack del ´87 desencadenara una recesión, cuestión que no pudo evitar, sino tan sólo retardar. A mediados de los ´90 los nuevos signos de “prosperidad” llevaron a una revaluación del dólar convirtiéndose, por esta vía, en el principal mecanismo para la ligazón al sistema financiero internacional. Como veremos, este fortalecimiento del dólar (y depreciación del yen) condujo a la crisis de las economías dependientes del Sudeste de Asia que tenían sus divisas atadas a la moneda norteamericana, ya que por esta vía atraían capitales, mientras su balanza comercial atada a Japón, se deterioraba rápidamente.

El colapso asiático

Para muchos la crisis asiática es “la peor crisis de Asia desde la Segunda Guerra Mundial. Otros afirman que puede representar la mayor amenaza para la estabilidad económica y política del mundo desde la crisis petrolera de los años ´80.” (Fortune, 17 de Febrero de 1998). Sin embargo, aunque en el último mes las bolsas parecerían haberse estabilizado, lo que lleva a muchos analistas a decir que lo peor de la crisis ya pasó, las consecuencias de ésta recién comienzan a desarrollarse y no debe descartarse un agravamiento de la misma. “Lo cierto es que las cosas se van a poner mucho peor antes de que empiece la recuperación. Asfixiados por una restricción feroz en los créditos, la mayoría de los bancos y las empresas simplemente no pueden obtener los préstamos que necesitan para continuar operando. El comercio exterior, durante mucho tiempo el gran motor del crecimiento de la zona, parece estar contrayéndose, a pesar de la recuperación potencial que, a la larga, generaría el colapso de las monedas de la región. Los despidos están aumentando en el Sudeste de Asia, sobre todo en Indonesia, donde un analista calcula que 500.000 trabajadores de la construcción han perdido sus puestos.”(idem)

Para darnos una idea de la extensión de esta crisis, veamos algunos datos que muestran la enorme destrucción y desvalorización de fuerzas productivas, tanto del capital como del trabajo, así como también de enormes masas de capital ficticio, que se está comenzando a operar en la región que fue, desde comienzos de los ‘70, el área central de la valorización productiva del capital en la economía mundial, como mostraban los altos índices de crecimiento y el desarrollo de un ejército de millones de proletarios. Un solo dato ya demuestra la magnitud de la crisis: el FMI, junto a otras entidades financieras, ha concedido a estos países préstamos por valor de 115.000 millones de dólares para evitar la bancarrota de la mayoría de ellos. En particular Corea del Sur recibirá 57.000 millones de dólares, la mayor ayuda financiera de la historia concedida por este organismo a un solo país.

Si bien la burguesía mundial tomó nota de la existencia de la crisis recién con la devaluación del bath en Julio del ´97, los problemas de esta región comenzaron dos años atrás. Ya hemos planteado más arriba la importante revaluación del dólar al que estaban atadas la mayoría de las monedas de la región. Esto coincidió con la política de Japón de devaluación progresiva de su moneda, el yen, para fortalecer su posición comercial en la zona. La devaluación de la moneda china, el yuan, aceleró la pérdida de competitividad de las otras economías de la región, cuestión que comenzó a reflejarse en los índices de crecimiento. El crecimiento del PBN de Asia y el Pacífico, pasó del 8,2% en 1995 al 7,4% en 1996. Este menor crecimiento y la caída de las exportaciones se fue reflejando en la acumulación de importantes déficits comerciales y una deuda privada y pública cada vez más difícil de pagar (el total de la deuda externa del conjunto de la región es de 890 mil millones de dólares).

Estos elementos provocaron en el año 1997 el pánico de los mercados financieros (que hasta ese entonces y a pesar de estos síntomas de desaceleración habían seguido prestando en masa a la región), que comenzaron a retirar sus capitales.

Las consecuencias de la crisis financiera han sido enormes. Tailandia ha cerrado 56 de sus 91 entidades financieras. Se calcula que cerca de dos millones de trabajadores serán despedidos de sus empresas en los próximos seis meses. En Malasia se estiman en un millón los empleos que se destruirán. Indonesia, cuya deuda externa alcanza la increíble suma de 200.000 millones de dólares, ha cerrado numerosos bancos y su moneda, la rupia, se ha devaluado casi un 100%.

Corea del Sur, la onceava potencia económica mundial, se encamina a sufrir su primera recesión en los últimos dieciocho años. Su deuda externa llega a los 200.000 millones de dólares, la mitad de los cuales, de no haber una re-estructuración con sus acreedores, debe pagar este año. Su aparato productivo está seriamente dañado. Han quebrado 10 de los 50 mayores conglomerados (chaebol) y otros han sido puestos en venta. Se estima que 1,5 millones de trabajadores serán despedidos este año, y su tasa de desempleo pasará de 2,5% al 7% en un país en donde el seguro de desempleo prácticamente no existe. El conjunto de sus ramas industriales está, en estos momentos, afectadas de sobrecapacidad y sobreproducción y con un mar de deudas.

Sin embargo, éstas no son sólo privativas de Corea sino que abarcan al conjunto de la región. Y es que la crisis del Sudeste asiático no es más que el eslabón más débil de la crisis de sobreproducción y sobreinversión que afectan al conjunto de la economía mundial. Esto es la raíz de las fuertes tendencias deflacionarias que acechan a la economía mundial. Infinidad de datos lo confirman. El semanario The Economist del 15/1/97, no devoto de las tesis deflacionarias, igual se vio obligado a reconocer: “Hay, ciertamente, muchos ejemplos de exceso de oferta alrededor del globo. Una montaña de chips de computadoras, fundamentalmente como resultado de la sobreinversión en Asia, causó que el precio de los chips de memoria se desbarrancaran un 80% en 1996. La industria automotriz mundial tiene ahora suficiente capacidad para producir 35% más de vehículos de los que son comprados cada año. Las ventas de autos se han estancado en el mundo desarrollado, y a pesar de que la demanda en los países en desarrollo ha venido creciendo, la producción está creciendo aún más rápido”. Mucho más alarmados, los editores de Business Week, en un artículo llamado “La amenaza de la deflación”, del 10/11/97, afirman que: “Por ahora, la sobrecapacidad está tirando abajo los precios de los autos, productos farmacéuticos, productos de computación (proveyendo un fuerte contrapesa a las presiones inflacionarias). Pero, un fuerte espiral deflacionario, puede tener dañinas consecuencias para la economía global (...) Gracias al fuerte impulso del conjunto de Asia, la continua expansión económica de Estados Unidos y la recuperación de las economías en Europa, la producción en todos lados está avanzando más rápidamente que el consumo. Esto es aún cierto en Estados Unidos, donde la demanda de consumo permanece fuerte. Hoy, por primera vez en años, hay una sobrecapacidad mundial en las industrias, desde semiconductores a autos. Y este exceso de oferta se podría tornar aún peor si Asia tratara de exportar sus dificultades. El resultado: la economía mundial podría estar encaminándose a una nueva era, una era de deflación. En Estados Unidos, las industrias con precios estancados o en caída dan cuenta de alrededor de dos tercios de la producción manufacturera. Y en muchas partes del mundo, como Japón, el conjunto de los precios de las mercancías ha venido cayendo”.

Como vemos, la crisis financiera y bursátil que ha estallado en el Sudeste asiático, no es más que la cara financiera de esta crisis de sobreinversión y sobreproducción que recorre la economía mundial, de la cual el Sudeste asiático es el eslabón más débil de la cadena.

¿Se pincha el “exito economico” chino?

A diferencia del resto del Sudeste de Asia, China, que gozó en 1997 de un vigoroso crecimiento del 9% de su PBN, ha permanecido relativamente al margen del tifón asiático. Su pequeño mercado bursátil, y el hecho de que su moneda, el yuan, no es convertible directamente al resto de las divisas, le ha evitado hasta ahora el contagio con el resto de los problemas de la región. Sin embargo, esta situación podría no durar. Ya para 1998 se prevé una disminución de las inversiones extranjeras directas de 45.000 millones de dólares a 30.000 y una caída del índice de crecimiento del comercio exterior del 20,9 en 1997 al 8%. Las empresas textiles estatales preveen despedir a 1,2 millones de trabajadores entre 1998 y el 2002, 600.000 de ellos este año, al igual que la industria química, que despedirá otros 400.000. El sector financiero puede ser particularmente vulnerable. The Economist alerta que “la economía china tiene algunos de los mismos problemas que han afligido a sus vecinos, especialmente en el sector financiero. Las empresas estatales y sus camaradas que las regentean, hasta hace poco tenían un predominio sobre la oferta de crédito de los bancos estatales chinos. Como en Tailandia, Malasia e Indonesia, demasiado dinero prestado ha sido bombeado al desarrollo especulativo e inmobiliario, lo que jamás verá un rendimiento. Shangai, por ejemplo, ha construido en una década más espacios de oficina de lo que Hong Kong ha construido en cuatro.” La misma revista agrega que, según estimaciones conservadoras, tal vez alrededor del 20% de los préstamos (equivalentes a un 18% del PBN) son de recuperabilidad dudosa según los estándares occidentales. Esto sugiere que los bancos han tenido deudas morosas de 145.000 millones hasta finales de 1996. Hoy, con una base de capital declarado de sólo 54.000 milones de dólares, los bancos estatales chinos “para el criterio de cualquiera menos para el de ellos” (The Economist) están en bancarrota. La burocracia de Pekín, a la luz de este panorama, ha lanzado un plan que, al mismo tiempo que prevé el despido de alrededor de 3 millones y medio de empleados del sector público, aplaza toda una serie de medidas de reforma pro-capitalista. Contra el consejo de la burguesía mundial, la burocracia de Pekín se niega a avanzar en la privatización de las grandes empresas estatales y ha postergado para un futuro indefinido la convertibilidad del yuan prevista anteriormente para el año 2000. Este panorama regional e interno complicado podría dar lugar a divisiones profundas de la burocracia gobernante que hasta ahora se mantuvo unida alrededor del plan de restauración capitalista. Como dice The Economist, “en los años recientes la dirección colectiva en Pekín ha sido capaz de mostrar un grado de unanimidad sin precedentes que era sólo posible porque no había disputa sobre los modelos económicos de reforma, sino sólo sobre los grados.” Este panorama de incertidumbre, junto a la creciente resistencia de los trabajadores chinos, puede abrir divisiones y brechas en la burocracia restauracionista, que cerró filas desde la masacre de la Plaza Tienanmen en 1989 y abrir la posibilidad de una nueva entrada en escena del movimiento de masas.

Los probables mecanismos de transmisión de la crisis

Hemos planteado arriba la magnitud del colapso asiático. Intentaremos plantear aquí los probables mecanismos de transmisión del mismo, que pueden profundizar la crisis, tanto en la región como a nivel mundial; estos son de varios órdenes:

a) La contracción de la actividad en esta zona del planeta, que incluído Japón, da cuenta del 25% del PBN mundial, con el consiguiente cierre de fábricas, acelera las tendencias deflacionarias de la economía mundial, tanto en el sector de los bienes primarios como crecientemente en las ramas industriales. Ya el mercado de los commodities está sufriendo una caída importante de sus precios. Según los mismos organismos internacionales, como el FMI, esta caída de las materias primas, en particular el petróleo y el cobre, afectarán en varios puntos el crecimiento de América Latina, y particularmente a los países exportadores de los mismos, como México y Venezuela en el primer caso, y Chile en el segundo. Con respecto a las ramas industriales, el mismo The Economist, que obstinadamente se niega a hablar de deflación, en su prédica de una política de inflación cero en beneficio de los parásitos de la City de Londres, sostiene que “es cierto que los efectos tanto de los problemas de Asia, y del dólar y la libra fuertes, serán sentidos en el sector comercial, particularmente en la manufactura.” (The Economist 21 de Febrero de 1998).

b) La crisis asiática afecta al sistema crediticio mundial donde los bancos acreedores de los países imperialistas están atados con importantes deudas, muchas de ellas de difícil recuperación. De los 890.000 millones de dólares en créditos contraídos por estos países del Sudeste asiático, el 42% lo son con Japón, el 25% con EEUU y el 10% con Europa (los bancos alemanes están muy afectados en Corea). La dificultad o imposibilidad de cobrar parte de ellos afectará la liquidez de numerosos bancos del mundo, como está ocurriendo en Japón. Esto hace más difícil el otorgamiento de nuevos préstamos, lo cual puede generar un nuevo efecto en cadena.

c) Los dos mecanismos anteriores son agravados por las políticas de austeridad del FMI, las cuales tienden a profundizar la crisis recesiva y las dificultades de pago de estos países. En el caso de Corea, las condiciones planteadas por el plan de salvataje del FMI implican el desmantelamiento de los grandes grupos, los chaebols, y su apertura a la inversión extranjera tratando de hacer hocicar las ínfulas imperiales de esta burguesía nacional cuya creciente fuerza en la economía mundial se expresaba en que sus exportaciones habían pasado de 17.000 a 130.000 millones de dólares entre 1980 y 1997.

Es que el imperialismo está aprovechando la crisis y la consecuente desvalorización de capitales de la región para quedarse con valiosos activos a precios irrisorios1, como pasó en Latinoamérica a comienzos de los ´90 con los planes Brady, luego de la “década perdida”2.

El carácter recesivo de la política imperialista es bien retratado por H. Kissinger, quien no se caracteriza precisamente por su amor a los países semi-coloniales. Sin embargo, afirma que “en algunos países asiáticos, el programa del FMI casi detuvo el comercio básico. Empresas, industrias viables, se ven arrastradas a la quiebra debido al total debilitamiento del sistema bancario nacional provocado por las estrictas medidas del FMI.” (Los Angeles Times, 23 de Febrero de 1998).

d) La fragilidad de los “mercados emergentes” asiáticos, que eran presentados como el modelo a seguir a nivel mundial, puede disparar frente a síntomas similares en otros países (como el creciente déficit comercial brasileño y su enorme deuda externa e interna; la “Brasil-dependencia” y un déficit comercial de 5000 millones para 1997 de Argentina; o los crecientes signos que se acumulan de una nueva situación pre-Tequila en México), nuevas olas de contagios que provoquen un retiro de los capitales que aún permanecen en estos países. Otra zona afectada podría ser el Este europeo y Rusia, que ya el año pasado sufrió un retiro de inversiones extranjeras por 5000 millones de dólares.

e) Las tendencias deflacionarias que hemos planteado agravan los problemas comerciales a nivel mundial, lo que podría dar origen a un crecimiento de las medidas proteccionistas que pueden agravar la situación de los países afectados ya por la crisis, al ser incapaces de poder colocar sus mercancías en los países imperialistas. No olvidemos que en el momento más álgido de la crisis, el año pasado, el Congreso norteamericano denegó a Clinton la cláusula “Fast Track” que le permite avanzar en acuerdos comerciales en forma rápida. Y recientemente, a pesar de los intentos denodados de Clinton, su secretario del Tesoro, Rubin, y Camdessus, se expresó esta tendencia en la reticencia del congreso norteamericano a aumentar los fondos aportados por Estados Unidos para el funcionamiento del FMI.

f) Y por último, el punto más importante, es que los enormes padecimiento que ya están comenzando a sufrir las masas de la región, desencadene una respuesta de masas que haga pegar un salto a la crisis regional y disminuya la confianza de la burguesía imperialista mundial. Este temor es fielmente expresado por H. Kissinger, quien sostiene que “el FMI no debe convertir la crisis económica en crisis política porque podría desencadenar una reacción ideológica nacionalista contraria al sistema mundial de mercado que intenta defender.” Este temor a una respuesta política del movimiento de masas empieza a preocupar crecientemente a la burguesía imperialista mundial.

El temor a la respuesta del movimiento de masas

A medida que avanzan los planes de austeridad del FMI, a la burguesía imperialista se le hiela la sangre frente a la perspectiva de una respuesta del movimiento de masas. El temor actual sigue centrado en Indonesia donde el crecimiento galopante de la desocupación ha disparado una serie de saqueos y revueltas permanentes de la población en varias provincias contra la minoría china (3% de la población) que controla los principales resortes de la economía asociada con el régimen dictatorial de Suharto (en los últimos días, se ha desarrollado un poderoso movimiento estudiantil contra el mismo). Sin embargo, el principal miedo es el fuerte desgaste de este regimen plagado de casos de corrupción y de clientelismo familiar, y su obstinada política de seguir dirigiendo como si nada hubiera cambiado. El temor es que esto provoque brechas en las alturas y una reacción en el movimiento de masas que puedan derribar a este régimen reaccionario y expandir la llama al conjunto de la región.

The Economist del 21-2-98, titula la tapa, graficada con un mapa de Indonesia como una bomba a punto de explotar,“La próxima explosión de Asia”. Y en la editorial agrega que hay que encontrar alguna transición, que para ellos sería un avance del Ejército (“a pesar de que el Ejército puede ser brutal y corrupto, esta es probablemente la más confiable institución que permanece en el país”) que iniciara un proceso de “cambio hacia la democracia” pues de lo contrario, “ el riesgo es que Suharto se convierta en el Sha de Irán de los ´90”. El temor de esta publicación imperialista es que un proceso de revueltas espontáneo del movimiento de masas tumbe la estabilidad reaccionaria del conjunto de los regímenes de la región2, como la revolución Iraní de 1979 tiró abajo el dispositivo de seguridad del imperialismo norteamericano en Medio Oriente. Como dice Kissinger “si Indonesia se hundiera en el caos, lo pagaríamos con décadas de inestabilidad en la región.” Y The Economist agrega que “el peor error sería subestimar la importancia de Indonesia”. Y termina su editorial planteando que “una explosión en Indonesia plantearía una nueva, mucho más oscura fase de la crisis económica asiática- la cual puede desatar cambios políticos en otras partes.” Agreguemos a esto que, aunque en lo inmediato el nuevo gobierno de Kim Dae Jung en Corea del Sur ha tenido éxito con un pacto social con los sindicatos en aprobar una ley que liquida la cláusula de empleo de por vida, permitiendo con esto el desempleo masivo, nada asegura que el poderoso proletariado surcoreano no responda a esta ofensiva patronal imperialista. La traición de los dirigentes de la KCTU que firmaron este pacto -liquidando las concesiones que la patronal se vió obligada a hacer en Enero de 1997 luego de más de 20 días de huelga general- llevó a la caída del conjunto de la dirección de esta central y su reemplazo por una “nueva dirección” que llamó a una huelga, que luego fue levantada por la misma, presionada por el clima de unidad nacional reinante. Tailandia, que en Octubre dió lugar a movilizaciones de masas que precipitaron la renuncia del entonces Primer Ministro, también puede convertirse en otro foco caliente de la región. El mismo Kissinger plantea que “la democracia tailandesa se verá amenazada si no se flexibilizan las condiciones del FMI.” Y agrega que en el conjunto de la región al calor de las turbulencias económicas “los sentimientos antiestadounidenses latentes volvieron a salir a la superficie.” Como muestran todos estos elementos el Sudeste asiático se convierte en una fuente de futuras inestabilidades con la perspectiva de crisis de los regímenes reaccionarios y de las pseudo democracias de la región, probables golpes de estado, regímenes nacionalistas y, lo más importante, la probable emergencia de un movimiento de masas que retome las banderas del anti-imperialismo.

Perspectivas

Las economías de Asia se encaminan hacia una recesión profunda, tal vez una depresión, cuyas “nubes de tormenta” se están dirigiendo hacia las principales potencias imperialistas, como mostraron las fuertes disputas de ministros de Finanzas del G-7 en Londres. Las Naciones Unidas, a través de la UNCTAD (Conferencia para el Comercio y el Desarrollo), plantean que, “posiblemente esta sea la crisis financiera más seria desde la caída del sistema de Bretton Woods, de comienzos de los años ´70, tanto en términos de su alcance como en cuanto a sus implicancias. Por primera vez, una (dificultad) iniciada en las naciones del Sur del mundo golpea profundamente a los mercados de las naciones del Norte.” (subrayado nuestro). Es que efectivamente, el Sudeste asiático funcionó como principal válvula de escape de la crisis de acumulación de la economía mundial imperialista desde comienzos de los ‘70. Por lo tanto, debido a los alcances y sus implicancias (que no pueden medirse en toda su magnitud), decimos que la economía mundial se encuentra en un impasse. Lo que es evidente es que el “equilibrio inestable” que permitió la recuperación económica de los ´90 parecería llegar a un punto de quiebre. A partir de esto, intentaremos delinear algunas de las posibles perspectivas de evolución de la crisis. La misma dependerá de la entrada en escena o no del proletariado y del resultado de dichos combates de clase. No podemos descartar que, como el proletariado mexicano, que hasta ahora, no ha entrado en escena luego de la crisis económica conocida como Tequila (lo que permitió junto al crecimiento norteamericano y a la ayuda financiera que en dos años México saliera de la crisis), los proletariados del Sudeste asiático respondan en lo inmediato de la misma manera. O sea que la burguesía tenga éxito en hacer pagar el costo de la crisis a los trabajadores, mediante una combinación de una unidad nacional reaccionaria, amenazas de represión y el enorme peso que significa la desocupación. Sin embargo, nada asegura que esto vaya a ser así. Más aún, el proletariado de Asia, en particular su vanguardia, el poderoso proletariado coreano, ha sido un actor destacado de la contra-ofensiva de masas en numerosos países que caracteriza la situación mundial desde fines de 1995. Es decir, ha pegado antes que la crisis capitalista se desarrollara en toda su magnitud. Su entrada en escena puede cambiar las perspectivas no sólo económicas, sino del conjunto de la lucha de clases a nivel mundial, ya que en Asia reside una de las reservas proletarias más importantes del planeta, si agregamos al proletariado de los viejos y nuevos NIC´s, los casi 100 millones de proletarios chinos, y el proletariado japonés que viene sufriendo un desempleo del 3,5%, el más alto en 50 años y en donde en los últimos años el 90% de los puestos de trabajo creados son de tiempo parcial. La continuidad del virtual estancamiento de la economía de Japón en los ´90, que ha tirado por la borda el famoso empleo estable “de por vida”, puede poner en movimiento a este importante batallón del proletariado mundial, que fue cooptado al calor del ascenso del imperialismo nipón.

Veamos ahora tres posibles perspectivas.

a) La variante más “benévola”.

Estados Unidos ha venido presionando a Japón para que éste reactive su economía y absorba más importaciones, especialmente las provenientes de los países asiáticos. En palabras de Greenspan, “no podemos ser el importador de última instancia.” A lo que apuesta Estados Unidos es a una reactivación de Japón cuyo virtual estancamiento durante los ´90, es uno de los elementos más negativos y deflacionarios de la economía mundial en su conjunto. Estados Unidos quiere que Japón actúe tal como ellos actuaron con México para permitir una salida rápida de la crisis del Tequila. Sin embargo en esta variante “benévola”, los tiempos y los costos de la crisis asiática jamás podrán ser como los mexicanos, por la magnitud de las economías de las que estamos hablando, que alcanzan de conjunto un 25% del PBN mundial, comparado con un miserable porcentaje en el caso de México o de la misma América Latina en la crisis de la deuda, cuyo PBN era un mero 4% del PBN mundial. No olvidemos que esta crisis regional no es, como en el caso de México, la crisis de un país semi-colonial sino que es una combinación de cuatro crisis: la de países semicoloniales como los nuevos NIC´s, la una economía capitalista emergente (onceava economía munidal) como Corea del Sur, la de un gigante en proceso de restauración capitalista como China, y la de la segunda potencia imperialista mundial como Japón.

La situación de este último es muy endeble. En los últimos cinco años el gobierno japonés ha inyectado millones de yenes a la economía para reactivar el consumo (políticas keynesianas), que además de haber tenido poco efecto (en el segundo trimestre de 1997 el PBI del mismo cayó en un 11,2%), le han hecho acumular una deuda pública de un billón de dólares. En el último año, ante tales fracasos, el gobierno ha venido oscilando. Ha tratado de paliar el déficit aumentando los impuestos al consumo y retirando subsidios, lo que agravó las tendencias recesivas. Sin embargo en diciembre volvió a bajar los impuestos para alentar el consumo. A este organismo enfermo lo golpeó de lleno en el mes de noviembre, la crisis asiática, región a donde Japón exporta el 42% de sus bienes.

La quiebra de bancos y empresas ha adquirido una dimensión importante. El mayor banco del mundo, el japonés Tokyio Mitsubishi ha tenido pérdidas importantes en 1997. Las quiebras no se han limitado al sector financiero, sino que ha alcanzado a importantes empresas industriales como el gigante de la alimentación Toshoka. En noviembre del ´97 se dio la cifra más elevada en quiebras en un mes de los últimos 50 años. Toshiba, NEC y Fujitsu, planean recortes de inversión en un 40%. Gigantes como la Mitsubishi Electric han abonado las horas extras a sus trabajadores en productos de la empresa por falta de liquidez.

Lo que sorprende de la situación japonesa es que, a diferencia de los ´80, donde los gigantescos superávits comerciales con el resto del mundo llevaron a Japón a tener el crecimiento más alto de los países de la OCDE, el importante superávit actual no ha permitido que éste se reanime. Lo que sí ha provocado la baja cotización del yen, es la agudización de los enfrentamientos comerciales, en particular con los Estados Unidos. Esta descripción de la frágil situación de Japón nos transporta al segundo escenario.

b) Un agravamiento de la crisis mundial, con una desaceleración del crecimiento en las principales potencias imperialistas e incluso una recesión.

Hasta ahora, Estados Unidos que ha utilizado la crisis para avanzar en la zona de influencia japonesa, no ha obtenido todo lo que esperaba. Aunque tuvo éxito en “humillar” a Corea del Sur, los intentos de presión sobre Japón no han tenido iguales resultados. En la última cumbre de Ministros de Finanzas del G-7 realizada en Londres, Japón se negó a revisar su programa de reactivación económica tal como le pedían las otras potencias imperialistas. Más aún, el secretario de Comercio de Estados Unidos, que acaba de volver de un viaje por Asia, reconoció que es poco lo que puede hacer Estados Unidos para obligar a Japón a reactivar su economía. La incapacidad o la falta de voluntad de Japón de actuar como Estados Unidos frente a México en el Tequila, puede agravar la crisis del Sudeste asiático y aumentar los ritmos de desaceleración del crecimiento de las principales potencias imperialistas e incluso llevar a una nueva recesión mundial.

De las otras potencias imperialistas, Alemania no sólo no puede actuar como el sostén de la economía mundial, sino que viene sufriendo los efectos de la crisis asiática. Su actividad económica volvió a debilitarse en el último trimestre del ´97 debido al menor dinamismo de las exportaciones, que tuvieron un récord en el año ´97. Esta alza se debió al dólar alto y al buen desempeño económico de los países industrializados, mientras que el aparente cambio de tendencia a fines de ese año estaría reflejando el menor crecimiento mundial por la crisis asiática. Según El Cronista del 26-2-98, “Alemania se encuentra pendiente de la crisis asiática- que también afectó a sus bancos- y de la demanda mundial con una competencia difícil de afrontar sin inversiones y sin bajar los costos laborales y la presión impositiva.” Esto puede llevar a nuevos intentos de la burguesía imperialista europea de recortar las conquistas del llamado “Estado de Bienestar” y presionar por una baja mayor de salarios ya que la introducción de la moneda única impide la utilización de mecanismos monetarios para reactivar la demanda.

De darse esta segunda variante, quedaría solo Estados Unidos como fuerza contrarrestante para impedir una nueva recesión mundial. Sin embargo, el “boom clintoniano” que, como explicamos al comienzo de esta nota, fue el factor más estabilizador de la desigual recuperación económica de los ´90, podría estar llegando a los límites luego de casi siete años de crecimiento. Aunque en lo inmediato, favorecido por la baja en el precio de los bienes importados y la continuidad del consumo interno (que da cuenta de dos tercios del PBN norteamericano), en los primeros meses del año se ha mantenido el crecimiento. Más aún, el crecimiento de la oferta de dinero a una tasa anual de alrededor del 10%, su crecimiento más rápido desde fines de los ´80 después del crack del ´87, está permitiendo una nueva liquidez que ha conducido a una sobrevaluación de todos los activos (algunos ya hablan de una burbuja especulativa): nuevos récords en Wall Street, una nueva oleada de grandes fusiones y un boom del mercado inmobiliario. Sin embargo, pocos analistas creen que Estados Unidos pueda mantener este impulso. Business Week del 2-3-98, aunque sostiene que aún no hay que apostar a una desaceleración, agrega que es seguro que en algún punto la economía no será capaz de mantener el 4% de crecimiento que ha disfrutado desde el verano del ´96. Las tendencias deflacionarias que vienen de Asia, así como la disminución del ejército industrial de reserva, podrían afectar a las ganancias de las empresas que ya están comenzando a desacelerarse. En relación al empleo, los índices más bajos de desempleo de los últimos veinte años (4,7% de la fuerza de trabajo), han llevado en los últimos tres meses a un crecimiento de los salarios norteamericanos a una tasa anual de 4,5%, casi dos veces más rápida que hace dos meses atrás. El dilema entre inflación -deflación (sin nombrar esta última palabra que trae malos recuerdos para la burguesía como el crack del ´29), planteado por Greenspan en su último discurso en el Congreso, muestra que se está achicando el margen de maniobra de la economía norteamericana.

c) Las amenazas de crack y depresión mundial.

Como hemos mostrado la actual crisis de Asia comienza a exacerbar las tensiones entre las principales potencias imperialistas. Frente a la negativa de Japón de reactivar su economía, el Secretario de Comercio norteamericano, amenazó con que las compañías estadounidenses están listas para pedir restricciones a las importaciones de productos nipones, lo cual podría afectar las exportaciones japonesas, agregando una nueva dificultad para su recuperación. Recordemos, por ejemplo, que Japón viene subiendo su superávit comercial con Estados Unidos. Sin embargo, a pesar de estas amenazas, Estados Unidos depende de las inversiones financieras japonesas, que vinieron financiando la prosperidad norteamericana. Los inversores y bancos japoneses (que cuenta con siete de los diez bancos más grandes del planeta) poseen alrededor del 70% de la deuda pública americana. Una eventual falta de liquidez de Japón, puede obligarle a retirar sus capitales de Estados Unidos y del resto del mundo, para evitar la bancarrota, lo que precipitaría a la economía mundial a un crack y a una depresión igual o más profunda a la crisis del ´29.

Aunque esta perspectiva en lo inmediato no parezca lo más probable, un agravamiento de la situación en Japón, un salto en las disputas inter-imperialistas o un proceso revolucionario abierto que afecte la confianza de los negocios de la burguesía mundial, puede desencadenar dicha variante y es una amenaza latente que la llena de pavor. Una muestra de esto es el estado de alarma permanente que recorre a la burguesía imperialista, como puede verse en el siguiente artículo del Wall Street Journal del 29-12-97: “El sistema bancario global depende en los más grandes bancos alrededor del mundo proveyéndose el uno al otro con millones de dólares en préstamos de corto plazo, extendidos con la confianza de una rápida cancelación. Una gran crisis bancaria en Japón, mal manejada, puede desarticular tal flujo de pagos y provocar que el sistema se atasque- el equivalente financiero de un ataque de parálisis. Nadie está prediciendo tal desastre, por supuesto. Pero (desde el jefe de la Reserva Federal Greesnpan hacia abajo en los Estados Unidos) es fuente de profunda preocupación. Jeffrey Shafer, un antiguo funcionario del Tesoro del gobierno Clinton, dijo que si él estuviera aún en su viejo puesto,´yo estaría despierto toda la noche preocupado sobre un gran derretimiento de los bancos en Asia, especialmente en Japón´”.

Estas tres perspectivas muestran que a pesar del discurso optimista, o la política burguesa imperialista de decir que “lo peor ya pasó” con el intento de “recuperar confianza en los mercados”, la crisis del Sudeste asiático todavía está abierta y sus secuelas están comenzando a hacerse sentir en el conjunto de la economía mundial. Desde Estrategia Internacional nos comprometemos a seguir la evolución de la misma en los próximos números ya que sus resultados teñirán la economía y la política mundial en los próximos años.

NOTAS:
1 El Chase Manhattan estadounidense ya ha anunciado la compra de dos de los principales bancos coreanos, el Corea First y el Seoul Bank; y la rama automotriz del chaebol KIA será comprada probablemente por Ford. El chaebol coreano Doosan ha vendido su unidad de embotellamiento a la Coca-Cola. Merryll Lynch está gastando 300 millones de dólares para comprar treinta antiguas sucursales del Yamaichi (la institución financiera centenaria de Japón que quebró en noviembre de 1997). Ya se ha anunciado la venta a manos extranjeras de la refinería Hanwha de Corea del Sur así como también de la Asian Airlines del grupo coreano Kumho.
2 Sin embargo, a pesar de estas compras iniciales, como dice el último número del Far Eastern Economic Review, debido a la enorme inestabilidad existente, todavía no se ha dado una verdadera oleada inversora.
3 Esta fue lograda en base a importantes derrotas como la masacre de 500.000 comunistas en Yakarta, Indonesia, en 1965 por el mismo Suharto o más recientemente la derrota de Plaza Tienanmen a manos de la burocracia restauracionista china.