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Estrategia Internacional N° 15
Otoño de 2000

PRESENTACIÓN
Lucha de masas y de vanguardia en la decadencia del “neoliberalismo”
 

El auge del neoliberalismo durante la década del ‘80 y los primeros años de los ‘90 no fue producto de una “evolución” económica natural del keynesianismo de los años de la postguerra al reino de los mercados, sino que pudo asentarse infligiendo durísimas derrotas a la clase obrera mundial y a los pueblos semicoloniales. Las intervenciones militares en nombre de la “democracia” y la “libertad individual” que vendrían de la mano de la “apertura económica” caracterizaron estos años en el marco del retroceso de la clase obrera. Esto fue acompañado por una profunda reacción ideológica, que condenó al marxismo, reemplazándolo por la resignación ante el poder del capital. Contradictoriamente esta reacción ideológica se afianzó luego de las revoluciones antiburocráticas en los ex estados obreros deformados y degenerados del 89-91, pretendiendo haber liquidado para siempre la idea misma del socialismo.
Desde mediados de los ‘90, estamos asistiendo a la decadencia de largas décadas de la ofensiva capitalista “neoliberal”, enfrentada por una contraofensiva de masas entre 1995-97 y sacudida por el colapso económico del sudeste de Asia. Esto no significa que hayan dejado de funcionar sus mecanismos económicos, sino que el alto costo político y social que conllevan están dando lugar a nuevos fenómenos de masas en América Latina y a la emergencia de sectores de vanguardia obrera y juvenil. Estos acontecimientos se desarrollan en el marco más general de una coyuntura internacional reaccionaria, signada por el triunfo imperialista en la guerra de Kosovo.
En este artículo intentamos hacer un aporte desde el marxismo para definir los puntos decisivos que llevaron al surgimiento, auge y decadencia de la ofensiva “neoliberal”, su relación con la lucha de clases y con las ideologías y programas que hoy influencian a sectores de masas y de vanguardia.

El auge neoliberal. Guerras de baja intensidad y reacción democrática
La derrota del ascenso revolucionario del ‘68-76, aplastado con violentas contrarrevoluciones en los países semicoloniales y desviado en los países centrales, abrió el curso hacia una nueva ofensiva imperialista, a pesar de la derrota de Estados Unidos en la guerra de Vietnam. Las masas no pudieron aprovechar a su favor esta derrota militar del imperialismo. Este fue un triunfo táctico que, como muchos otros triunfos del movimiento de masas en la postguerra, se transformaron en su contrario, en la medida en que fortalecían al principal agente del imperialismo en el movimiento obrero internacional, la burocracia stalinista en sus distintas alas.
Esto tuvo un alto precio para el movimiento de masas. El imperialismo, herido pero no muerto por el fracaso de su gran intervención militar en Vietnam, fue retomando la ofensiva, con una combinación de derrotas sobre el movimiento obrero en los países centrales, contrarrevolución democrática y guerras de baja intensidad en los países semicoloniales, lo que abrió el camino al auge del “neoliberalismo”.
La ofensiva “neoliberal” se afianzó a principios de los ‘80 con una serie de derrotas ejemplares.
Entre 1980-81 fue derrotada la gran revolución obrera polaca que había puesto en pie un organismo de democracia directa, Solidaridad. Esta revolución fue aplastada por el golpe contrarrevolucionario de Jaruzelsky mientras que la Iglesia Católica había coptado a la dirección de este movimiento que luego sería la punta de lanza del proceso de restauración capitalista en Polonia.
En 1982, la derrota de Argentina en la guerra de Malvinas actuó como un disciplinador hacia el mundo semicolonial1. El triunfo de Margaret Thatcher en esta guerra potenció sus fuerzas para propinar una durísima derrota a la huelga minera que sintentizó en ese momento la resistencia de la clase obrera británica a la ofensiva capitalista. En Estados Unidos, la derrota de la huelga de los controladores aéreos permitió que se afianzara el reaganismo con su ofensiva antiobrera, liquidando conquistas históricas de la clase obrera norteamericana y redoblando su ofensiva sobre los países semicoloniales. En Medio Oriente, la revolución iraní fue socavada por medio de una guerra fratricida entre Irak-Irán que desangró a estos países por casi una década. La desarticulación de la revolución centroamericana, que combinó la guerra sucia de movimientos contrainsurgentes armados por Estados Unidos -como los “contra” en Nicaragua- con la capitulación y coptación de las direcciones guerrilleras mediante pactos y acuerdos, terminó de cerrar el cuadro de esta ofensiva imperialista, que avanzó poniendo al movimiento obrero y popular a la defensiva, fragmentando y desorganizando sus filas.
El movimiento obrero, con una subjetividad reformista moldeada por sus direcciones burocráticas, socialdemócratas, stalinistas y nacionalistas burguesas durante los años de Yalta, no estuvo a la altura de responder a esta verdadera contrarrevolución. La clase obrera y las masas, acostumbradas por décadas a emprender grandes luchas de presión, a excepción del ascenso revolucionario del 68-76, fueron impotentes para frenar este ataque.
El auge “neoliberal”, que en lo económico se tradujo en privatizaciones, “apertura” de las economías semicoloniales, ataque a los sindicatos y al estado de bienestar, pudo establecerse mediante una combinación de contrarrevolución democrática y terror militar. Lejos de responder a un “automatismo económico” producto del “libre juego de los mercados”, esta nueva ofensiva capitalista fue una enorme contrarrevolución administrada políticamente desde los estados y regímenes que pudo asentarse por medio de durísimas derrotas al movimiento de masas y mecanismos de engaño “democráticos”. La ostentación de la fortaleza militar del imperialismo yanqui permitió que una serie de guerras de “baja intensidad” actuaran aterrorizando al movimiento de masas y fortaleciendo su poder imperial para relanzar la ofensiva.

EL ABORTO DE LAS REVOLUCIONES POLITICAS DEL 89
En este marco de retroceso de la clase obrera occidental tras una década de reaganismo-thatcherismo, estallaron en 1989-91 las revoluciones políticas en los países del este europeo y la ex -URSS. Luego de la derrota de la revolución polaca como una experiencia avanzada del movimiento obrero, las revoluciones antiburocráticas del ‘89 no dieron muestras de radicalización política. La clase obrera no fue el actor central y participó diluida en el movimiento. La ausencia de direcciones revolucionarias o incluso de organismos embrionarios de tipo soviético, permitió que la dirección de estos procesos recayera centralmente en movimientos “democráticos” pequeñoburgueses que le imprimieron su sello.
Las masas de estos estados se levantaron contra el aparato stalinista y lo destruyeron pero con un enorme atraso en su conciencia plagada de ilusiones procapitalistas. La economía planificada y la estrategia misma del socialismo, degeneradas y deformadas por la contrarrevolución stalinista, fueron identificadas con la odiada burocracia de los partidos comunistas, así las masas terminaron entregando sus revoluciones a sus enemigos de clase que iniciaron un brutal proceso de restauración capitalista.
Por esto mismo, muchos se han negado a reconocer el carácter revolucionario de estos procesos que, a pesar del terrible atraso de las masas, iban contra los planes de “restauración en frío” de las burocracias gobernantes.
Estas revoluciones “ciegas, sordas y mudas”, que expresaron un bajísimo nivel de subjetividad revolucionaria tras décadas de dominio stalinista, fueron impotentes para detener la ofensiva neoliberal y cambiar el curso de los acontecimientos. El resultado de estos procesos fue altamente contradictorio. Al tirar abajo el aparato stalinista mundial y con él el orden de Yalta, desestabilizaron toda la situación política internacional y estratégicamente abrieron una nueva perspectiva para la clase obrera y los pueblos oprimidos, liberándolos de la podrida burocracia stalinista, favoreciendo la espontaneidad del movimiento de masas y haciendo más débiles a las mediaciones que impiden su desarrollo independiente. Pero este handicap que estratégicamente juega a favor del movimiento de masas, no actúa automáticamente en el sentido de permitir una recomposición revolucionaria de la subjetividad del proletariado mundial. 2
El aborto de estas revoluciones con los medios de la contrarrevolución democrática, el ascenso de los gobiernos restauracionistas en los ex estados obreros deformados y degenerados, y la anexión imperialista de Alemania Oriental a Alemania Occidental, dieron paso a un triunfalismo ideológico burgués que parecía no tener límites y que coptó a las direcciones obreras tradicionales y a la intelectualidad de “izquierda” que acompañaron con un brutal giro a la derecha la ofensiva neoliberal imperialista.
Las revoluciones antiburocráticas del ‘89-91 fueron desviadas y abortadas, aunque sus efectos desestabilizantes llevaron a que el imperialismo lanzara una nueva agresión militar para evitar que los procesos revolucionarios iniciados en el este reactivaran la revolución en occidente. En 1991, Estados Unidos al frente de una enorme coalición militar de potencias imperialista y países semicoloniales, derrotó a Irak en la Guerra del Golfo, imponiéndole un bloqueo brutal a su economía que empobreció a la población hasta niveles insospechados. Esta nueva derrota ejemplar permitió redoblar el ataque imperialista sobre el mundo semicolonial, profundizando la “apertura” de estas economías a los monopolios multinacionales y transformándolos en “mercados emergentes” para la rápida ganancia de los capitales financieros.
La recuperación de la economía norteamericana de la grave recesión de los ‘80 -a costa de un ataque sin precedentes contra su propio proletariado y el de los países semicoloniales-, la emergencia de los países asiáticos que desde los ‘80 se habían transformado en una zona de acumulación capitalista, y el golpe contrarrevolucionario de la burocracia china contra las masas que se levantaron en Tiananmen en 1989 -permitiendo una entrada masiva de capitales y de inversiones imperialistas en ese país, aprovechando las condiciones de mano de obra barata-, reforzaron la ilusión de que finalmente el capitalismo había encontrado la forma de superar su crisis.
La derrota de las revoluciones políticas del 89-91 y la capacidad de Estados Unidos de transformar su victoria en la guerra del Golfo en un mayor poder imperial, reafirmándose como la única potencia militar frente a sus competidores, permitió que se lograra un cierta estabilización, una situación de “equilibrio inestable” que caracterizó sobre todo los primeros años de los ‘90.

LA OFENSIVA NEOLIBERAL CONTINÚA EN LOS 90
Los gobiernos “neoliberales” tuvieron la capacidad de transformar el triunfalismo burgués imperialista en ideología oficial. El “pensamiento único” glorificaba el “libre mercado” y el avance arrollador de las corporaciones y la globalización del capitalismo. Esta “ilusión neoliberal” se expresó en “nuevas teorías” cuyo paradigma fue el “fin de la historia” de Fukuyama, marcado por el triunfo del capitalismo sobre el “socialismo real”, que anunciaba la “muerte de las ideologías”. Según esta visión, la “democracia” capitalista había salido victoriosa en la larga guerra contra el comunismo, y ya nada podría detener su avance. En el mismo sentido se alimentaron todo tipo de ideologías burguesas que iban desde la promesa de un nuevo “plan Marshall” para Europa del Este -que haría gozar a las masas de las bondades del capitalismo-, pasando por la seudo-teoría del nacimiento del “siglo asiático” (es decir la potencialidad inagotable de esta región para la acumulación capitalista), hasta la más vulgar “teoría del derrame”-que pregonaba que el enriquecimiento sin límites de los sectores sociales más altos se derramaría hacia las masas pobres-, intentando recrear una ilusión de “progreso” que justificaba el salto brutal en las desigualdades en los ingresos.
Acompañando la ofensiva neoliberal, las direcciones reformistas del movimiento obrero profundizaron el giro a derecha en curso desde los ‘80, cuya máxima expresión fue la transformación de todas las alas de la burocracia stalinista en capitalistas confesos, encabezando los gobiernos restauracionistas.
Los partidos socialdemócratas europeos pasaron por un proceso de transformación que les permitió ser los agentes de la ofensiva “neoliberal” en sus países, haciéndolos casi indistinguibles de los partidos conservadores tradicionales. Este fue el caso por ejemplo del Partido Socialista Francés durante el gobierno de Miterrand o del Partido Socialista Obrero Español de Felipe González. Este giro a la derecha sumergió a estos partidos en una profunda crisis que los condujo a años de derrotas electorales. Los Partidos Comunistas, siguiendo el ejemplo de la burocracia de Moscú, se transformaron en partidos abiertamente socialdemócratas, o de la “izquerda democrática” como el viejo PCI.
Tras la ofensiva contra los sindicatos emprendida en los países centrales, sobre todo en Estados Unidos y Gran Bretaña, las burocracias sindicales optaron por adaptarse a los nuevos tiempos de “modernización”, profundizando su integración al estado burgués, transformándose en algunos casos en empresarios, como sectores de la burocracia sindical argentina, y actuando abiertamente como agentes de la ofensiva patronal y privatizadora. Este giro a la derecha de las direcciones sindicales y la ofensiva patronal sobre la clase obrera, dividiendo sus filas, creando un ejército industrial de reserva de millones en todo el mundo llevó a un debilitamiento sin precedentes de las organizaciones sindicales.
Por estos elementos definimos que en esos años la subjetividad revolucionaria del proletariado, expresada en sus organizaciones y su conciencia de clase, estuvo en sus niveles históricos más bajos. Esto no implica que se hubiera detenido la lucha de clases. Las masas resistieron como pudieron a la ofensiva burguesa principalmente en forma de revueltas y estallidos, como por ejemplo la rebelión anti poll-tax en Gran Bretaña en 1991 que sumió en una profunda crisis al gobierno tory de Margaret Thatcher, la rebelión negra en Los Angeles en 1992 o las revueltas provinciales en Argentina en 1993-95. Estos levantamientos populares pusieron obstáculos al avance de los planes imperialistas pero fueron impotentes para cambiar el rumbo de la situación reaccionaria.

DE LA CONTRAOFENSIVA DE MASAS A LA GUERRA DE KOSOVO
La huelga general de los trabajadores estatales franceses de fines del ‘95 abrió una nueva etapa de la lucha de clases, expresando una tendencia a la unidad de acción entre distintas capas del proletariado y sectores pobres urbanos y del campo, y a la lucha política contra los gobiernos neoliberales. Este proceso había sido anticipado por las huelgas italianas del ‘94 que terminaron con la caída del gobierno de Berlusconi. La clase obrera de varios países protagonizó importantes combates como en Francia, Alemania, Argentina, Ecuador y Corea y luchas por sector como la huelga de los trabajadores de UPS en Estados Unidos . Esta fue la primera respuesta de la clase obrera que reapareció en la escena política desafiando a los gobiernos de los planes de ajuste, de la destrucción de la salud, la educación y los beneficios sociales.
El límite de esta oleada, que definimos como “contraofensiva de masas en numerosos países”, fue la falta de radicalización política, expresada en que no surgieron sectores de masas, o incluso de vanguardia que rompieran con sus direcciones reformistas y retomaran el camino de la acción política independiente. Después de años de retroceso de la clase obrera, de ofensiva imperialista, de reacción ideológica y de crisis del marxismo revolucionario, la idea misma de la revolución proletaria no existía en el pensamiento y en el horizonte de las masas que llevaron adelante esas luchas. Esta contraofensiva pudo ser desviada primero en Europa -que había sido su epicentro- con el ascenso de los gobiernos socialdemócratas llamados de la Tercera Vía que se montaron sobre las ilusiones reformistas del movimiento de masas. Esta “Tercera Vía” fue liderada por el New Labour de Tony Blair y a la que habían adherido Gerard Schroeder en Alemania y Romano Prodi en Italia. Bajo el lema “ni estatismo ni libre mercado, sociedad de mercado” estos gobiernos, seguirían aplicando los planes neoliberales pero buscando consenso social, coptando a las direcciones burocráticas de los sindicatos.
En junio de 1997 estalló la crisis económica en el sudeste asiático, que luego se extendió a Rusia en 1998 y a Brasil a principios de 1999. El estallido de la crisis indicaba que nos acercábamos al fin del “equilibrio inestable” de los ‘90. El paraíso asiático para las ganancias capitalistas se había convertido en un infierno de depresión económica y sufrimientos inauditos para el movimiento de masas. Sobre esta base se desarrolló el proceso revolucionario en Indonesia. La crisis amenazaba con extenderse y los síntomas de inestabilidad en la situación mundial se concentraron en la reemergencia de la lucha independentista en los Balcanes, una zona “caliente” que el imperialismo había intentado estabilizar con sus intervenciones “humanitarias” en el conflicto de Bosnia.
El imperialismo necesitaba dar un nuevo golpe para reafirmar su poder frente a las ondas desestabilizantes de la crisis económica. Nuevamente, como en los ‘80 con la derrota de Argentina en la guerra de Malvinas, y a principios de los ‘90 con la derrota de Irak en la guerra del Golfo, la guerra de los Balcanes fue la forma de crear poder imperial. El triunfo imperialista en Kosovo, aunque a un alto costo, abrió una coyuntura reaccionaria en la que se enmarcan, por ejemplo, la derrota de la lucha independentista en Timor Oriental que facilitó el desvío del proceso revolucionario en Indonesia y el golpe contrarrevolucionario en Chechenia que dio impulso al ascenso del bonapartismo ruso con el triunfo de Putin (como explicamos en el artículo sobre Rusia).
Sin embargo el resultado de la intervención militar en los Balcanes no fue, como en la guerra del Golfo, reafirmar la hegemonía norteamericana sobre las otras potencias mundiales, sino que abrió una situación de mayor competencia interimperialista. Y aunque hizo mucho más lentos los procesos de la lucha de clases no actuó impidiendo que se desarrollara una vanguardia que continúa su aprendizaje a partir de sus experiencias. En síntesis, buscando analogías históricas que permitan comprender estos últimos años, podemos decir que la decadencia del "neoliberalismo" puso en escena un "drama" que combina, de manera concentrada, elementos de las distintas décadas del conflictivo siglo XX.
La situación de la economía mundial, la especulación y la creciente competencia interimperialista por los mercados cada vez más estrechos, recuerdan la situación desenfrenada de la "belle epoque" de los '20. La amenaza de crack y depresión, que sobrevoló en la crisis de 1997 y que ahora regresa como un fantasma ante cada caída brusca de Wall Street, otorga un cierto aroma a la década del '30, abierta por el crack del '29.
Desde el punto de vista de la lucha de clases, el desarrollo de nuevos sectores de vanguardia en el marco de golpes reaccionarios del imperialismo, como la guerra en Kosovo, presenta elementos similares a la situación de los '60, con el surgimiento de fenómenos de vanguardia que antecedieron al ascenso del 68-76.
Esta configuración particular de los últimos años es producto de que las décadas de contrarrevolución "neoliberal", con su combinación de reacción democrática y guerras de baja intensidad, no han vuelto a poner en escena la lucha abierta entre revolución y contrarrevolución y, por lo tanto, se mantienen aún indefinidas las relaciones entre el proletariado y la burguesía.
Tomando la metáfora de Trotsky, la situación internacional es "como la obertura ... los temas musicales de toda la obra", que anticipa las futuras melodías que se desarrollarán "con el acompañamiento de tubas, contrabajos, tambores y otros instrumentos de la verdadera música de clases.

EL AUGE DEL NEOLIBERALISMO Y LA REACCION IDEOLÓGICA
La consolidación de la ofensiva imperialista de los ‘80 fue preanunciada y sostenida por un profundo giro a la derecha de la intelectualidad que puso nuevamente en boga las ideologías liberales y el individualismo “consumidor”, cuyo máximo exponente era el “yuppy” norteamericano tan típico de la era reaganiana.
En 1974 Friedrik von Hayek recibió “sorpresivamente” el Premio Nobel de Economía. Este predicador del libre mercado, cuya influencia se había visto reducida a unos pocos seguidores durante los años del boom, en pleno reinado del keynesianismo, rápidamente comenzó a ganar nuevos adeptos. Según sus discípulos pasó de pronto “de ser un papanatas a ser un gurú”. La Sociedad de Mont Pelerin, círculo que había creado con el objetivo expreso de combatir la economía planificada, que contaba en sus inicios con unas pocas docenas de miembros -entre ellos el filósofo Karl Popper-, se fue nutriendo cada vez más de economistas, políticos e intelectuales. Con el fin del largo boom de la posguerra, las élites económicas y los gobiernos burgueses comenzaron a revertir las políticas keynesianas, basadas en la intervención estatal para “equilibrar” la economía, en la creación del estado de bienestar -sobre todo en los países centrales-, en el pleno empleo y en el aumento de la demanda, para abrazar el “neoliberalismo” de Hayek. A partir de 1977 sus posiciones ya eran casi hegemónicas.
El nuevo (viejo) “dogma” económico indicaba que la intervención keynesiana del estado era lo más pernicioso para el funcionamiento “espontáneo” de la economía, “equilibrada” a través del libre mercado, en el que los precios y sus fluctuaciones son los indicadores, las fuentes de conocimiento que orientan el comportamiento de de los individuos separados que componen una sociedad. Según Hayek, los años de medidas keynesianas le habían dado demasiado poder a los sindicatos que empujaban cada vez más hacia arriba los salarios. Su receta para Gran Bretaña, seguida al pie de la letra por Margaret Thatcher era quitarle poder de negociación a la clase obrera y desacreditar sus organizaciones sindicales. La esencia del neoliberalismo puede resumirse en su fórmula: “Un mercado que funciona espontáneamente, donde los precios actúan como guía para la acción, no puede tomar en cuenta lo que la gente en algún sentido necesita o merece, porque crea una distribución que nadie ha diseñado, y algo que no ha sido diseñado por nadie, un mero estado de cosas como éste, no puede ser justo o injusto. Y la idea de que las cosas deberían ser diseñadas en una manera “justa” significa, en efecto, que debemos abandonar el mercado y girar hacia la economía planificada en la que alguien decide cuánto darle a cada uno, y eso implica, por supuesto, que sólo podemos tenerla al precio de la abolición completa de la libertad personal”. 3 En realidad, el funcionamiento “espontáneo” de la economía a través de los mercados, era pura ideología -en el sentido negativo del término, como ocultamiento y falsificación de la realidad. La ofensiva “neoliberal” implica una enorme intervención estatal a favor de los monopolios y los bancos -valga como ejemplo el llamado “keynesianismo militar” de la era de Reagan.
El renacimiento del viejo dogma liberal en economía encontró su contrapartida también en las filas de la intelectualidad de izquierda, que renunció explícitamente al objetivo de la revolución socialista y condenó al marxismo al “anticuario”. En los primeros años de la década del ‘70, la intelectualidad francesa que ha marcado históricamente el pulso de las ideologías predominantes, sufrió un proceso de transformaciones profundamente reaccionarias, a tal punto que Perry Anderson planteaba a comienzos de los ‘80 que “París es la capital de la reacción intelectual europea”4.
El desvío del ascenso de 1968 en los países centrales hizo que, a la radicalización política de los ‘60, le siguiera una profunda reacción basada en duras derrotas del movimiento obrero organizado. Las derrotas como las de Solidaridad en Polonia, la huelga minera en Gran Bretaña y con ellas la creciente fragmentación de la clase obrera, el ataque a sus organizaciones y la “mercantilización” de todos los aspectos de la vida -incluidas las “conquistas” del estado benefactor, sobre todo la salud y la educación-, fueron aceptadas con resignación por una intelectualidad que se había vendido al dominio irrestricto del capital. Así, las profundas distorsiones contrarrevolucionarias del marxismo expresadas en el stalinismo, el desencanto de la intelectualidad luego del ascenso del ‘68 y la ofensiva imperialista dieron lugar al (re) surgimiento de viejas ideologías adaptadas a los nuevos tiempos del libre mercado. El estructuralismo primero, postulando las estructuras sin sujetos o la muerte del sujeto y el postestructuralismo después, representado principalmente por Deleuze, Derrida y Foucalt, prepararon el terreno teórico desde fines de los ‘70 para el surgimiento y consolidación del llamado “postmodernismo” a partir de los ‘80. El postestructuralismo, en sus distintas vertientes, resaltó sobre todo el carácter fragmentario y heterogéneo de la realidad. Sus grandes temas teóricos y filosóficos, insipirados en una relectura de la obra de Nietzsche y en la lingüística están muy alejados de los del materialismo histórico y de la lucha de clases. Foucault construyó una teoría de la “sociedad disciplinaria” donde las relaciones de poder -siempre ligadas a un determinado saber- ya no están encarnadas en grandes sujetos sociales dominantes y dominados -como las clases y los estados-, que luchan por el poder político, sino que se trata de una “microfísica” del poder, un “dispositivo” omnipresente, internalizado en cada individuo y presente en toda relación social y personal, al que es imposible derrotar sin que se erija otro poder. El motor de la historia ya no es la lucha de clases, sino la sucesión de sistemas de disciplinamiento y de “saber-poder”. Ya no está planteado el objetivo de derrotar al poder de la clase dominante y lograr la emancipación de la clase obrera de la explotación capitalista y con ella de toda la humanidad. Lo único posible y real es la resistencia sólo parcial al “poder”, que siempre genera un “contrapoder” fragmentado, expresado políticamente en la práctica de los movimientos sociales contra determinados aspectos de la opresión social (sexual, racial, de género, carcelaria, etc.).5
El postmodernismo surgió extremando las posiciones postestructuralistas, declarando muertas a las “grandes narrativas”, es decir las teorías que intentan dar cuenta de la totalidad de la historia humana como el marxismo, exaltando el carácter totalmente fragmentario de la realidad y por lo tanto la imposibilidad de conocerla y transformarla. En sus distintas versiones, incluso algunas de “izquierda”6 esta nueva ideología anunció el inicio de una supuesta “nueva fase del capitalismo”, un tipo de capitalismo “postindustrial”, donde priman los avances tecnológicos y de la comunicación sobre la “manufactura moderna” y los consumidores y “yuppies” sobre las viejas clases sociales. El postmodernismo fue la marca reaccionaria de los ‘80 y principios de los ‘90 y permeó los ámbitos culturales, sociales, artísticos y filosóficos al punto de que intelectuales que habían tenido un pasado de izquierda ligado a corrientes del marxismo adhirieron a esta nueva moda pregonando el surgimiento de un tipo de “postmarxismo” adaptado a los tiempos del capital financiero y globalizado, borrando de un plumazo la lucha de clases.
En síntesis el libre mercado en la economía y el postmodernismo en la filosofía le dieron el tono ideológico reaccionario a los años de auge del neoliberalismo, en los que la clase obrera -producto de importantes derrotas- había sido fragmentada, golpeada por la desocupación y el “downsizing” y la mayoría de la intelectualidad la había dado por muerta como sujeto social -muchos como André Gorz ya habían lanzado hacía más de una década su “Adiós al proletariado”-capaz de encabezar una revolución que terminara con el sistema de explotación capitalista.

LA DECADENCIA “NEOLIBERAL” Y EL SURGIMIENTO DE “NUEVAS” IDEOLOGÍAS
La crisis económica de 1997 fue un golpe certero a la “ilusión neoliberal” del progreso social a través del libre mercado e inició un proceso de reversión ideológica, un cuestionamiento al imperio del “neoliberalismo” y a las ideologías que lo acompañaron, agrupadas en el llamado “pensamiento único”. La deslegitimación del capitalismo “globalizado” con el hundimiento de las economías asiáticas y los sufrimientos impuestos a las masas de esos países generó un repudio en amplios sectores de la juventud y de trabajadores contra la especulación financiera y las ganancias extraordinarias de las corporaciones multinacionales.
La crisis finalmente no se extendió a Estados Unidos y Europa. Como explicamos en el artículo sobre economía de esta revista, Estados Unidos aprovechó a su favor la crisis económica y la intervención en Kosovo, logrando un crecimiento récord. El triunfalismo burgués del libre mercado, maltrecho por el golpe de la crisis del ‘97, pasó a realzar las bondades del “nuevo paradigma” económico, el surgimiento de una “nueva economía” basada en los avances informáticos y en la extensión del uso de internet.
Por su parte los “críticos” de la globalización y el “capital financiero” han resucitado una suerte de neokeynesianismo, planteando la “regulación” del funcionamiento de los mercados y medidas proteccionistas, entre otras, que buscan ponerle límites al capital para reformarlo sin cuestionar la misma existencia de la explotación capitalista.
La expresión más utópica de estas “nuevas” ideologías de salvataje del “capitalismo bueno” contra el capital especulativo es la campaña por la aplicación de la llamada tasa Tobin, un impuesto que oscila entre el 0,1 y el 0,25% sobre las transacciones financieras, “con el objetivo de penalizar la actividad especulativa destinando los fondos a la promoción y ayuda ciudadanas”7.
Este reciclamiento de viejas ideologías reaccionarias y utopías pequeñoburguesas, como en las décadas anteriores siguen permeando a la intelectualidad de “izquierda”8. Las seudoutopías ahora en boga son tan miserables que, como plantea un artículo aparecido en Monthly Review, a diferencia de las viejas utopías “no enfrentan los valores de la sociedad existente” y se proponen “el cambio en la medida en que se pueda acomodar a él el estado y el capitalismo” y que, por lo tanto, están muy por detrás ya no digamos del marxismo, sino de Tomás Moro que planteaba que “nunca se logrará un distribución justa de los bienes, o una organización satisfactoria de la vida humana, hasta que sea abolida la propiedad privada”.9
Algunos intelectuales, como James Petras, elaboraron teorías del surgimiento de “nuevos sujetos sociales”, principalmente el campesinado, ante la emergencia de estos sectores en América Latina como el levantamiento zapatista en Chiapas y las tomas de tierra del MST brasilero10. Estas teorías sirvieron de fundamentación ideológica a las corrientes populistas del continente que se fortalecieron producto del carácter del ascenso eminentemente campesino en Latinoamérica.
Los grupos centristas que se reclaman trotskistas, que habían sido incapaces de sostener el marxismo revolucionario durante los años de Yalta, profundizaron también su giro a la derecha. La adaptación de estas corrientes a los regímenes democrático-burgueses y a las ideologías ajenas a la clase obrera, tuvo su expresión en la teoría de la “revolución democrática” como una etapa previa de la revolución, lo que los llevó por ejemplo a participar en las listas de las “oposiciones” burguesas, como el grupo mexicano UNIOS en las listas del PRD, o a disolverse en movimientos democráticos y populistas como el PRT mexicano en el zapatismo. Estas ideologías y programas envenenan y confunden a los miles de activistas y jóvenes de vanguardia que se lanzan a la lucha contra el “capitalismo global” y las grandes corporaciones, pero sin la estrategia de la revolución social en su horizonte.

LAS LUCHAS DE MASAS Y DE VANGUARDIA Y LAS “NUEVAS IDEOLOGÍAS”
En América Latina una nueva oleada de luchas de masas viene sacudiendo a los “eslabones más débiles” del continente desde el levantamiento campesino, indígena y popular en Ecuador a fines de enero. Como explicamos en el dossier sobre Latinoamérica, los acontecimientos de la lucha de clases en Bolivia son el punto más avanzado de esta oleada, mientras en los países más sólidos, donde la burguesía ha conseguido una relativa estabilización, se están desarrollando luchas de vanguardia como la de los estudiantes de UNAM en México y la lucha educativa en algunos estados de Brasil.
En los países centrales que están pasando por un boom económico, la clase obrera y las masas están protagonizando grandes luchas de presión. En Estados Unidos, los profesionales y técnicos calificados de la Boeing, los trabajadores de “cuello blanco” mejor pagos del país, mantuvieron una huelga de cinco semanas por aumento salarial. En Francia hubo importantes movilizaciones de masas por la educación (ver artículo). También es un ejemplo la movilización de decenas de miles de trabajadores en Birmingham contra el ajuste en la planta automotriz Rover, aunque en este caso tiene el carácter de una lucha más de resistencia, controlada por la burocracia sindical con un programa chauvinista.
Lo más significativo en los países imperialistas es el surgimiento de una nueva vanguardia obrera y juvenil que ataca los símbolos del poder capitalista “global”, como las sedes de las grandes corporaciones, las bolsas, las cumbres de la OMC o las reuniones plenarias del FMI y el Banco Mundial.
La movilización de miles de trabajadores y jóvenes contra la cumbre de la OMC en Seattle fue vista con entusiasmo por miles y miles de trabajadores y jóvenes en todo el mundo. Y no es para menos. Desde hace décadas no se ve una movilización de esa magnitud en el corazón del imperio americano, incluso muchas crónicas la comparaban con las movilizaciones contra la guerra de Vietnam. El fracaso de la “Ronda del milenio” fue vivida como un triunfo de la movilización, como un cachetazo en la cara de las corporaciones multinacionales que la auspiciaron (como Microsoft y Boeing). A tal punto que fue tomada como bandera por los estudiantes mexicanos que se movilizaron a la embajada norteamericana para repudiar la violenta represión que sufrieron los manifestantes en Seattle.
La llamada “Batalla de Seattle” tuvo su continuidad en la movilización del 16 de abril en Washington contra el FMI y el Banco Mundial. Miles de jóvenes participaron exigiendo el “cierre del FMI”, denunciando sus planes de ajuste, a la vez que hubo pronunciamientos de solidaridad con la lucha de las masas bolivianas. En este proceso la AFL-CIO tuvo un rol abiertamente reaccionario y chauvinista al llamar a movilizar a los trabajadores contra China, rompiendo el frente único de la movilización contra la OMC.
Estos movimientos muestran, ante los ojos del mundo la bronca y el descontento de amplios sectores de trabajadores, jóvenes y estudiantes frente a los aspectos más brutales de la explotación capitalista. Esto ya se venía expresando en acciones como por ejemplo el llamado “Carnaval contra el capitalismo” en Londres en junio del año pasado, o en las campañas de la vanguardia estudiantil de las universidades norteamericanas, nucleada en organizaciones como USAS (United Students Against Sweatshops, organización estudiantil universitaria que pelea por el salario mínimo de los trabajadores que brindan servicios a las universidades), contra el trabajo esclavo y por el salario mínimo. El boicot a la cumbre de la OMC en Seattle actuó como un gran amplificador de estos fenómenos, transformándose en punto de referencia para la vanguardia en otros países.
La prensa imperialista, desde Business Week hasta Financial Times, fue implacable contra el movimiento de Seattle, interpretando que “se trata de gente que está contra el progreso y la prosperidad”. Pero lo que estos escribas del libre mercado también han tenido que reconocer es que, si bien para los amplios sectores asalariados de Estados Unidos el boom económico es innegable, también lo es el reparto totalmente desigual de esta riqueza. En una encuesta publicada por Business Week después de Seattle, el 75% de los encuestados percibe que se ha generado una enorme masa de riqueza pero que es repartida entre unos pocos, el 63% no ve que el boom económico haya mejorado sus salarios y cree que ha generado más inseguridad en sus empleos, mientras que ve un enorme peso de las corporaciones en la vida política y económica del país. Finalmente el 52% de los entrevistados simpatizó con la movilización de Seattle. En la base de este estado de ánimo está el hecho de que los salarios permanecen completamente rezagados frente a las enormes ganancias de la patronal y un incremento sin precedentes de la semana laboral.
Estos fenómenos no son producto de elementos coyunturales, sino que emergen como cristalización de distintos procesos que se vienen desarrollando en la realidad mundial en los últimos años, de los que hemos intentado dar cuenta a lo largo de este artículo.
Comparada con la vanguardia radicalizada que surgió en el ascenso 68-76 , que afluyó a los partidos de extrema izquierda -como el maoísmo en Europa, los grupos guerrilleros en América Latina-, como expresión del triunfo de la revolución cubana; y dio lugar a la formación de partidos que se reclamaban del trotskismo de más de mil militantes en varios países, los procesos que se vienen desarrollando desde el año pasado tienen un carácter incipiente y preparatorio. Sin embargo, a la luz de los últimos acontecimientos en América Latina, podemos ya afirmar que esta nueva vanguardia cuyas acciones tienden a superar los marcos de los regímenes democrático burgueses influyó en el desarrollo de la lucha de clases y seguirá influyendo en el próximo período.
A pesar de su limitada radicalización política, de su gran confusión ideológica y de la influencia de corrientes y programas “reformistas de izquierda”, populistas y seudoanarquistas, para los revolucionarios estos procesos son altamente progresivos. Como explicamos más arriba, décadas de reacción ideológica y de crisis del marxismo revolucionario dieron como resultado el (re) surgimiento de nuevas – viejas ideologías y programas políticos que más allá de sus diferencias de matices pregonan movilizar el “poder ciudadano” y de los consumidores para ponerle límites al capitalismo, borrando del horizonte político la idea de la revolución proletaria. Jubileo 2000, Tasa Tobin, ATTAC internacional, editoriales de Le Monde Diplomatique (y de varios periódicos de grupos centristas que se reclaman trotskistas), ONGs, intelectuales convertidos al neokeynesianismo conviven con el proteccionismo proimperialista de la AFL-CIO, y otros programas de las burocracias sindicales que hacen propias las políticas propuestas por sectores burgueses perjudicados por la “apertura” de las economías y el libre mercado.
La acción de estas variantes reformistas son un obstáculo para que emerja la acción obrera independiente y para que los miles de jóvenes que hoy enfrentan aspectos parciales del capitalismo con la ilusión de poder ponerle límites, avancen en cuestionar y enfrentar las bases mismas del capitalismo, la propiedad privada y por esa vía busquen las formas de aliarse a la clase obrera, única clase capaz de llevar esa lucha hasta la revolución socialista.

LA LUCHA POR LA RECOMPOSICION DEL MARXISMO REVOLUCIONARIO
Los corrientes centristas que hablan falsamente en nombre del trotskismo, por sus políticas sectarias u oportunistas según los casos, también conspiran contra el desarrollo revolucionario de esta vanguardia. El accionar vergonzoso de estos grupos en los principales procesos mostró que están totalmente domesticados por los regímenes democrático-burgueses, lo que los ubica en la trinchera opuesta de los nuevos sectores de vanguardia.
La Liga Comunista Revolucionaria (LCR) de Francia, que desde hace años plantea que se han borrado las fronteras entre reforma y revolución, se suma a las iniciativas “antineoliberales” como ATTAC y se ocupa en su periódico de que “el combate por la tasa Tobin, que toma una dimensión internacional creciente, cuando las crisis financieras de 1997-98 han reducido el dominio ideológico neoliberal, debe responder a nuevos retos” y de cómo “los movimientos sociales y democráticos” pueden aprovechar a su favor la implementación de la tasa Tobin11,mientras ha estado ausente de la lucha internacional para liberar a los estudiantes mexicanos presos luego de la represión a la huelga de la UNAM.
Desde una lógica abstencionista, Lutte Ouvrière desprecia a esta vanguardia viendo sólo sus límites. En un artículo, aparecido en su revista mensual, afirman que: “Está de moda hoy mirar a Seattle como el despertar de una nueva militancia e ignorar quiénes estuvieron allí, qué propusieron y la confusión que esas propuestas podrían causar en las mentes de la clase obrera si llegara a tomar las demandas de Seattle. Seattle no representó un paso adelante, ni siquiera un rodeo encaminada vagamente hacia la dirección correcta. Buscar alguna dinámica promisoria allí es ignorar en primer lugar la composición social del movimiento. No es un accidente que las ideas proteccionistas incluyendo las más reaccionarias no sólo estuvieron representadas en el movimiento sino que le dieron a la movilización de Seattle su carácter político”12. No es extraño que esta corriente que, por ejemplo, en Francia se negó sistemáticamente a participar en las movilizaciones contra el Frente Nacional o de los sans papiers por considerar que enfrentar al racismo no es enfrentar al capitalismo, tenga esta actitud en un fenómeno como el de Seattle. Cabría preguntarles cómo se puede esperar que surjan fenómenos revolucionarios puros después de años de retroceso del movimiento de masas que se ha expresado en una fenomenal crisis de subjetividad del movimiento obrero, producto de derrotas, desvíos y traiciones, la acción nefasta de los aparatos contrarrevolucionarios y su giro a la derecha durante la ofensiva “neoliberal”.
En América Latina, corrientes como el POS mexicano -partido hermano del PSTU brasilero y segundo grupo en importancia de la LIT, consideró a los estudiantes de la UNAM agrupados en el Consejo General de Huelga como “ultraizquierdistas”, haciéndose eco nada menos que de la misma campaña del régimen del PRI-PAN-PRD y estuvo abiertamente con las corrientes “moderadas”, es decir, de la “oposición” burguesa, actuando como rompehuelgas, lo que les valió el repudio de los estudiantes paristas.
En Argentina la adaptación de los grupos centristas que se reclaman trotskistas al régimen democrático-burgués no tiene nada que envidiarles. Mientras que el MST se ha diluido en una alianza con el Partido Comunista, el Partido Obrero argentino se mueve al ritmo de los calendarios electorales del régimen y de la posible base electoral para sus “propuestas”. En los últimos meses los esfuerzos de este partido estuvieron centrados en que su principal dirigente, Jorge Altamira, logre una banca en la legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, y en pos de esta estrategia electoralista el PO estuvo completamente ausente de las luchas más importantes del movimiento de masas y la vanguardia. Inútil fue para cualquier activista argentino encontrar al PO en la lucha internacionalista en solidaridad con los estudiantes mexicanos de la UNAM, lo mismo que para los jóvenes liceístas franceses encontrar a la LCR o Lutte Ouvriére en sus movilizaciones frente a la embajada de México exigiendo la libertad de los estudiantes detenidos.

Los grupos de la Fracción Trotskista - Estrategia Internacional estamos interviniendo con todas nuestras fuerzas en estos procesos, impulsando sus tendencias, sus acciones y sus organismos más radicalizados y , combatiendo sus ilusiones y sus direcciones reformistas, populistas y burocráticas.
Contra las corrientes sectarias y abstencionistas seguimos el consejo de Trotsky a los revolucionarios españoles cuando les planteaba que “No nos solidarizamos ni por un instante con las ilusiones de las masas, pero lo que tienen de progresivo dichas ilusiones debemos utilizarlo hasta el fin; de lo contrario no somos revolucionarios sino unos despreciables pedantes”13. Desde las filas de los sectores más avanzados, buscamos que estos no queden aislados del movimiento de masas y peleamos porque esta vanguardia ligue su destino a la clase obrera, planteando la necesidad de un programa obrero independiente y una lucha política e ideológica que reivindique al marxismo y la estrategia de la revolución proletaria.
La intervención de la LTS y su juventud Contra Corriente en México en el seno del CGH, la intensa actividad internacionalista desarrollada por los grupos de la FT en Argentina, Chile, Brasil, Londres y Francia en solidaridad con la lucha de la UNAM y por la libertad de los estudiantes detenidos, la búsqueda permanente por confluir con sectores avanzados del movimiento obrero -expresada por ejemplo en el lanzamiento del nuevo LVO, el periódico del PTS argentino de distribución masiva en los principales establecimientos y fábricas del país, donde participan trabajadores denunciando la explotación capitalista y compartiendo sus luchas-, la intervención de nuestros compañeros en Bolivia y la declaración de la FT frente estos acontecimientos, son esfuerzos enormes que está haciendo nuestra pequeña fracción internacional, para influenciar con el programa y la estrategia del trotskismo a los nuevos sectores de jóvenes, estudiantes y trabajadores.
En esta etapa preparatoria, en la que todavía no se expresan elementos decisivos de radicalización política, es imprescindible avanzar en la recomposición del único marxismo revolucionario en nuestros días, el trotskismo, combatiendo a las direcciones reformistas, populistas y neostalinistas del movimiento de masas y derrotando a las corrientes centristas que en nombre del trotskismo les capitulan, con la estrategia de poner en pie una internacional revolucionaria, que para nosotros se expresa en la reconstrucción de la IV Internacional.
Sin embargo, no creemos que ésta será reconstruida de forma evolutiva, a partir de los avances de nuestra pequeña liga internacional, ni de cualquier otra corriente que se reclame trotskista, sino por medio de la fusión de las capas más avanzadas de la vanguardia obrera y juvenil, y el marxismo revolucionario.
El desarrollo actual de los fenómenos de masas es incipiente, todavía no se han producido rupturas de masas en los aparatos reformistas ni desprendimientos por izquierda en las corrientes centristas. Sin embargo, en el próximo período, bajo el impacto de los golpes de la realidad y de grandes acontecimientos de la lucha de clases surgirán sectores radicalizados en el seno del movimiento obrero y de masas, así como también grupos que se orienten en el sentido revolucionario en las filas de los partidos de izquierda y en los grupos se proclaman trotskistas. La intervención actual de los grupos de la FT responde a las tareas preparatorias y a un combate sin cuartel por la estrategia del marxismo revolucionario para poder confluir, cuando se desarrollen procesos mayores de radicalización política de masas, con estos nuevos sectores revolucionarios, a partir de sacar en común las lecciones programáticas y estratégicas de los principales hechos de la lucha de clases internacional, en un Comité de Enlace que luche por la reconstrucción de la IV Internacional.

1 El resultado de la guerra de las Malvinas permitió al imperialismo retomar la ofensiva sobre América Latina, luego de la llamada “crisis de la deuda”
2 Para un análisis más exhaustivo de nuestra corriente sobre la subjetividad proletaria ver, por ejemplo, Presentación de EI Nº8 y “La guerra de los Balcanes y la situación Internacional”, EI Nº 13.
3 The Road from Serfdom - Forseeing the Fall. Entrevista a F. Hayek, realizada por Thomas Hazlett en mayo de 1977 publicada en Reason Magazine. (traducción del redactor)
4 Anderson, Perry: “Tras las huellas del materialismo histórico”, Siglo XXI,1983.
5 Una definición más concentrada del complejo concepto de “Poder” y sus implicancias, podrá encontrarse en “Michel Foucault: Un diálogo sobre el poder y otras conversaciones”, Alianza Editorial, 1981.
6 Ver por ejemplo las concepciones de Fredric Jameson en “El giro cultural - Escritos seleccionados sobre el postmodernismo 1983-1998”, Ed. Manantial 1999.
7 Le Monde Diplomatique, El Dipló, diciembre de 1999. Sobre la aplicación de la Tasa Tobin y la constitución de ATTAC (Acción para una Tasa Tobien de Ayuda al Ciudadano) ver Le Monde Diplomatique, diciembre de 1997. En el artículo “Keynesianos super light de los ‘90” aparecido en EI Nº7 se podrá encontrar una extensa crítica a esta posición.
8 A mediados de los '90 el apogeo del "postmodernismo" también empezó a caer, pero sus postulados siguen influeyendo a las "nuevas ideologías". Una visión particular de la izquierda norteamericana y de un cambio en su práctica "cultural" a una militancia reformista ligada a los problemas concretos de la gente se podrá encontrar en el libro "Forjar nuestro país. El pensamiento de izquierdas en los Estados Unidos del Siglo XX" de Richard Rorty, Editorial Paidos 1999. Allí el autor se reivindica de "izquierda" y a la vez un "liberal burgués", y un "contextualista". Rorty se lanza virulentamente contra el marxismo. Por ejemplo plantea que " (...) Para nosotros, los estadounidenses es importante impedir que el marxismo influya en la historia que podemos contar sobre nuestra propia izquierda. Deberíamos repudiar la insinuación marxista de que sólo se puede considerar de izquierdas a quienes están convencidos de que se debe superar el capitalismo, y que cualquiera que diga lo contrario es un liberal blando, un reformista burgués con falsa conciencia(...)”
9 “Rethinking Socialist Imagination: Utopian vision and working class capacities”, S. Gindin y L. Panitch, Monthly Review,vol.51, Nº10 (traducción del redactor).
10 Para una visión más amplia del pensamiento político de J. Petras sobre este tema, ver por ejemplo “América Latina: El regreso de la Izquierda”, New Left Review Nº 223 mayo-junio 1997, publicado en español en Cuadernos del Sur Nº 25, o el trabajo más reciente “Consecuencias políticas del neoliberalismo” publicado por Rebelión, abril de 2000.
11 Ver “La Tasa Tobin, una nueva etapa”, publicado en Rouge 17-3-00.
12 Extraído del artículo “World Trade Organization -Railing against the WTO doesn’t stop imperialism’s ills” publicado en revista Class Struggle, del grupo de la Unión Comunista Internacional The Spark. Este artículo también apareció en la revista francesa Lutte de Classe. (traducción del redactor).
13 Trotsky, León: “La revolución española y sus peligros”. Mayo de 1931

 

 

   

 

   
  La Fracción Trotskista está conformada por el PTS (Partido de Trabajadores por el Socialismo) de Argentina, la LTS (Liga de Trabajadores por el Socialismo) de México, la LOR-CI (Liga Obrera Revolucionaria por la Cuarta Internacional) de Bolivia, ER (Estrategia Revolucionaria) de Brasil, Clase contra Clase de Chile y FT Europa. Para contactarse con nosotros, hágalo al siguiente e-mail: ft@ft.org.ar