Brasil
Gobierno Dilma: la estabilidad política de un castillo de naipes
25/02/2015
Si fuésemos parte del público en la puesta en escena de los comienzos del nuevo gobierno Dilma, estaríamos frente a un escenario devastador.
La combinación de elementos dinámicos nos llevaría a ver una crisis ya el comienzo del nuevo gobierno: la economía camina hacia una recesión, el nuevo ministro anuncia ajustes contra los derechos laborales, las automotrices anuncian despidos – con huelgas amplias – es elegido un desapegado de Dilma como presidente de la cámara de diputados, los escándalos de corrupción de la operación “lavado a chorro” se profundizan y la popularidad de la presidenta cae a los niveles de la época de las movilizaciones de junio de 2013. Es en ese contexto que, entre chismes e intrigas, gana el vocabulario de las masas la palabra “impeachment” (destitución).
Este era el escenario al principio, pero la obra siguió. El hecho es que si mirásemos una fotografía del cuadro político actual, da la impresión de una coyuntura relativamente más amena. Parecen haberse desarrollado elementos de equilibrio en el gobierno, un pequeño aliento.
El hecho es que en estas semanas, el gobierno Dilma con la ayuda de Lula viene moviendo palitos para reconstituir elementos de estabilidad política. En cuanto a la economía, ha combinado un discurso firme de Joaquin Levy en defensa de los ajustes, pero negociando con las grandes centrales una posibilidad de sutil concesión, modificando una de las medidas referente al seguro desempleo, reduciendo el plazo para el beneficio, aún el marco de un gran ataque. En cuanto al régimen político, Dilma y Lula se han reunido sistemáticamente con el PMDB, incluyendo al díscolo Eduardo Cunha, para hacer los negocios políticos del agrado de la base aliada.
Como coronación del cambio de estrategia, Dilma se ha acercado al público. Ha discutido en la prensa los ajustes, ha hecho marketing presidencial en las obras y gestiones del gobierno y principalmente ha atacado a la oposición en la cuestión de la corrupción. Una y varias veces Dilma ha intentado involucrar al gobierno de Fernando Henrique Cardoso en los escándalos de Petrobrás, diciendo que desde aquel entonces ya existía corrupción, pero que ahora se está investigando más.
Parece que el gobierno viene teniendo cierto éxito: ahogó un poco el “debate impeachment” y ha intentado incluso aventurarse contra la oposición (PSDB). Las dudas que quedan son dos: ¿cuál es el precio político y cuál es la durabilidad de este equilibrio?
Sin duda si pudiésemos hablar de equilibrio, tendríamos que acrescentar el complemento “inestable”, y debemos notar que estamos en el plano de la coyuntura inmediata y no de la situación general que continua turbulenta. La recesión sigue caminando, los ajustes siguen afectando a los trabajadores, los escándalos de corrupción están ahí y la popularidad de Dilma sigue baja.
Pero lo fundamental aquí es otra cuestión: el costo político, si es que podemos hablar en esos términos, de ese equilibrio inestable, es la más intragable política de alianza con sectores reaccionarios del régimen político brasilero. El emblemático acuerdo con Eduardo Cunha – que llegó a un acuerdo sobre la cuestión de los ajustes y de la corrupción de ser menos torpe – ha abierto una avenida para que ese político ataque cualquier derecho democrático, sea de las mujeres, como en la cuestión del aborto, o de la comunidad LGBT, llegando a acelerar proyectos como el estatuto de la familia, que preve la adopción de niños solo por heterosexuales, únicos que podrían ser considerados familia.
Así, el gobierno Dilma se parece al endeudado que contrae nuevo préstamos para pagar sus deudas. No está más que cavando nuevas contradicciones y astillando cualquier elemento progresista en el gobierno. La oposición ya no habla de impeachment, pero como parte de un acuerdo espurio, consciente, como parte de los intereses de todos los partidos dominantes, que no es ventajoso generar una mayor inestabilidad, menos en un país con una enorme crisis de representatividad. Con un PT atacando a los trabajadores y haciendo concesiones a sectores reaccionarios en los derechos democráticos, podríamos incluso decir que queda poco espacio para la oposición.
Podemos notar que la actual estabilidad es como un castillo de naipes, que hizo que la oposición deje de soplar, pero mantuvo la ventana de vientos de las luchas obreras abierta: el PT puede hacer acuerdos detestables con partidos como el PMDB y con burocracias sindicales, pero frente a su crisis histórica, ya no será tan facil controlar al movimiento obrero, que ya protagoniza en el comienzo del año, huelgas como la Volkswagen y General Motors en la industria, hace una huelga histórica de profesores en Paraná contra los ajuste del gobierno, y otros movimientos como la reciente huelga de camioneros.
Este es el mayor foco de inestabilidad y la mayor traba para que un gobierno petista en crisis se vuelva “estable”.