EL PAIS - 31-10-2011
Libia acelera la formación de su Ejército ante la retirada de la OTAN
31/10/2011
Caía la tarde del 19 de marzo cuando la OTAN, amparada por la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que había establecido un par de días antes la zona de exclusión aérea sobre Libia, salvaba a Bengasi de una matanza. Los tanques de Muamar el Gadafi avanzaban a un par de kilómetros de la cuna de la rebelión cuando fueron abrasados por los cazabombarderos franceses. El aluvión de agradecimientos a la Alianza Atlántica y al presidente Nicolas Sarkozy fue acompañado por la irrupción de banderas tricolores francesas –también británicas y de Catar– en la plaza de los juzgados de Bengasi. Aunque deseaba el Consejo Nacional Transitorio (CNT), el organismo que ha dirigido el alzamiento, que la aviación de los países occidentales continuara su labor hasta final de año, los aliados, aquejados por la crisis económica, no han cedido a la pretensión de las nuevas autoridades libias. El último minuto de hoy lunes, muerto el dictador y arrasado su poderío militar, la OTAN concluye sus operaciones militares, mientras el CNT acelera la formación de un nuevo ejército que afronta una labor repleta de desafíos.
Más de 22.000 misiones aéreas, el permanente patrullaje de las costas mediterráneas, el envío de asesores castrenses franceses, británicos e italianos, el suministro de armamento francés y la llegada de uniformados de Catar –por muy reacios que fueran los flamantes líderes políticos libios a la presencia de tropas extranjeras en su país– impidieron que la revuelta fuera aplastada. Están convencidos los líderes políticos y militares, aunque todavía no den el paso de trasladar el Gobierno desde Bengasi a Trípoli, de que el peligro se ha desvanecido y que los gadafistas no suponen ya riesgo alguno. “Debemos tener cautela. Preferiríamos que la OTAN permaneciera hasta fin de año, pero no creemos posible un contraataque de los fieles al antiguo régimen. Cada día somos más fuertes”, comenta Mohamed Alí bin Kura, portavoz militar de Zauiya. La prioridad es la formación de un Gobierno interino y de un ejército que reemplace a las anárquicas milicias que hicieron la guerra sin un mando unificado.
Esfumados, detenidos, muertos en combate o asesinados los prebostes del gadafismo, el Consejo Nacional Transitorio (CNT) debe acometer dos tareas que requieren la ayuda de la tecnología de los países occidentales. Es imposible que pueda llevar a cabo con sus escasos recursos estas misiones: el control de los miles de kilómetros de las fronteras del sur del país con Níger, Mali y Argelia, y la búsqueda de misiles tierra-aire desaparecidos de varios arsenales.
En pleno desmadre bélico, muchos depósitos de armas carecieron de custodia e inmensas cantidades de explosivos y misiles tierra-aire -–cuya apropiación por grupos terroristas supondría un enorme riesgo para la estabilidad regional y los vuelos comerciales– fueron robadas de los arsenales. Se ignora quién los saqueó. Musa el Kuni, representante de la etnia tuareg en el CNT, admitía a este diario el 17 de octubre en Madrid que un equipo de especialistas de Estados Unidos se hallaba en Libia para rastrear el paradero de esos proyectiles. Creen los militares que se rebelaron contra Muamar el Gadafi que están en algún lugar del enorme desierto libio.
Tampoco son capaces, y así lo admiten los jefes militares, de garantizar la seguridad en los límites territoriales de Libia con Malí y Argelia, y tampoco con Níger, donde Gadafi contaba, y sigue contando Saif el Islam, con el apoyo de gran parte de la población y sus líderes tribales, que dicen harán lo que sea necesario para salvar al hijo del autócrata en fuga que negocia su entrega al Tribunal Penal Internacional. Esta región es un paraíso del contrabando, y la escasez de milicianos para vigilarla, patente. "Las fronteras con Túnez y Egipto son ya seguras y no hay problemas. En el sur es diferente. No tenemos la misma sensación. La gran mayoría de los rebeldes eran personas que vivían en las ciudades del Mediterráneo y en las montañas occidentales del país, y aunque se han desplazado al sur varios grupos de ellos, no conocen bien el terreno en que se mueven", reconoce Mohamed Alí bin Kura, portavoz militar de Zauiya. La resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, votada por unanimidad el pasado jueves, expresa su preocupación por estos dos retos en los que está embarcado el Gobierno libio, que implora la asistencia de los países aliados en la guerra.
El coronel Bashir el Neiri, uno de los oficiales que combatió en Misrata, explica el procedimiento de formación del Ejército: “El consejo militar de cada ciudad está eligiendo a sus representantes, que acudirán a Bengasi la próxima semana para establecer la nueva jerarquía militar y elegir a sus jefes”. Hay que esperar unos días porque la peregrinación a La Meca está en su apogeo y la fiesta que pone fin a este precepto islámico (Eid el Adha, la fiesta del sacrificio) comenzará a partir del lunes de la próxima semana.
En algunas ciudades ya se conocen los nombres de los delegados que viajarán a Bengasi. El coronel Sadik Fehel el Bum representará a Zauiya, localidad a 50 kilómetros al oeste de Trípoli escenario de matanzas que dejaron sin aliento la insurrección. Sin duda, los militares de profesión –despreciados durante décadas por el régimen de Gadafi, que creó y dotó de armamento moderno a las brigadas que dirigirían sus hijos Mutasim y Jamis– jugarán un papel decisivo. Se trata ahora de que los shabab (muchachos), esa multitud de médicos, funcionarios, abogados, campesinos, maestros, desempleados, mecánicos o ingenieros que, a veces, acudían al frente con un simple cuchillo en sus manos, entreguen las armas. Ya se está consiguiendo.
Los ciudadanos convertidos en milicianos durante ocho meses de contienda han respondido obedientes a los llamamientos oficiales y a los carteles adheridos a las paredes tripolitanas que, como una señal de tráfico, prohíben llevar armas en lugares públicos. El panorama en las ciudades libias está dando un vuelco espectacular. Cuando menos en Bengasi y Trípoli. Hace solo una semana, el trasiego de camionetas cargadas con baterías antiaéreas y ametralladoras atestaba las calles y avenidas de la capital. Han desaparecido. Casi de un plumazo. Cierto es que muchos de quienes conducían esos vehículos procedían de Misrata (200 kilómetros al este de Trípoli) y Zintán (en las montañas de Nafusa, junto a la frontera tunecina), cuyos guerrilleros fueron determinantes en la caída de Trípoli.
Pero tampoco se observa a los miles de hombres armados que deambulaban de un lado a otro celebrando la muerte del sátrapa o la liberación oficial del país. La inmensa mayoría de quienes empuñan un kalashnikov llevan colgando visible una acreditación expedida por el CNT. Trípoli ya es lo que era antes del 17 de febrero: una ciudad con un tráfico caótico y con colas a las puertas de los bancos para retirar el dinero con el que celebrarán la fiesta de Eid el Adha. Misrata es caso aparte. El desarme de los shabab llevará más tiempo en esta ciudad, cuyos mandos prometen que nunca permitirán el retorno a localidades vecinas (Tauerga y Sirte) a la población que respaldó abiertamente al tirano y perpetraron horribles tropelías en Misrata.