Argentina - Debate
Los profundizadores del “modelo” en el país de las maravillas
22/09/2011
Tomado de IPS Karl Marx - Blog de debate
http://www.ips.org.ar/
Con el gobierno teniendo las elecciones de octubre prácticamente ganadas, se ha empezado a discutir hacia dónde irá el “modelo económico K” en el nuevo período presidencial. Un diagnóstico que es casi unánime, tanto entre los críticos de la política oficial como en muchos de los que la apoyan, es que se impone un giro luego de las elecciones, para afrontar el agotamiento de las condiciones que solventaron muchos de los lineamientos de la política oficial. Incluso, el ministro y candidato a vicepresidente Amado Boudou ha comprometido informalmente ante empresarios que después de las elecciones se enfrentarán distintos temas pendientes, como el acuerdo con el Club de París, apuntando a volver a endeudarse en el exterior, y se anunció nuevamente que se intentará desmontar los subsidios a las tarifas, al combustible y a los alimentos. Además, tanto él como la presidenta sugirieron que irán a una pauta para los aumentos salariales negociados en paritaria que rondará el 18% para 2012, es decir por debajo de la inflación real prevista.
Aunque promesas similares se realizaron antes de que Cristina Fernández asumiera en diciembre de 2007, lo que les da mayor credibilidad es que los dos grandes pilares del esquema K, la abundancia de dólares originados en la exportación, y el superávit fiscal, están llegando a su límite. La fuga de capitales se lleva casi todos los dólares del comercio, y por eso, el año próximo no habrá un aumento de reservas en el Banco Central (BCRA) que pueda usarse para pagar deudas, como se hizo con el Fondo del Bicentenario en 2010, y nuevamente este año. Si todo sigue como viene hasta ahora, usar dólares del BCRA para pagar la deuda, significaría en 2012 reducir las reservas. En lo que hace a los números fiscales, los recursos de la ANSES y otros organismos permiten seguir cerrando las cuentas, pero de forma bastante ajustada. A esto se suma la inflación, que sigue tan firme como hace cuatro años, o incluso más desbocada, y con los pilares del crecimiento pos devaluación agotándose es cada vez más difícil de manejar. Esto hace mella en la gran ventaja pos devaluación, que son los precios y salarios bajos en dólares: como el peso tiene una paridad casi fija con el dólar, mientras los precios tienen una fuerte alza, esto significa que el dólar pierde poder de compra en el país, y que los exportadores pierden “competitividad” (Para un análisis más pormenorizado, leer este análisis realizado hace unos meses en este mismo blog).
El club de la buena onda
Sin embargo, algunos economistas K cuestionan este diagnóstico. Para ellos no estamos ante un agotamiento del esquema, sino ante el desafío de su profundización. Es el caso de los economistas del CENDA, que publicaron el domingo 11/9 en el suplemento económico Cash de Página/12 un elogio del modelo, titulado “Falso debate”. Para los autores, todos los que plantean que hay que encarar cambios profundos, ya sea devaluando para recuperar el tipo de cambio competitivo, o buscando las vías para volver al mercado de capitales, no comprenden “los determinantes del nuevo patrón de crecimiento”.
Los autores del artículo afirman que durante estos años han “manifestado nuestro profundo desacuerdo con dos tipos de explicaciones teóricas mono-causales de la expansión de la post-convertibilidad: la hipótesis del ‘viento de cola’, según la cual la economía argentina crece impulsada exclusivamente por condiciones externas favorables; y la del Tipo de Cambio Real Competitivo y Estable (Tcrce), según la cual la economía argentina se expande gracias a la dramática reducción del salario real resultante de la devaluación de 2001/2”.
Para ellos, son otros dos factores los que deben contemplarse para explicar el crecimiento: “1. El impulso fiscal, en especial a partir de 2006; 2. La recuperación del salario real”.
Es interesante notar que el grupo CENDA parece haber cambiado marcadamente su opinión sobre lo que eran los aspectos fundamentales para explicar el crecimiento de la economía argentina. En 2007, cuando su director, Axel Kicillof, aún no se había declarado abiertamente oficialista, no tenía reparos en reconocer que las elevadas ganancias empresarias, correlato de los salarios bajos, eran la “caja negra” del crecimiento económico argentino. Para que no queden dudas, allí afirmaban: “En forma innegable la devaluación generó niveles extraordinarios de rentabilidad en los sectores ligados a la exportación, circunstancia que ha constituido quizás la principal explicación del espectacular crecimiento argentino de los últimos años” (Ceriani, P.; Kicillof, A.; Nahón, C., “La trayectoria de las ganancias después de la devaluación: la “caja negra” del crecimiento argentino”, Notas de la Economía Argentina N°4, CENDA, Buenos Aires, diciembre de 2007). Sin embargo, ahora nos enteramos que los autores siempre han polemizado con lo que al menos algunos de ellos sostenían hace algunos pocos años. Frente a este cuestionamiento, tal vez responderían que reconocer a las ganancias elevadas (asociadas a los salarios “devaluados”) como la “principal explicación” no equivale a aceptar ninguna monocausalidad, que es lo que dicen rechazar en su reciente artículo. Sin embargo uno no puede evitar tener la impresión de que los autores están diciendo que siempre han discutido contra lo que decían apenas unos años atrás, y que lo que antes era una “principal explicación” queda reducida, en el mejor de los casos, a un factor secundario esbozada por otros y no por ellos mismos.
Las imposturas no se detienen ahí. Mientras el CENDA afirma en el artículo del domingo, y lo ha hecho en otras ocasiones, la importancia que tendría la recuperación de los salarios reales para explicar el crecimiento, también pueden reconocer, si es necesario, que los salarios están prácticamente planchados, en términos reales, al menos desde 2008 (en realidad, desde 2007 que el salario dejó de recuperarse en términos reales). Este reconocimiento, que puede leerse en su “Informe laboral n° 20” del verano 2011, equivale a aceptar que en términos de poder adquisitivo, el salario está en niveles similares a los de 2001. Dado que para 2006/2007 estaba alcanzando nuevamente ese nivel es decir, el que tenía en el último año de la crisis, antes de la devaluación, y que desde entonces la inflación está superando o igualando los aumentos logrados en la mayoría de los gremios, no queda mucho espacio para hablar de recuperación del salario real, mucho menos para explicar la recuperación desde 2003. No se avanzó mucho más que revertir los estragos que hizo la devaluación.
Entre tanta liviandad, tampoco sorprende que los autores quieran explicarnos la dinámica de crecimiento desde 2003 apelando a aspectos de política aplicados… “en especial a partir de 2006”. El “impulso fiscal” tuvo un rol prácticamente irrelevante hasta ese momento. El gasto público se mantuvo en niveles bajos hasta 2006, después de ajustarse un 25% durante el año 2002. Esto parecen notarlo los autores, por eso destacan la importancia que tiene recién en los últimos años.
El crecimiento que los autores buscan explicar por estos dos motivos, tuvo sus mejores años entre 2003 y 2006, cuando ninguno de los dos factores a los que apelan podría tener incidencia.
Aunque ahora nieguen lo que en otro momento reconocieron, fue la recomposición de las ganancias producto de la devaluación (por la vía del desplome de los costos laborales) el factor que dinamizó el crecimiento, junto con la recuperación de la demanda y los precios internacionales. Cualquier medida de impulso a la demanda efectiva, con excepción de los planes jefes y jefas y alguna suba no remunerativa del salario (que no llegaron en magnitud a compensar el “shock” negativo que tuvo la caída del salario real), no llegó hasta bastante más adelante.
¿El “modelo” recompone los salarios?
Es de una audacia a prueba de evidencias, afirmar que es parte integrante de la política económica kirchnerista, una recuperación de los salarios reales, a excepción que no vayamos más allá de una comparación con el hundimiento de los mismos que siguió a la devaluación de 2002. Los salarios, salvo que demos relevancia a los magros aumentos “no remunerativos” de los primeros años pos devaluación, no empezaron a recuperarse hasta fines de 2004. No fue gracias al “modelo” sino a duras luchas que debieron darse -especialmente en 2004 y 2005- para que los empresarios aceptaran renunciar a una parte de sus ganancias. Y ciertamente, a partir de 2006, el gobierno se caracterizó por una política salarial, pero no justamente para impulsar el aumento de los ingresos de los trabajadores, sino todo lo contrario. De la mano de Hugo Moyano, al frente de la CGT, buscaron imponer informalmente un techo para las negociaciones salariales. De ahí en adelante, los salarios negociados serían en todos los gremios iguales o inferiores a los aumentos de precios, salvo escasas excepciones (como fue en 2010 en el gremio de la alimentación gracias a las comisiones internas de Kraft, Pepsico y otras más, dirigidas por sectores clasistas y antiburocráticos). La recuperación del salario real, más que un objetivo del “modelo”, parecería ser entonces más bien una cuestión a limitar y controlar, con ayuda de la burocracia sindical cegetista, para responder a las inquietudes de los empresarios.
En todo caso, el rol del consumo de los asalariados como factor de crecimiento de la demanda doméstica, que jugó un rol en el crecimiento desde los primeros tiempos, no ha sido un mérito de la política económica, sin un efecto del formidable abaratamiento del salario como costo para los empresarios. Esta caída, sumada a la protección interna del tipo de cambio depreciado y al contexto internacional más favorable que se registra desde 2002, permitió reactivar la producción sacando enorme provecho de una fuerza de trabajo abaratada. El resultado fue que en los primeros años pos devaluación creció fuerte el empleo, gracias a los bajos salarios. Esta “consolidación de un mercado interno” es un producto directo del mazazo al salario que transformó a la fuerza de trabajo en un insumo barato. Tal vez desde el CENDA pretendan que esto de todos modos valida su argumento, ya que aunque no sea tanto por la recuperación del salario real como por el mayor empleo, la demanda doméstica juega un rol en el crecimiento. Así planteado, difícilmente puedan encontrarse muchas virtudes distributivas en el “modelo” que defienden.
Cierto, el consumo en los últimos años se mantiene al tope en todos los sectores sociales, y este es un aspecto que contribuye a mantener firme la demanda. Sin embargo, más que limitarse a constatar los signos de bonanza que esto expresaría, también hay que ver que allí juega un desesperado intento por deshacerse del dinero en efectivo, o embarcarse en cuotas, porque más vale tener bienes o comprometerse a pagar a futuro un monto que la inflación habrá de desvalorizar rápidamente. Las virtudes distributivas de la inflación difícilmente puedan presentarse como progresistas: quienes ganan con la suba de precios pueden ser quienes los fijan y pueden remarcarlos, o el Estado que recauda más a mayores precios.
Ajustes y parches desde 2006
Aunque desde CENDA remarquen la necesidad de entender “la dinámica económica del nuevo patrón”, cosa que ni los devaluacionistas ni los partidarios de un giro ortodoxo para emitir nueva deuda serían capaces de hacer, no parece que pueda avanzarse mucho en ese sentido sino partimos de distinguir las dos etapas que ha tenido la política económica durante el kirchnerismo. Definir los cambios registrados a partir de ese momento, e indagar sus motivos, es un aspecto fundamental que resulta altamente revelador para explicar el esquema K. Al no hacerlo, el intento pedagógico del CENDA queda viciado desde el comienzo.
A partir del año 2006, empieza a registrarse una mayor intervención del Estado en la economía. Junto con los acuerdos paritarios, que constituyen como ya dijimos un pacto social de hecho entre la burocracia sindical y los empresarios (bajo auspicio del gobierno) para poner un tope a los aumentos salariales, aparecen los controles y acuerdos de precios, y los subsidios a distintos sectores empresarios. Lejos de evidenciarse que el “impulso fiscal” y la recomposición de salarios actúen como dos factores conjugados para impulsar el crecimiento, como afirma CENDA, vemos que el primer factor opera para compensar los efectos del segundo, mientras que (¡oh casualidad!) ese mismo año el sindicato de camioneros dirigido por Hugo Moyano empieza a pactar aumentos salariales por debajo de la inflación (la real, no la del Indec intervenido por el Secretario de Comercio Guillermo Moreno), transformándolos en señales para el resto de los gremios.
Todas las iniciativas tomadas a partir de 2006 no constituyeron ni una ruptura, ni tampoco una “profundización”, sino un esfuerzo por sostener, con iniciativas estatales, las formidables condiciones de rentabilidad logradas por el capital gracias a la devaluación, poniendo además algunos límites a la espiral de precios que amenaza la competitividad.
Nosotros hemos definido el sentido de esta intervención como un “bonapartismo fiscal”, mediante el cual el Estado oficia como árbitro que busca compatibilizar las altas ganancias capitalistas con una contención de los sectores obreros y populares. Aunque para lograr esta contención tiene gestos y algunas medidas de tinte tibiamente reformista, estas están subordinadas al objetivo más general de contribuir a la reproducción del capitalismo argentino. No por nada, la mayoría de los mecanismos bonapartistas se fueron poniendo en acción cuando comenzaron a registrarse cambios en las formidables condiciones que creó la megadevaluación de 2002 para la rentabilidad empresarial. Tuvieron como objetivo de primer orden mantener las condiciones de altas ganancias para la mayoría de las fracciones capitalistas, y sólo en segundo orden entran en consideración algunas políticas distributivas. La subordinación de este aspecto distributivo a la acumulación de capital se ve en el celo con el cual se mantuvieron políticas de empleo y condiciones de trabajo que son las responsables de que ocurra lo que describe Fernando Porta: que “la estructura productiva genera tendencias regresivas para la redistribución del ingreso” que son apenas contrarrestadas por las políticas K (“No se ve nada nuevo”, El economista, Buenos Aires, 4/6/2010).
El aspecto central del “impulso fiscal” no está constituido por ninguna política de demanda, sino por el aporte por parte del Estado de fondos que se transforman de manera directa en una parte de la ganancia empresaria. No otra cosa son los subsidios y compensaciones que entran en acción para compensar los efectos de la recomposición salarial y la suba de otros costos sobre la “caja negra”, es decir las altas ganancias empresarias. Desde 2008, la principal partida presupuestaria luego de los pagos de capital e intereses de deuda, corresponde a subsidios. Para el año 2010, exceptuando los subsidios a las personas dentro de la masa total (que según IDESA alcanzó los $115 mil millones), $ 69 mil millones fueron subsidios a las empresas. De esta masa, $32 mil millones fueron compensaciones a empresas como compensación por controles de precio o regulaciones similares. Es decir, que se destinaron a solventar la ganancia que numerosas empresas -nacionales y extranjeras- dejaron de percibir por verse obligadas a aceptar algún límite a su voracidad. Estamos ante lo mismo en los otros $37 mil millones correspondientes a subsidios al transporte, de los cuales sólo tal vez los fondos destinados a importar combustible puedan contabilizarse como impulso a la demanda, con la salvedad de que se trata de un pobre paliativo para una catastrófica política energética, con muy poco de nacional y nada de popular, (que entre otras cosas ha permitido que Repsol amasara grandes fortunas explotando sin miramientos las reservas de gas y petróleo, sin invertir en exploración, mientras el Estado importa a precios elevados el fuel oil que podría adquirirse aquí más barato). Los números de los subsidios equivalen a 10 veces la asignación universal por hijo, puesta como ejemplo de las políticas redistributivas oficiales. Su aumento está resultando explosivo durante 2011, y pinta imparable en 2012.
La demanda de insumos energéticos se ha transformado en una aspiradora de dólares y fondos públicos que golpea por lo tanto ambos pilares del esquema K (los superávit comercial y fiscal). Es el ejemplo más flagrante de los límites que ha encontrado la acción del Estado (que para muchos actúa como mediador entre intereses contrapuestos, mientras lo que venimos analizando muestra que opera en defensa de los intereses fundamentales de la burguesía) para encauzar las contradicciones que desarrolló la economía. Los mecanismos de intervención generados por el kirchnerismo se han transformado en una trampa, dado que insumen una masa creciente de recursos sin haber mostrado resultados palpables en sus objetivos declarados (evitar la inflación, garantizar los recursos energéticos) y sin embargo exigen una porción cada vez más grande de recursos públicos.
La contradicción que se plantea al bonapartismo fiscal, es que aunque busca garantizar ganancias elevadas al capital y a la vez contener a los sectores populares y la clase obrera, la masa de recursos que tiene que poner en juego están llevando a un aumento del gasto. Por eso está aumentando solapadamente el endeudamiento, y se buscan nuevas fuentes de recursos. La continuidad del bonapartismo conduce a un aumento de las cargas sobre algunos sectores capitalistas para defender las elevadas tasas de ganancias en otros. Está obligado a afectar la de plusvalía, aunque pueda plantearse hacerlo selectivamente en unos sectores y no en otros.
¡”Pero si todo está bárbaro”!
Luego de su explicación idílica sobre el virtuoso funcionamiento del modelo, que no va más allá de una descripción de algunos mecanismos, y un reemplazo de las verdaderas causas del crecimiento por otras que lo muestren como más “progre”, desde el CENDA llegan a la conclusión de que no queda nada por cambiar. Es falso plantear la perspectiva de volver a los mercados “como forma de continuar con la paulatina apreciación cambiaria”. Como si estuvieran discutiendo con la oposición y no con los planes del futuro vicepresidente, desde el CENDA afirman que “las consecuencias de esta estrategia son conocidas por todos: importaciones baratas, destrucción de la industria local y crecimiento del desempleo”. También disparan contra los industriales, hoy amigos nuevamente del gobierno, que podrían considerar “necesario implementar una devaluación que permitiera recuperar la competitividad rápidamente. Es decir, lisa y llanamente reducir los salarios, tanto en dólares como en poder de compra”.
¿Qué hacer, entonces? Sólo habría que preocuparse por definir un mecanismo de tipos de cambio múltiples que “no sólo sostenga la protección a la industria sustitutiva sino que además establezca un tipo de cambio exportador más alto para ciertos sectores de la industria, para así escapar de la trampa de la autarquía del proceso industrializador”. Sólo con esta medida podemos avanzar firmemente por el camino de la “profundización”.
¿En qué consiste esta propuesta que realizan? Sencillamente, se resume entonces en “un tipo de cambio ‘bajo’ para los bienes de capital y los bienes que componen la canasta de consumo de la clase trabajadora; y un tipo de cambio ‘alto’ para proteger la industria sustitutiva e incentivar las exportaciones no tradicionales”. En criollo, esto ha sido planteado por Kicillof más explícitamente en el marco de la disputa con Techint: más retenciones a Siderar, Techint, Aluar, y otras empresas, para abaratar los insumos para los que –corríjanme si me equivoco- son a todas luces baluartes de la burguesía nacional, como por ejemplo Fiat, Peugeot, General Motors… ¿no? No por nada, hasta Daniel Novegil ha corrido “por izquierda” (entre muchas comillas) a Kicillof y su propuesta de abaratar el insumo básico que son las chapas para la industria automotriz, como si eso pudiera tener algún efecto más allá de agrandar las ganancias de las automotrices (y obviamente, crear una nueva fuente de recaudación fiscal, que es lo que más podría interesar al gobierno en esta medida, aunque la puedan adornar con algún discurso neodesarrollista).
Salvo porque la propuesta de los tipos de cambio múltiples es encubiertamente una sugerencia de avanzar en el camino propuesto por el viceministro Roberto Feletti, de “radicalizar el populismo” apropiándose nuevas rentas mediante retenciones, lo cual ayudaría a resolver los problemas fiscales, en toda la lectura de este grupo desaparecen las grandes contradicciones que muestra el esquema K. Ni la inflación (sólo mencionada como parte de las lecturas de los “falsos debates” o como algo importado de la suba de precios internacional), ni sus consecuencias sobre la competitividad se encuentran contempladas, salvo que atribuyamos virtudes mágicas a una política de diferenciación cambiaria.
Es interesante la parábola de este “neodesarrollismo” que, además de esquivar un debate serio de cómo afrontar las contradicciones del esquema[i], propone un abordaje cavallista para la importación de bienes de capital, y limita una “heterodoxia” aggiornada en algunas propuestas para incentivar las exportaciones industriales. En otras paralabras, “profundizar” el carácter de armaduría que la industria nacional ha adquirido después de la violenta reestructuración iniciada en los ’70, y mantenida durante los años K (ver más sobre este punto aquí) en beneficio de las multinacionales imperialistas.
La idea de que algunos trucos macroeconómicos permitirán preservar al capitalismo argentino de las disyuntivas de devaluación o vuelta a los mercados, encrucijada que el acceso a nuevas cajas y fuentes de dólares posponer o mitigar pero no evitar enteramente, es completamente ilusoria. Así como desde el CENDA disfrazan las políticas llevadas a cabo hasta el momento, y contradicen lo que afirmaron hace unos años sobre los motores del crecimiento, parecen buscar convencernos (y convencerse) de que el kirchnerismo no va a hacer: definirse por alguna combinación de estas alternativas. Ya sabemos lo que prometen ambos caminos para los trabajadores y sectores populares. Por eso, lejos de las ilusiones de que podrán armonizarse las relaciones del capital y el trabajo mediante tipos de cambio diferenciales, debemos prepararnos para enfrentar los ataques que sobrevendrán al fin de fiesta (para la burguesía) kirchnerista.
19-09-2011
[i] Baste como ejemplo que ni siquiera discuten de dónde saldrían los dólares para pagar una deuda que ellos no cuestionan, como por lo menos se preguntan el periodista Alfredo Zaiat o la ex ministra Felisa Micheli proponiendo grabar las rentas mineras o limitar la remisión de utilidades, cuestiones un poco ilusas considerando el lugar privilegiado de las mineras en el modelo kirchnerista y la permisividad que vienen teniendo hacia la fuga de capitales que ha sacado más de u$s 60 mil millones en unos pocos años.Ver PDF -Los profundizadores del modelo en el país de las maravillas