Un partido que de trabajador solo conserva el nombre
Lulismo y petismo después de siete años dirigiendo el Estado
26/02/2010
En su IV Congreso, realizado después del carnaval, el PT conmemoró sus 30 años de confirmando a Dilma Roussef, la elegida de Lula, como la candidata de continuidad para mantener el PT durante cuatro años más como el principal partido de gobierno. Más allá de las objeciones iniciales sobre Dilma, que no es una militante histórica del PT, a pesar de su pasado de resistencia a la dictadura (se afilio en 2001, venía del PDT de Brizola), el congreso del PT aceptó sin mayores cuestionamientos la elección del presidente Lula. Ese hecho fue resaltado alegremente por todos los diarios y revistas más reaccionario como una prueba del control cuasi absoluto que ejerce Lula dentro del PT, que, sin embargo, olvidan mencionar que esto sólo igual al PT con el resto de los partidos del régimen, incluso el PSDB y DEM, todos controlados por caudillos locales y regionales.
En lo fundamental –elegir a Dilma como candidata de continuidad del gobierno de Lula- el PT mostró una enorme unanimidad entre todas sus tendencias internas. El costo que Lula y su candidata pagarán por esa unanimidad fue la votación de resoluciones puntuales, que responden a intereses electorales de determinados sectores internos, pero que no fueron parte de la política de gobierno, como la exigencia de reducción de la jornada (laboral) a 40 horas, la resolución en defensa de los derechos de de los homosexuales en las Fuerzas Armadas y contra el monopolio de las telecomunicaciones. Como dijo el propio Lula, tranquilizando a la burguesía, “el partido muchas veces defiende principios y cosas que el gobierno no puede defender”, y con otras palabras, pero con el mismo contenido, Walter Pomar, presidente de Articulaçao de Esquerda, “la coalición (partidos que apoyarán a Dilma) tendrá un programa más de centro, estamos seguros, pero no por nosotros. Nuestra posición como partido en la coalición será más a la izquierda”. Así mismo, eso no es suficiente, con razón, para tranquilizar a la burguesía, que sabe bien que Lula no es Dilma.
Es bastante incierta la perspectiva de un “lulismo sin Lula”, centralmente frente a la perspectiva de una nueva recaída de la crisis capitalista que provocaría una mayor inestabilidad política y procesos de lucha de clases en Brasil. El lulismo logró al mismo tiempo integrar los sindicatos al gobierno, los movimientos populares y la mayoría de los sectores burgueses, asimilando al bloque oficialista a la centroizquierda, el centro y la mayoría de la centroderecha, aislando a la extrema izquierda y a la oposición burguesa del PSDB-DEM, pero difícilmente Dilma tendrá la misma suerte.
PT, CUT y lulismo en la era pos-Lula
Recientemente el petitsa André Singer publicó un artículo donde analiza el lulismo, buscando demostrar las bases económicas y sociales de este nuevo fenómeno político. Correctamente apunta a hubo una ampliación de la base de Lula más allá de los sectores tradicionales de la clase obrera organizada y de las clases medias, llegando a los sectores más pobres de la población, que desde el gobierno de Collor servían como base social de la derecha contra Lula y el PT. Analiza los resultados de las elecciones de 2006 para afirmar que Lula modificó su base social perdiendo peso en la clase media y ganando en los sectores populares, mientras el PT mantiene su base tradicional y plantea que no se trata de un dislocamiento meramente electoral, sino un proceso social profundo, basado en el aumento del salario mínimo, la Bolsa Familia (plan social) y otros procesos que levaron la renta de un amplio sector de la población. Ese esquema del lulismo, según el autor, apuntaría a un regreso del populismo, con un gobierno popular y una oposición de una derecha reaccionaria que se apoya en las clases medias. Es innegable que este análisis dialoga bien con la realidad, sin embargo partiendo de una falsa visión de composición de clases del lulismo y escondiendo el papel de la burguesía más concentrada y del imperialismo. Desde el escándalo del “mensalao” (coimas mensuales en el Parlamento), que derribó a las figuras más importantes del PT como José Genuíno, que ahora vuelven a escena, es un lugar común al análisis de que el gobierno de Lula se volvió cada vez más autónomo con relación al PT, pero es muy exagerado afirmar que se volvió independiente de su base social tradicional.
Hoy, después de siete años al frente del estado, puede cuestionarse si el PT como partido aún conserva lazos orgánicos con los sindicatos y movimiento populares, pues sus principales dirigentes ha están mucho más ligados a las empresas capitalistas y los fondos de pensión que al movimiento de masas. Sin embargo, importantes sectores del partido conservan sus posiciones al interior de la CUT, de los movimientos populares y de derechos humanos y son un importante componente del esquema político del lulismo, al mantener el movimiento de masas dentro de los límites aceptables para la burguesía. En caso que ganara Dilma o Serra las condiciones que garantizan ese control se alterarán.
En un gobierno de Dilma, es posible prever una mayor disputa entre el PT y el PMDB por cargos en el gobierno, lo que puede debilitar la unidad interna del PT y perjudicar la gobernabilidad. Con una victoria de Serra el cuadro puede complicarse todavía más. Miles de petistas perderían sus cargos en las estatales y fondos de pensión y buscarían retomar los lazos con sus bases tradicionales, aprovechando el hecho de estar en la oposición al gobierno federal. Sin dinero estatal para mantener la unidad partidaria, se puede esperar un proceso de agudización de las divergencias internas del PT, aun más en el caso de un gobierno de Serra que intente llevar adelante ataques más duros contra los trabajadores y sus organizaciones, generando un proceso más o menos extendido de resistencia que el PT intentará dirigir y controlar, aunque con una debilidad aún mayor de la que tenía cuando prestó este mismo servicio durante el gobierno de Cardoso.
La decadencia del PT y la necesidad de una alternativa obrera y socialista
El PT hoy es una sombra de lo que fue en el pasado, hasta la década de 1990 inclusive, cuando a pesar de los puestos conquistados en el aparato estatal a través de las gobernaciones y parlamentarios, todavía contaba con una extendida militancia de base en los sindicatos y movimiento populares y era capaz de renovarse atrayendo nuevas camadas de jóvenes estudiantes o trabajadores para el partido. Todo eso cambió. Aunque el PT conserva su poder de movilización a través de la CUT, de las asociaciones barriales y de sus figuras públicas, ya no cuenta con una militancia activa, capaz de atraer a la juventud, pues esa militancia fue completamente sustituida por burocracias sindicales e del aparato del Estado. Pero ese proceso, al contrario incluso de lo que creen corrientes fuera del PT que se reivindican revolucionarias, no se dio exclusivamente a partir de que comenzó a ingresar en las gobernaciones en 1988 con la victoria de Luiza Erundina en San Pablo. Ya en su fundación, un sector sindicalistas lulistas e intelectuales reformistas, que eran la mayoría de su dirección, buscaba contener las tendencias al clasismo que se expresaba en las bases obreras que querían construir un “partido sin patrones ni generales”. Paso a paso la dirección mayoritaria del PT fue neutralizando la base obrera, colaborando con la transición negociada con los militares que dio origen a la “Nueva República” y allanando el camino por el cual el PT llegó a lo que es hoy, un partido donde transitan tranquilamente patrones y militares, un partido de figurones, parlamentarios y arribistas pequeñoburguesas sin ningún lazo orgánico con la clase obrera.
A lo largo de este proceso, los grupos de la izquierda petista que rompieron en 1989 (PCO) y a principios de la década de 1990 (PSTU) fueron incapaces de transformarse en una alternativa real a la política de Lula, Dirceu y compañía, porque a lo largo de la década de 19800, cuando el PT ya había abandonado su curso centrista y se había transformado en un partido del nuevo régimen, echaron mano de una política de independencia de clase en nombre de mantener la unidad del PT. Hoy, cuando la perspectiva de la crisis capitalista y de la sucesión de Lula pueden desembocar en un nuevo ascenso de luchas en Brasil, la clase obrera brasileña -la más importante y concentrada del continente, que incorporó en sus filas a un importante contingente de jóvenes trabajadores precarizados y negros – poniéndose en pie y mostrando toda su fuerza, aprendiendo las lecciones de la experiencia política con el PT, planteará una vez más la necesidad de un partido de clase. Llamamos a todos los sectores que se reivindican revolucionarios a hacer un análisis crítico de su trayectoria en el PT y, superando decididamente la política de conciliación de clases del lulismo, abrir el debate de la necesidad de construir un partido revolucionario y de cuáles son las vías para conquistarlo. Desde la LER-QI, creemos que este partido debe prepararse fundamentalmente probándose en la lucha de clases y dotándose de una estrategia y un programa revolucionario. Ese sería el camino para construir una alternativa obrera y socialista, que, nosotros creemos, debe ser un partido revolucionario de trabajadores, capaz de hacer frente a los ataques de la burguesía y del imperialismo y luchar por la toma del poder por los trabajadores y el pueblo pobre de la ciudad y del campo.