Afganistán: Fuera yanquis
Crímenes y crisis de una guerra imperialista
29/07/2010
El pasado 25 de julio el sitio WikiLeaks publicó en internet alrededor de 92.000 documentos secretos, elaborados por militares de bajo rango, sobre las operaciones de las tropas de ocupación de Estados Unidos y la OTAN en Afganistán comprendidas entre enero de 2004 y diciembre de 2009.
Estos documentos se publicaron apenas unos días después de la realización de la Conferencia de Kabul en la que Estados Unidos ratificó su apoyo al impopular gobierno de Karzai y reconoció que la ocupación militar continuará hasta al menos 2014, cuando las fuerzas armadas afganas asumirían el control de la seguridad del país, confirmando que Obama ya abandonó su promesa de comenzar el retiro de tropas en julio de 2011. Esto a pesar de que por consideraciones económicas y por el extendido repudio a la guerra, algunos aliados europeos como Gran Bretaña, están anticipando su retirada de Afganistán.
La dimensión del escándalo causado por la revelación de este material secreto hace comparable el hecho con la publicación en 1971 de los llamados “Papeles del Pentágono”, una compilación de los documentos del Departamento de Defensa sobre la guerra de Vietnam, filtrados a la prensa por un joven investigador y analista militar, que desacreditó aún más la guerra imperialista en amplios sectores de la juventud, ampliando la base de apoyo del movimiento antiguerra.
“Diario” de una guerra imperialista
El llamado “Diario de la guerra afgana” es una colección de informes pormenorizados “desde el campo de batalla” de las peores atrocidades cometidas por las tropas de Estados Unidos y la OTAN contra la población local, que incluyen las matanzas de civiles, la actuación de “grupos de tareas” y escuadrones de la muerte, los bombardeos indiscriminados y el encubrimiento de estas masacres.
Aunque esto no es algo novedoso, el “diario” ofrece un registro de estas operaciones, quiénes intervinieron y sus resultados, clasificadas según las categorías adjudicadas por las propias fuerzas norteamericanas, en función de la “gravedad” determinada por la cantidad de muertos, heridos o detenidos.
Además, los documentos revelan en detalle la existencia de escuadrones de la muerte, como el grupo operativo 373, encargado de la ejecución sumaria de alrededor de 2.000 personas de una lista de supuestos líderes de los talibán y Al Qaeda confeccionada por la CIA y el Pentágono. El descubrimiento de este tipo de operaciones clandestinas compromete también al gobierno de Merkel, ya que alrededor de 300 integrantes del grupo 373 operaban desde la base militar alemana ubicada en Mazar-i-Sharif (Spiegel, 26-7-10).
De la crónica militar surge que las tropas de ocupación no sólo enfrentan la resistencia armada de los talibán y otras milicias locales, que a partir de 2006 recuperaron capacidad de combate y controlan casi el 80% del territorio, sino que además son tratados con una profunda hostilidad por la población civil, principalmente en las provincias del sur y del este, habitadas mayormente por la etnia pastún.
Los documentos también confirman la colaboración estrecha entre los servicios secretos paquistaníes y los talibán, a pesar de la enorme presión que ejerce Estados Unidos sobre Pakistán para que combata a los talibán refugiados en las zonas tribales fronterizas con Afganistán, y de la “zanahoria” de los 1.500 millones de dólares anuales que le da al gobierno de Zardari en concepto de “ayuda militar”.
Este “doble juego” de Pakistán no es ninguna novedad pero deja expuesta la vulnerabilidad de la estrategia de Obama, basada en el “surge” (incremento) de las tropas norteamericanas y en la colaboración de Pakistán en el combate contra los talibán.
Crisis y escalada
La estrategia de Obama, que coincide con los sectores guerreristas del establishment político y militar, es tratar de minimizar el daño y utilizar la información contenida sobre el avance de los talibán, la debilidad de las fuerzas de seguridad afganas y del gobierno de Karzai para justificar su política de enviar más tropas a Afganistán e involucrar aún más a Pakistán en el “combate contra el terrorismo”, mientras se consideran otras salidas posibles, entre ellas la negociación con sectores “moderados” de los talibán, la “descentralización” del país dándole poder a los líderes locales, e incluso su división según líneas étnicas, en una región sur-este de mayoría pastún, donde gobernarían los talibán, y una zona norte-oeste, de mayoría tayika y uzbeka.
A un día de la publicación de los documentos, la Cámara de Representantes del Congreso norteamericano aprobó por una amplia mayoría de 308 a 114 una partida de 59.000 millones de dólares que necesita Obama para seguir financiando las guerras de Irak y Afganistán. Sin embargo, Obama obtuvo esta victoria por el voto casi unánime del Partido Republicano, mientras que 102 demócratas (y 12 republicanos) votaron en contra.
Lejos de las ilusiones de los sectores progresistas que alimentan expectativas en que pueda surgir un ala “antiguerra” dentro del partido de gobierno, o del propio responsable de WikiLeaks, que según sus declaraciones esperaba que la publicación de los documentos llevara a un cambio de política, la división en las filas demócratas no impidió que se aprobara la ley y obedeció ante todo a consideraciones electorales. La guerra de Afganistán es cada vez más impopular entre la población norteamericana, que ve cómo el Estado destina miles de millones de dólares en gastos militares para recomponer el poderío imperialista, en medio de una crisis económica profunda que ya ha empujado al desempleo a más del 10% de los trabajadores.
Más allá de las varias hipótesis sobre quiénes están detrás o podrían valerse de esta operación, la magnitud de la filtración de estos documentos militares a sólo un mes del desplazamiento del ex jefe de las fuerzas imperialistas en Afganistán, el general McChrystal, tras sus declaraciones explosivas contra gran parte de la administración Obama, son una muestra más que elocuente de las profundas divisiones en la cúpula militar y el gobierno sobre cuál es la mejor estrategia de salida que permita disimular lo que ya es evidente: que después de nueve años de ocupación, la guerra de Afganistán, como antes fue Vietnam, es una guerra inganable para Estados Unidos.
Contra las ilusiones de los millones de jóvenes y trabajadores que esperaban un “cambio” con respecto a la política de Bush, Obama continuó en lo esencial la política de salvataje de los bancos y los grandes monopolios, mantuvo la ocupación de Irak y escaló la guerra en Afganistán, endureció su política contra Irán y retomó ejercicios militares en cercanías de Corea del Norte y China, además de lanzar una política imperialista más ofensiva para recuperar el control en América Latina. La revelación pública de las atrocidades de la guerra de Afganistán, el desempleo y el desgaste del gobierno de Obama, en el marco de un escenario polarizado por la emergencia de variantes populistas de derecha como el Tea Party, quizás esté preparando el terreno para futuras rupturas por izquierda de sectores significativos de trabajadores y jóvenes con los partidos tradicionales de la burguesía imperialista norteamericana.