Crisis, neoimperialismo y resistencia
31/08/2003
Después
del 11 de septiembre, la guerra de Irak fue el punto más
alto de la influencia de los neoconservadores. La derrota
del régimen de Saddam Hussein, sin el aval de la
ONU y con una amplia oposición de sus aliados tradicionales
fue la confirmación más evidente del curso
unilateral de la política exterior norteamericana.
Estratégicamente, a partir de este resultado se abren
dos caminos contrapuestos. Una variante es que Estados Unidos
transforme su victoria militar en un éxito político
convirtiendo a Irak en una plataforma para proyectar su
poderío en la región y el mundo, llevando
adelante una nueva redistribución del poderío
mundial. En palabras de Charles Krauthammer, pasar del “momento
unipolar” abierto en la década del fin de la
guerra fría y de la debacle de la ex URSS a una nueva
“era unipolar”1. El otro camino es que Estados
Unidos no esté preparado para asumir las responsabilidades
que implica su nuevo curso neoimperialista, o que los costos
del mismo se tornen demasiado altos, obligándolo
a una vuelta atrás en su ofensiva a nivel internacional.
Esta variante implicaría una pérdida de influencia
por parte de los Estados Unidos en el sistema mundial, develando
la aguda dicotomía entre su enorme poderío
militar y la capacidad de moldear al mundo a su imagen y
semejanza.
Debido a que la política norteamericana de redefinir
su hegemonía en detrimento de sus competidores imperialistas
y de las burguesías semicoloniales es el elemento
más dinámico del actual panorama internacional,
a dónde se incline finalmente Estados Unidos frente
a estas dos variantes arriba enunciadas después de
la guerra de Irak, tendrá un enorme efecto en la
situación mundial en su conjunto.
La “agenda” neoconservadora
El
cambio de régimen en Bagdad es la operación
más importante realizada por la ofensiva guerrerista
de los Estados Unidos. Constituye el primer capítulo
de la “agenda” neoconservadora que busca redefinir
la hegemonía norteamericana. Como dice Thomas Donnelly
en un número reciente del National Security Outlook
del American Enterprise Institute, “la cuestión
central ahora es cómo los Estados Unidos pueden capitalizar
su victoria en Irak para sostener, expandir e institucionalizar
la Pax Americana”2.
El ataque a Irak, demostró que EEUU ha decidido modificar
las bases del orden mundial enteramente en su provecho.
Como titula el mismo autor en el artículo antes citado,
de lo que se trata es de “Preservar la Primacía
Norteamericana, Institucionalizar la Unipolaridad”.
El resultado es una radical transformación de la
política exterior de la principal potencia mundial,
orientada a posicionar a los Estados Unidos como una superpotencia
incuestionada, trastocando el statu quo actual. No hay lugar
donde esto se exprese en forma más clara que en Medio
Oriente, donde los actuales equilibrios políticos
y geopolíticos fueron fuertemente sacudidos por la
guerra y sus efectos.
El nuevo curso reseñado en la llamada “Doctrina
Bush” deja atrás el enfoque multilateral, que
era y sigue siendo para un sector de la elite norteamericana
el esquema más conveniente para lidiar con las responsabilidades
hegemónicas y encubrir su interés nacional.
Este enfoque surgido durante la presidencia de Wilson (1913-1921)
y que justificaba un intervencionismo global presentando
a los Estados Unidos como un benéfico policía
global, sentó las bases de la ideología y
de las instituciones creadas luego de la segunda guerra
mundial. Estas continuaron durante los ’90 con las
presidencias de Bush padre y Clinton. En comparación,
el nuevo enfoque, como señala un analista, se destaca
por lo que no es: “No es el multilateralismo clintoniano;
el presidente no apela a las Naciones Unidas, no profesa
la fe en el control de armas y tampoco alimenta esperanzas
en cualquier “proceso de paz”. Tampoco es el
equilibrio de fuerzas del realismo favorecido por su padre.
Es, más bien, una reafirmación de que la paz
y la seguridad verdaderas van a ser ganadas afirmando tanto
la fortaleza militar como los principios políticos
norteamericanos”3.
La actual política para algunos hace recordar a la
vieja época de fines del siglo XIX, comienzos de
siglo XX, con sus invasiones en toda la región del
Caribe, Centro América y hasta el Pacífico.
De esta manera, buscaban cerrarle el paso a los europeos
en el continente americano y asegurarse una ruta directa
a Asia, sentando las bases para la expansión del
imperialismo norteamericano en la escena mundial. Más
precisamente la actual filosofía neoconservadora
se emparenta con la del presidente Theodore Roosevelt (1901-1908),
opuesta a la de Wilson, que como vimos, fue la política
exterior dominante norteamericana en todo el siglo pasado.
Algunas similitudes son sorprendentes. Para Henry Kissinger,
Theodore Roosevelt “fue el primer presidente que insistió
que era deber de los Estados Unidos hacer sentir globalmente
su influencia, y relacionar al país con el mundo
, en términos de un concepto de interés nacional
(...) Como primer paso (...) dio a la Doctrina Monroe su
interpretación más intervencionista identificándola
con las doctrinas imperiales de la época. En lo que
llamo un “corolario” de la Doctrina Monroe (...)
proclamó un derecho general de intervención
por “cualquier nación civilizada”, que
en el continente americano sólo los Estados Unidos
tenían derecho a ejercer”4. Una cita de este
último, pinta su política de cuerpo entero
y trae a la memoria el discurso del año pasado de
Bush en la ONU cuando buscaba una legitimidad internacional
para su política de atacar a Irak, o también
recuerda a las críticas neoconservadoras a la política
de Clinton, como la siguiente: “Considero aborrecible
la actitud de Wilson-Bryan, de confiar en fantásticos
tratados de paz, en incumplibles promesas, en todo tipo
de pedazos de papel sin apoyo de una fuerza eficiente (...)
Una tibia mojigatería no apoyada por la fuerza es
tan maligna y aún más nociva que la fuerza
alejada de la justicia”5.
Pero si la abierta proclamación del interés
nacional y de una política de fuerza y la desconfianza
en la instituciones multilaterales emparentan al actual
curso con el duro realismo de Theodore Roosevelt, esta se
combina con las ideas wilsonianas de la promoción
de los valores norteamericanos cuyo carácter universal
hace que los mismos se impongan a otros países sin
la necesidad de ser negociados. Así, una figura emblemática
de los neoconservadores como Wolfowitz, Secretario adjunto
de Defensa, declara:
“Para ganar la guerra contra el terrorismo y ayudar
a construir un mundo más pacífico debemos
hablar a los centenares de millones de personas tolerantes
y moderadas del mundo musulmán, donde quiera que
vivan, y que aspiren a gozar de los beneficios de la libertad,
la democracia y la libre empresa. En ocasiones, estos valores
son descriptos como ‘valores occidentales’,
pero de hecho los vemos en Asia y en otra partes porque
son valores universales, nacidos de una aspiración
humana común”6.
En conclusión, tenemos una conjunción política
que utiliza lo que usualmente fue el rostro progresista
con el que se recubría la política del imperialismo
norteamericano, usado por la derecha para una política
abiertamente imperialista.
Pero lo verdaderamente novedoso en este intento norteamericano
de redefinir un nuevo orden mundial es que, a diferencia
del pasado, no se trata de un imperialismo en expansión,
sino en decadencia. En otras palabras, cuando los Estados
Unidos entraron en la arena internacional eran jóvenes
y robustos, y tenían la fuerza necesaria para hacer
que el mundo adoptara su visión de las relaciones
internacionales. En 1945, después de la Segunda Guerra
Mundial, Norteamérica era tan poderosa que parecía
que podía moldear al mundo a su imagen y semejanza.
No es esta la realidad actual donde existen tres bloques
económicos más o menos equivalentes y los
Estados Unidos no pueden retirarse del mundo ni tampoco
dominarlo. En estas condiciones, el intento de imponer “un
orden internacional liberal superior al que existió
después de la Segunda Guerra Mundial” 7, basado
en un un nuevo sistema de alianzas con estados que compartan
“los intereses y principios” de los Estados
Unidos contiene una buena dosis de voluntarismo y aventurerismo
que está destinado a generar choques y tensiones
en el escenario internacional, como demostró la reciente
guerra de Irak y que de persistir y desarrollarse podrían
terminar volviéndose en contra de su propio dominio.
El programa interno del neoconservadurismo: Un complemento
de la política exterior agresiva
El
“unilateralismo” de los Estados Unidos tiene
raíces económicas profundas. La así
llamada “globalización”, que significó
un salto en la penetración imperialista en la periferia
a través de la desregulación de los mercados,
las privatizaciones y la explotación de mano de obra
barata, dio rienda suelta a las tendencias más depredadoras
del capital norteamericano.
Desde el gobierno de Reagan, esta política se combinó
con el surgimiento de nuevos ricos, durante el boom económico
y especulativo de los ’80 y sobre todo en los ’90.
Ambas cuestiones, la mayor opresión de la periferia
combinada con una mayor regresión social interna,
han creado las bases objetivas para el desarrollo dentro
de la elite norteamericana de una base social que propugna
y apoya una vuelta a las formas más barbaras del
imperialismo. El gobierno de Bush es una expresión
acabada de estos sectores. En otras palabras, el carácter
de la acumulación capitalista de las últimas
décadas va gestando fuerzas económicas, políticas
y sociales que ponen más que nunca sobre el tapete
la expresión leninista de que el imperialismo es
reacción en toda la línea.
En el plano externo la guerra de Irak ha desnudado esta
realidad a los ojos de millones. Lo que es menos conocido,
es que esta política exterior agresiva, va a acompañada
en el plano interno por un retroceso social cualitativo
que ha sido calificado por The Nation como el intento de
“dejar atrás el siglo XX”8.
Esta revista emblemática del liberalismo progresista
caracteriza “que la gran ambición del movimiento
es dejar atrás el siglo XX, casi literalmente. Esto
es, defenestrar al gobierno federal y reducir su escala
y poderes a un nivel más bajo de lo que era antes
de la centralización del New Deal (...) La primacía
de los derechos de la propiedad privada son reestablecidos
sobre las prioridades públicas compartidas expresadas
en las regulaciones gubernamentales. Sobre todo, la riqueza
privada –tanto de las empresas como de los individuos
de mayores ingresos– es permanentemente resguardadas
de los reclamos progresistas de un impuesto progresivo según
el ingreso”.9
El gobierno de Bush ya ha empezado a tomar medidas que van
en este sentido, como el nuevo recorte impositivo a los
ricos, la eliminación del impuesto a los dividendos
de las acciones, la prohibición de sindicalización
a los trabajadores estatales de la recientemente creada
área de Seguridad Interior del Estado, entre otras.
Llevadas hasta el final, las medidas que el programa neoconservador
propugna, significan una enorme transformación de
las condiciones de vida de las masas y de la clase media
norteamericana. A modo de sumario los elementos concretos
que esta visión podría incluir, son los siguientes:
a) la eliminación de los impuestos federales al capital
privado, b) la privatización de la seguridad social
y eventualmente el desmantelamiento de toda forma colectiva
de ahorros de jubilación convirtiéndolos en
cuentas individuales, c) el retiro del gobierno federal
de su rol directo en vivienda, salud, asistencia a los pobres
y muchas otras prioridades sociales largamente establecidas,
d) revalorizar la iglesia, la familia y la educación
privada para que cumplan un rol más influyente en
la vida cultural de la nación, otorgándoles
una nueva base de ingresos (dineros públicos), e)
fortalecer las empresas contra las cargas de las obligaciones
regulatorias, especialmente en la reglamentación
ambiental y f) destrozar el trabajo sindicalizado.10
Esta medidas significan una vuelta atrás descomunal.
El mismo Financial Times, principal vocero de la City de
Londres, que no se caracteriza precisamente por sus preocupaciones
sociales, tiende a ver una agenda oculta (“hay algo
más involucrado”) de parte de los “extremistas
republicanos” quienes propusieron recortar el gasto
público, “en particular los programas sociales”,
por “la puerta trasera”. Esto escribe en un
asombroso editorial del 23 de mayo de 2003 donde utiliza
la frase “el manicomio en manos de los lunáticos”
en referencia a la política fiscal de los Estados
Unidos: “el equipo de Bush arrojó la prudencia
por la ventana”. Y agregan una sentencia lapidaria
proveniente de estos apologistas de las reformas neoliberales:
“para ellos no es suficiente socavar el orden internacional
multilateral, sino que también revisan en forma radical
la distribución del ingreso”.
Desde un vocero “progresista” como The Nation,
hasta el conservador Financial Times de Londres dan cuenta
del carácter del programa neoconservador que significa
un retroceso brutal de importantes conquistas conseguidas
por el proletariado y las masas norteamericanas en años
de lucha. Implica a su vez, liquidar la más mínima
regulación al gran capital que se estableció
luego de la crisis del ’30, volviendo a la forma del
capitalismo de fines del siglo XIX, un capitalismo salvaje,
denominado capitalismo de los “robber barons”
(barones piratas).
Como dice The Nation “uno ve mucho de los viejos temas
remanidos de los conservadores –la seguridad social,
el impuesto a los ingresos, la regulación de los
negocios, los sindicatos, el gran gobierno centralizado
en Washington– que representan las grandes batallas
que los conservadores perdieron durante las primeras décadas
del siglo XX. Este es el porque la era de Mac-Kinley representa
un Edén perdido que la derecha quiere volver a restaurar”.
William Mac-Kinley fue presidente norteamericano de 1897
a 1901, cuando fue asesinado y remplazado por Theodor Roosevelt.
Su gobierno fue un representante directo de los “grandes
señores feudales del capitalismo”, un grupo
de hombres que entre 1865 y 1900 reinaron en el mundo de
la industria y de las finanzas.11 Esta sociedad se caracterizó
por la justificación de la desigualdad social, glorificando
las virtudes de la riqueza, concediendo una sanción
divina a las empresas de grandes negocios y alentando a
las masas a la resignación. El rol de la filantropía12
y de la iglesia fueron esenciales para garantizar la reproducción
de estas relaciones sociales.
Todo esto permite concluir que estamos en presencia de un
intento que busca volver a las formas más abiertas
del “capitalismo salvaje” –que estuvieron
ausentes en los países centrales en gran parte del
siglo XX, sobre todo en su segunda mitad–, como expresión
de las tendencias más voraces del capital financiero.
De este modo, significa un giro radical de la ofensiva burguesa
comparado con la primer oleada derechista, durante el gobierno
de Reagan.13 Esta primer oleada, continuada más tarde
en los ’90, implicó no sólo modificaciones
fundamentales en la relación entre las clases, sino
también al interior de la propia burguesía.
Con respecto a lo primero, la regresión social provocó
un fuerte proceso de atomización de la clase obrera
y de polarización de la clase media, entre una importante
minoría de clase media alta y una pauperización
de la mayoría de los sectores medios, marcando el
fin de los crecientes niveles de vida y la movilidad ascendente
que habían caracterizado al conjunto de la clase
media durante los años del boom. En relación
a la burguesía se produjo una enorme concentración
y centralización de las altas finanzas y la industria,
como demuestra el hecho que 13 mil individuos concentran
la friolera de 4% del PBI de la economía más
grande del mundo. Esta verdadera “plutocracia”
capitalista, unida por uno y mil lazos a las dos patas del
sistema bipartidista norteamericano, redireccionó
los resortes fundamentales del estado capitalista abandonando
el viejo “compromiso keynesiano” para impulsar
políticas que permitieron el acelerado enriquecimiento
de las fracciones más altas de la clase capitalista.
En este sentido, podríamos definir al “neoliberalismo”,
como un nuevo tipo o un intento de nuevo tipo de estado
para dar cuenta de este cambio en la configuración
de la clase dominante norteamericana y de las funciones
del estado imperial14.
Comparado con el “neoliberalismo”, la actual
oleada neoconservadora busca legitimar, naturalizar y consolidar
dicho dominio, profundizando y extendiendo el cambio no
sólo en el terreno socio económico, sino incluso
en el terreno político y cultural extirpando de raíz
toda traza de igualitarismo y avanzando en el terreno del
régimen en un recorte sin precedentes de las libertades
democráticas, reforzando la autoridad del ejecutivo
y el control de los tres poderes del estado por parte de
los personeros más derechistas del establishment
político. Para The Nation, “La agenda de la
derecha promete un reordenamiento que conducirá al
país hacia una mayor separación y segmentación
de sus muchos elementos sociales –muros más
altos y mayor distancia para aquellos que deseen protegerse
a sí mismos de la sucia diversidad–. La tendencia
de desintegración social, incluyendo la lenta ruptura
de las amplias clases medias, se ha venido sucediendo por
varias décadas –fisuras generadas por crecientes
desigualdades de estatus y de nivel de vida–. La derecha
propone legitimar y alentar aquellos profundos cambios sociales
en el nombre de una mayor autonomía. Desmantelar
los activos públicos de la sociedad, devolver a la
población su dinero en impuestos y permitir que cada
uno se cuide por si mismo”15.
En conclusión, la política exterior agresiva
tiene un complemento igualmente reaccionario en el programa
interno de los neoconservadores, unificadas ambas detrás
de un fuerte patriotismo.
Si el fordismo y/o americanismo y el wilsonismo fue el programa
del capitalismo norteamericano en ascenso con el cual estableció
su hegemonía sobre el trabajo en lo interno y, luego
de la segunda guerra mundial, le permitió consolidarse
como potencia hegemónica, moldeando las instituciones
del orden mundial a su imagen y semejanza, el neoconservadurismo
es más bien su contrario. Así, el abandono
del “multilateralismo” en la política
exterior se acompaña por el intento de destruir y
reemplazar los elementos de “persuasión”16
al decir de Gramsci que permitieron la cooptación
y sumisión de la clase obrera en las épocas
de bonanzas por una nueva combinación que implica
un creciente autoritarismo y/o bonapartismo con un reforzamiento
de los valores morales tradicionales. Un producto genuino
de la crisis y declinación del capitalismo norteamericano.
Los límites del poderío militar norteamericano
El
programa neoconservador aunque goza de cada vez mayor aceptación
dentro de la elite17 y refleja las tendencias profundas
del capital norteamericano, está atravesado por fuertes
contradicciones, riesgos y sobre todo por una brecha enorme
entre una supremacía militar indiscutida que es base
de una enorme “militarización” de su
política exterior y la falta de voluntad de aceptar
los sacrificios que la misma implica.
Desde el punto de vista económico la actual política
exterior norteamericana está sometida a una contradicción
estructural: la transformación de Estados Unidos
desde hace quince años, en forma creciente en la
principal nación deudora del mundo. La realidad de
que el 5% al 6% del Producto Bruto norteamericano depende
de la inversión foránea directa y que el 40%
de su deuda externa es poseída por extranjeros. Frente
a las ambiciones “imperiales”, sus acreedores,
en especial el capital europeo, podría dudar de seguir
financiando a los Estados Unidos a los actuales niveles.
Pero haciendo a un lado esta limitante económica,
un enorme obstáculo que la agenda neoconservadora
y toda la discusión actual sobre el establecimiento
de un “imperio norteamericano” debe saldar,
radica en la transformación significativa de la relación
entre los países centrales o metropolitanos y los
países atrasados de la periferia, luego de las enormes
luchas de liberación nacional que atravesaron el
siglo XX.
El giro a una dominación imperial más directa
como la que Estados Unidos está tratando de establecer
en Irak choca con la incuestionable realidad que hoy en
día la dominación colonial es mucho más
difícil de ejercer comparado con la primera oleada
de dominación imperialista. Según cuenta el
historiador inglés Eric Hobsbawm: “En el pasado
se podía hacer porque, en gran parte del mundo, la
gente estaba preparada para aceptar la lógica de
poder. Los británicos consiguieron dirigir el imperio
indio, que era mucho mayor que Gran Bretaña. Gobernaban
a cientos de millones de personas con un número mínimo
de soldados y funcionarios británicos, en parte porque
los indios siempre habían estado sometidos a diversos
conquistadores y aceptaban la lógica de la situación.
Además (...) el imperio británico en la India
dependía, hasta cierto punto, de sus alianzas con
los príncipes indios, que eran sus súbditos,
pero salvaron a los británicos.”
Esta caracterización proveniente de un historiador
de origen marxista, hoy en día es compartida por
los sectores más lúcidos de la burguesía
imperialista frente a los indudables obstáculos que
ya comienzan a verse para afianzar y consolidar el dominio
norteamericano en Irak y Medio Oriente. Martin Wolf, uno
de los principales editorialistas del Financial Times de
Londres, comenta con respecto al actual intento norteamericano
“construcción de naciones” (“nation
building”): “Estas dificultades son más
grandes hoy de lo que fueron un siglo o más atrás.
Lo que sucede en el terreno es transmitido alrededor del
mundo. Los electorados domésticos son concientes
de cuanto cuestan las ocupaciones, en vidas y recursos.
Los ocupados no son de tradición campesina como las
antiguas sociedades agrarias. La tecnología moderna
les permite comunicarse fácilmente entre sí
y con el mundo exterior. Ellos son concientes de las ideas
de autogobierno, democracia, nacionalismo y ahora de un
reanimamiento islámico. El imperio británico
fue una criatura de su tiempo. No puede ser repetido ahora”.18
Pero la debilidad mayor radica en la enorme carga que significa
para la población norteamericana esta redefinición
de las formas de la dominación imperialista y los
riesgos que la misma trae aparejados. Joseph Nye sostiene
que “el imperio americano no está limitado
por ‘sobreextensión imperial’ en el sentido
del costo de una porción imposible de nuestro Producto
Bruto Nacional. Nosotros dedicamos un porcentaje más
alto del PBN al presupuesto militar durante la guerra fría
que lo que hacemos hoy. La sobre extensión va a venir
de tener que mantener el orden en más y más
países periféricos –más de lo
que la opinión pública aceptará–.
Las encuestas muestran poca aceptación popular hacia
el imperio. En realidad, el problema de crear un imperio
americano podría ser mejor definido como ‘subextensión
imperial’. Ni la población ni el congreso han
mostrado voluntad de invertir seriamente en los instrumentos
necesarios para la ‘construcción de naciones’
(“nation-building”) y para la gobernabilidad
distintos a la fuerza militar. (...) Nuestro ejército
está formado para pelear más que para un trabajo
policial (...) Tiende a evitar la ‘construcción
de naciones’ y ha diseñado una fuerza armada
que está mejor preparada para derribar la puerta,
derrotar a un dictador y luego irse a casa, más que
para permanecer en el duro trabajo de construir una política
democrática”19.
El pánico que provocó en la población
de Estados Unidos los atentados del 11/9 ha permitido a
Bush sostener excepcionalmente una política imperial
a bajo costo, al menos en el plano interno, en sus dos recientes
incursiones imperialistas exitosas: Afganistán e
Irak. Pero un proyecto militarista sostenido debería
ganar sólidas bases sociales internas, que a pesar
del giro a la derecha que ha significado el gobierno de
Bush, está lejos de verse. Nuevas convulsiones sociales
internas o externas, nuevos atentados terroristas, y un
mayor aterrorizamiento de la población podría
generar en el futuro una base social reaccionaria para una
política de este tipo que podrían ser seducida
por la nueva demagogia imperialista. Por el contrario, el
creciente costo de la posición internacional de los
Estados Unidos, así como un salto en la crisis económica
interna, podrían generar fuerzas hostiles al nuevo
curso militarista y unilateralista, como en el pasado demostró
Vietnam. Una tendencia en este sentido pareciera estar anunciando
el crecimiento de la figura de Hillary Clinton, identificada
con el viejo discurso multilateralista que caracterizó
la política exterior de la presidencia de su esposo,
Bill Clinton, aunque de forma senil, y más a la izquierda
la aparición de Howard Dean y su discurso populista,
como el primer fenómeno auténtico de las elecciones
presidenciales del 2004.20 Estos son los dos programas alternativos
que se preparan preventivamente en sectores hoy minoritarios
del establishment frente a un probable deterioro o fracaso
del actual curso imperialista.
Lo que sí se puede afirmar es que es difícil
que una política militarista sostenida mantenga el
excepcional consenso que ha gozado la actual política
exterior de Bush, y que más bien tenderá a
polarizar a la población norteamericana, a medida
que nos alejemos del trauma causado por los efectos del
11/9 en el cuerpo social norteamericano. Por todos los elementos
planteados arriba, no puede descartarse que, aunque el proyecto
neoconservador responde a tendencias estructurales del capital
norteamericano y a su objetivo de preservar la primacía
mundial, sufra retrocesos o tenga que ceder la hegemonía
temporal que goza desde los atentados a las Torres Gemelas
y al Pentágono.
En lo inmediato, la piedra de toque será Irak y la
capacidad de Estados Unidos de manejar el creciente desafío
que significa la lucha de las guerrillas combinadas con
el despertar político de los chiítas al sur
de Bagdad. Si los Estados Unidos y Gran Bretaña tienen
éxito rápidamente –y transforman el
actual descontrol (es importante recordar que aún
pasó poco tiempo desde el inicio de la ocupación)
en un gobierno estable–, los neoconservadores en Washington
serán legitimados. Si la transformación de
Irak fracasa estrepitosamente, las consecuencias pueden
ser ominosas. Como alerta aterrorizado el analista anteriormente
citado del Financial Times, que concluye su artículo
diciendo: “Los Estados Unidos deben comprender los
límites de su poder militar. La suposición
de que su fuerza preponderante hace simple el reordenar
la política del mundo es necia. Esto no significa
que no se deba hacer el esfuerzo. A veces, ciertamente,
es inevitable. Pero si Estados Unidos intenta alcanzar sus
objetivos a través de una política exterior
militarizada que desprecie la visión de sus aliados
y el rol de la instituciones globales, va a fracasar. Y
esto sería una tragedia, no sólo para los
Estados Unidos sino para el mundo”.21 En otras palabras,
lo que asusta a este analista lúcido de la burguesía
imperialista es que el actual curso militarista debilite
al único policía mundial, guardián
del orden capitalista en su conjunto.
La reemergencia del conflicto interimperialista
El
intento de Estados Unidos de obtener ventajas no sólo
en el terreno económico y comercial, como fue el
caso en las últimas tres décadas desde la
liquidación del sistema de Breton Woods en 1971,
sino en el terreno geopolítico, significa un enorme
deterioro de las relaciones interestatales que se caracterizan
por la emergencia de bloques imperialistas incipientemente
antagónicos.
Es que el unilateralismo de los Estados Unidos, esto es,
su decisión de imponer sus intereses cualquiera sean
las circunstancias, amenaza los intereses vitales de las
otras potencias imperialistas, en especial de Europa y los
obliga a defenderse.
En el caso de Europa, los terrenos más importante
de confrontación son:
-
El proyecto de Alemania, Francia, Bélgica y Luxemburgo
de crear un sistema de seguridad y defensa europea que incluye
un comando independiente de la OTAN.
-
Aunque responde en gran medida a factores económicos
estructurales, la decisión norteamericana de devaluar
fuertemente el dólar contra el euro, y así
afectar al crecimiento económico de Alemania y Francia
que están prácticamente en recesión,
responde a un cierto castigo de parte de los Estados Unidos
a las posiciones de estos países en la guerra contra
Irak.
-
Los preparativos de la guerra de Irak pusieron de manifiesto
la competencia entre Estados Unidos y Europa por la influencia
política y diplomática sobre Europa del Este,
así como la política norteamericana de dividir
a la Unión Europea, abandonando su tradicional política
que alentaba la unidad del viejo continente.
-
La disputa por establecer una relación privilegiada
con Rusia. Mientras la Unión Europea, en especial
Alemania apoya la creación –todavía
en estado de planificación– de una zona de
Coprosperidad Europea que abarque a la CE, Rusia y a los
países de la ex URSS; Bush viaja a San Petesburgo
y restablece las relaciones cordiales con Putin separando
el buen trato hacia éste con respecto a los aliados
circunstanciales de Rusia en la oposición a la guerra
en Irak, Alemania y Francia.
-
El proyecto de crear un área de Libre Comercio en
el norte de África y en el Medio Oriente, tal como
fue anunciada por Bush con el objetivo de ganarse la simpatía
de los países musulmanes de esta región, afecta
las relaciones comerciales de éstos con Europa, que
considera a ésta una zona de influencia privilegiada.
La
rápida victoria militar de los Estados Unidos ha
obligado hoy a estos estados a retroceder tácticamente
y negociar lo que puedan, con respecto a la tensión
que precedió a la guerra de Irak. Esto puede verse
hoy día, en la nueva resolución de la ONU
que apoya la ocupación de Irak por Estados Unidos,
el endurecimiento de la política europea con respecto
al terrorismo y al control sobre la proliferación
de armas de destrucción masiva, la fuerte presión
europea con respecto a Irán y el reclamo de que éste
acepte la inspección de sus instalaciones nucleares
tal como viene exigiendo Estados Unidos, y por último,
secundariamente, la política de enfriamiento de las
relaciones con Cuba.
Pero las fisuras que aparecieron en el sistema imperialista
mundial no se van a cerrar rápidamente. Mas aún,
las relaciones entre los Estados Unidos y la Comunidad Europea
estarían alcanzando un punto de inflexión.
Ivo H. Daalder, de la Brookings Institution sostiene que
“Las consecuencias inmediatas del unilateralismo norteamericano
han sido manejables. Las diferencias entre los Estados Unidos
y sus aliados europeos más importantes han continuando
creciendo, pero no han alcanzado todavía un punto
de ruptura. Pero este punto podría estar aproximándose
más rápido de lo que generalmente se percibe.
La actual crisis de las relaciones llega en un momento,
cuando las fuerzas centrípetas que mantienen a la
alianza unida son probablemente más débiles
–y las fuerzas centrífugas al menos igual de
fuertes– que en cualquier momento desde la Segunda
Guerra Mundial. Hay una creciente ansiedad en muchos europeos
en que su incapacidad de afectar el comportamiento de la
política exterior norteamericana convierta los costos
del alineamiento con los Estados Unidos en demasiado grande,
tal vez más grande aún que los beneficios”.22
Del otro lado del Atlántico, Christoph Bertram, hasta
hace poco un fervoroso atlantista, en una artículo
titulado “Alemania no será un vasallo de los
Estados Unidos” y refiriéndose al plan de formar
un comando europeo separado de la OTAN sostiene que, el
plan “es, por supuesto, más simbólico
que sustantivo. No transformará a la Unión
Europea o aún a los cuatro signatarios 23 en un operador
internacional serio (...) La única forma de alcanzar
esto sería una genuina integración militar,
atando a los miembros conjuntamente en forma irreversible
en defensa, como el euro lo ha hecho en política
monetaria, el desafío para el plan militar no es
que ha ido demasiado lejos, sino que no ha ido lo suficiente
para protegerse contra la estrategia norteamericana de divide
y reinarás”.24
En el marco del incipiente antagonismo entre los dos polos
de la alianza atlántica, en los próximos años
su fractura definitiva dependerá de la mantención
y profundización de la política unilateralista
norteamericana, cuya continuidad tendrá un impacto
mayor sobre la relaciones europeas norteamericanas, que
el aún complejo proceso de construcción de
la Unión Europea.
El desafío europeo
Una
de las características centrales del actual sistema
internacional es que la Unión Europea es demasiado
grande para ser vasalla de Washington pero demasiado débil
y dividida para ser un formidable contrapeso. Por eso la
evolución europea y el desafío de profundizar
y extender la actual Unión Europea en la próxima
década es crucial para determinar el carácter
global del orden internacional.
Las profundas fragilidades financieras de la economía
norteamericana y las crecientes dudas sobre el curso global
de la política bajo el gobierno de Bush, han acelerado
los tiempos y puesto la discusión del euro y la construcción
política europea del campo del discurso académico
a una discusión pública y sobre todo frente
al test de la práctica.
Aunque emergió a la superficie la reciente disputa
diplomática sobre la guerra de Irak, la nueva y abierta
oposición europea al curso unilateral norteamericano
y su aceleración del proyecto de construcción
de la Unión Europea, es producto de un proceso previo:
la recomposición del eje franco-alemán.
La ampliación de la Comunidad Europea implicaba como
paso previo la necesidad de una reforma de las instituciones
y de la Política Agropecuaria Común para albergar
a los nuevos países entrantes de Europa del Este.
Durante años existió una tensión entre
Francia y Alemania sobre estos puntos. Esta brecha era aprovechada
por Inglaterra que detrás del eje Blair-Aznar-Berlusconi
y en acuerdo con Alemania podían aislar a Francia.
Pero en septiembre del 2002, Chirac cambió esta dinámica:
resolviendo con éxito el tema agrícola mediante
un compromiso con Schroeder, mientras se unían frente
a la política guerrerista de Bush. En la Cumbre Europea
del 24-25 de octubre 2002 se reconstituyó el eje
franco-alemán, lo que significó una derrota
de Blair. Esta operación política les brindó
una mayor autonomía con respecto a los Estados Unidos.
El fracaso de Blair de entrar al euro en junio de este año
consolida esta perspectiva y aleja a Gran Bretaña
de la posibilidad de jugar un rol influyente, al menos en
lo inmediato, en el proceso de construcción y expansión
europea.
Este proceso es alentado por los sectores más fuertes
de la burguesía y de las grandes compañías
industriales, aseguradoras y financieras, que se beneficiarán
con una mano de obra calificada barata y con un acceso privilegiado
a los nuevos mercados protegidos y garantizados por las
instituciones de la CEE.
Aunque este plan es utópico y reaccionario y está
condenado al fracaso en el largo plazo, es evidente que
la necesidad de contrapesar a los Estados Unidos y de mejorar
las perspectivas del capital europeo en el terreno internacional,
han impulsado, a pesar de las contradicciones al proceso
de centralización estatal en curso, que abarca tanto
una coordinación de las políticas de los distintos
países como la constitución de cuerpos supranacionales.
Se da una dinámica que formulara como hipótesis
Ernest Mandel en su libro El Capitalismo Tardío:
“El modelo de la competencia interimperialista
continuada, que toma nuevas formas históricas. En
este modelo, aunque la fusión internacional del capital
ha avanzado lo suficientemente para reemplazar a un número
mayor de potencias imperialistas independientes por un número
menor de superpotencias imperialistas, la fuerza contrarrestante
del desarrollo desigual del capital impide la formación
de una verdadera comunidad global de interés para
el capital. La fusión de capitales se da
a nivel continental, pero por ello mismo la competencia
imperialista intercontinental se intensifica aún
más”.25
En el marco de las crecientes tendencias recesivas y deflacionarias
de la economía mundial que golpean fuertemente a
la economía europea en particular a la alemana, este
proceso será sometido a importantes tensiones y posibles
crisis. Aunque la Convención, que preparó
un borrador constitucional aceptado en la reciente Cumbre
reunida en Grecia, fue un éxito, bajo la fachada
de unidad se esconde un embrollo de contradictorios intereses
nacionales, enfoques filosóficos conflictivos y alianzas
emergentes que se preparan para futuros conflictos.
En el plano externo el principal obstáculo es la
oposición de los Estados Unidos que mediante maniobras
buscará dividir a los estados que constituyen la
UE, apostando al fracaso del proyecto. Cuenta con la pertenencia
de los países de Europa del Este a la OTAN –que
serán sometidos a fuertes presiones para seguir sus
dictados en toda votación que implique mayor autonomía
de la UE– o con los “caballos de Troya”,
como el actual gobierno italiano y español más
cercanos a la política de Bush que a la de sus pares
del continente, como demostró la reciente crisis
de Irak.
Pero junto con este enemigo exterior, que la burguesía
europea debe al menos neutralizar para tener éxito
en su empresa, hay un enemigo interno con el que debe saldar
cuentas en forma ineluctable: la clase obrera europea. Para
constituirse en un bloque imperialista serio en el escenario
internacional la burguesía de los principales países
de Europa necesita cambiar decisivamente la relación
de fuerzas con sus propios proletariados, como fue el caso
del reaganismo en los ’80 que permitió el relativo
fortalecimiento de los Estados Unidos en las décadas
posteriores. Este es el sentido político, aguijoneado
por la crisis económica del actual embate contra
los remantes del estado de bienestar. El significado de
esta pelea vas más allá de lo meramente económico:
esto es aumentar la competitividad del capital europeo,
rebajando el costo laboral y extendiendo la valorización
del capital a áreas que antes eran coto privado del
Estado de Bienestar, tal como exigen los bancos, las industrias
aseguradoras y la bolsa.
Más estratégicamente la liquidación
del estado benefactor permitiría aumentar el presupuesto
militar y encarar una política seria de defensa,
única forma de que Europa podría empezar a
ser tenida en cuenta en temas de seguridad frente a la abrumadora
superioridad militar de Estados Unidos.
Estas enormes tareas y complejos desafíos, que implica
el proyecto de construcción de la UE, es lo que explica
la política exterior europea, amante, a diferencia
de los Estados Unidos, del statu quo internacional. Es que
Europa necesita una situación internacional sin riesgos
para concentrarse en su difícil test interior. Es
éste uno de los motivos fundamentales de su “pacifismo”
y de su oposición a las aventuras que Estados Unidos
quiere llevar adelante.
El destino de los países de Europa del este y la
ex URSS en un mundo imperialista dividido
La
disputa actual entre los Estados Unidos y la Comunidad Europea
altera el proceso de restauración capitalista en
los países de Europa del Este, que venía marchando
en forma avanzada en la década pasada. Durante ese
período pareció que Estados Unidos permitía
que Europa Occidental semicolonizara esos países,
mientras veían a los países de la cuenca del
Pacífico como su principal área de expansión
capitalista.
Las tensiones que emergieron en la superficie en la crisis
de Irak con las alusiones norteamericanas a la “vieja”
y la “nueva” Europa y la respuesta dura de Chirac
a los países del este que se alinearon con Washington
marca el fin de este “idílico” período.
Si las divisiones entre Estados Unidos y la Unión
Europea se profundizan en los próximos años
esto puede obligar a gobiernos de Europa del Este a tener
que optar entre estos dos bloque imperialistas socavando
la estabilidad de estos países y volviendo a la inestabilidad
típica de Europa Central en su historia, sometidos
a las disputas de las distintas grandes potencias. En este
marco, la incorporación a la Unión Europea
en el año 2004 del primer lote de países de
Europa del Este podría generar roces en cuestiones
de seguridad como consecuencia de su permanencia como miembros
de la OTAN.
Por
su parte, la nueva división interimperialista afecta
sobremanera al gobierno de Putin en el proceso de restauración
capitalista en Rusia. La consolidación de éste
requiere la integración completa de Rusia a la economía
mundial capitalista. Pero un paso así, que implicaría,
por ejemplo, la total aceptación e implementación
de las reglas de la OMC, expondría aún más
la debilidad del naciente capitalismo ruso y acentuaría
las contradicciones en una sociedad ya duramente golpeada
por el desastre económico, social, cultural y demográfico
que significó la liquidación de la economía
burocráticamente planificada hace ya más de
una década. A su vez, mientras Rusia intentó
nuevamente (después de la era yeltsinista que terminó
en el default de 1998) cortejar a los Estados Unidos luego
del 11/9 hay una contradicción real entre los intereses
rusos a escala regional (y en las áreas que aún
mantiene su antigua influencia global aunque en forma disminuida)
y la principal potencia imperialista. Estas tendencias contradictorias
explican la vacilante y a veces incoherente naturaleza de
la política exterior rusa que va de un lado a otro.
Como definió un analista, Putin, es “un gran
táctico pero su estrategia exterior y doméstica
es menos clara (...) A menudo carece de los medios para
lograr sus objetivos”26.
En otras palabras, Putin ha permitido ganar tiempo pero
sin modificar fundamentalmente la tendencia a la declinación
o descomposición que ha caracterizado el proceso
de restauración capitalista desde sus inicios, expresión
de la crisis de la economía mundial capitalista.
Esto se expresa en que, aunque en los últimos años
Rusia se ha convertido en un productor de materias primas,
con una economía fuertemente dependiente de los ingresos
en petróleo y gas, no ha cambiado su marcha hacia
una masiva desindustrialización27 y mantiene gran
parte de su infraestructura obsoleta. La devaluación
y los altos precios del petróleo permitieron una
estabilización mayor de la esperada28 del régimen
bonapartista que Putin encabeza, pero sin alterar el pronóstico
fundamental.
En última instancia, no es producto de la fortaleza
de Rusia, sino de su debilidad que Putin aún pueden
maniobrar debido al temor que despierta que el colapso total
del estado ruso transforme a su país en la principal
fuente de proliferación mundial de armas de destrucción
masiva. Su régimen que ha permitido una concentración
y fusión mayor entre el estado, el capital financiero
y la criminalidad29 tiene un carácter transitorio:
o marcha hacia un nuevo salto en la descomposición
o, alternativamente, hacia una respuesta política
de masas (ausente y desviada en 1998 por el rol del Partido
Comunista) que cristalice el fuerte sentido de humillación
y resentimiento que el avance / destrucción capitalista
ha engendrado.
Los neoconservadores y el “competidor estratégico”
chino
Durante
la guerra de Irak, China, a pesar de oponerse a la política
de Estados Unidos, se mantuvo en un medido segundo plano
no atrayendo la ira de Bush como la “troika europea”
de Francia-Alemania-Rusia. Más aún, su anterior
premier, Jiang Zemin, fue uno de los pocos jefes de estado
invitado al selecto rancho de Bush en Texas. Sin embargo,
contrariamente a estos gestos de buena voluntad, China sigue
siendo considerado el “competidor estratégico”
de los Estados Unidos para los neoconservadores. Es más,
muchos ven el ataque a Irak y a Afganistán y la instalación
de una serie de bases norteamericanas en las antiguas repúblicas
soviéticas de Asia Central, como los primeros pasos
de un estrangulamiento económico y militar sobre
el dragón asiático.
Es que, contradictoriamente, el proceso de restauración
capitalista en China –principal fuente de inversiones
directas de Occidente y Japón durante los años
’90– ha llevado al desarrollo de una potencia
regional que aspira a ocupar una posición de peso
en el sistema de relaciones internacionales. La emergencia
de China como actor internacional choca con los intereses
económicos y de seguridad de las potencias imperialistas
que dominan el sistema capitalista mundial, en especial
los Estados Unidos. Lejos de poder admitir la emergencia
de nuevas potencias competidoras éstos necesitan
estabilizar duraderamente y profundizar más aún
su penetración y el dominio en estas zonas geográficas,
fuentes de mercados, mano de obra barata y de materias primas
para el capitalismo mundial, lo que implica su completa
semicolonización. A esto se oponen en forma decisiva
los intereses materiales de las masas oprimidas y explotadas
que se niegan a aceptar el enorme costo que la consumación
de la restauración-semicolonización implica
y choca también con las ambiciones de las burocracias
restauracionistas que se niegan, en su transformación
como nueva clase burguesa, a verse condenados a una posición
secundaria en la política mundial.
Durante la década pasada, el gobierno de Clinton
aplicó una política que alentó el crecimiento
de China, viendo en la prosperidad económica la principal
garantía para anclar firmemente a Pekín en
el orden internacional dominado por los Estados Unidos.
Los neoconservadores por el contrario, constatan que esta
política, a pesar de los importantes beneficios comerciales
para algunos monopolios norteamericanos, estratégicamente
ha dado (o dará) como resultado una China que no
se aviene al dominio indiscutido del mundo por EE.UU. John
J. Mearsheimer, principal teórico de la escuela geopolítica
denominada “realismo ofensivo”, expresa bien
esta nueva lógica imperialista, cuando afirma: “Es
claro que el escenario más peligroso que los Estados
Unidos podrían afrontar a comienzos del siglo XXI
es que China se convierta en un potencial hegemón
en el noreste de Asia. Por supuesto, las perspectivas de
China de convertirse en un potencial hegemón dependen
en gran medida de si su economía continúa
modernizándose a ritmo rápido 30. Si esto
sucede, y China se convierte no sólo en un productor
líder de tecnologías de punta, sino en la
potencia más rica a nivel mundial, ciertamente utilizaría
su riqueza para construir una poderosa maquinaria militar
(...) China podría desarrollar su propia versión
de la Doctrina Monroe, dirigida contra los Estados Unidos
(...) China dejará en claro que la interferencia
norteamericana en Asia es inaceptable”31. Lo importante
de este análisis no es su carácter científico
–que no lo tiene– sino que sirve para justificar
un giro de la política norteamericana de un “compromiso
constructivo” hacia una política más
dura de “contención”: “Este análisis
sugiere que Estados Unidos tiene un profundo interés
en ver que el crecimiento económico chino disminuya
considerablemente en los próximos años (...)
China está aún demasiado lejos de alcanzar
suficiente poder latente para dar un salto a una hegemonía
regional (...) Por lo tanto no es demasiado tarde para que
Estados Unidos revierta su curso y haga lo que pueda para
detener el ascenso de China”.
Este nuevo discurso geopolítico32, en el marco de
una de las peores crisis del sistema capitalista mundial
desde la segunda guerra mundial, augura la posibilidad de
que Estados Unidos tome represalias económicas, políticas
y/o militares contra la “amenaza china”, frente
al crecimiento desmesurado del déficit comercial
norteamericano en el cual las importaciones chinas son su
principal componente. Un escenario como este significaría
un fuerte agravamiento del ya deteriorado equilibrio capitalista
mundial y podría ser “el talón de Aquiles”
del famoso milagro económico chino.
Los países periféricos y la nueva dominación
“neoimperilista”
El
fin de la guerra fría significó la liquidación
de la justificación histórica del imperialismo
norteamericano de sostener a las elites locales de los países
periféricos como aliados fundamentales en la lucha
contra la ex URSS y sobre todo la revolución en el
“mundo subdesarrollado”, que constituyeron las
áreas calientes del sistema mundial en la postguerra.
En otras palabras, la existencia de “regímenes
clientes”, una de las patas centrales del ordenamiento
de postguerra, que permitió a los Estados Unidos
ejercer y mantener su hegemonía mundial.
Después de 1989 con el triunfo ideológico
que significó la caída del “comunismo”,
tal cual lo presentaba la propaganda imperialista, y el
fracaso del “socialismo real” que era emulado
por muchos países de la periferia como modelo de
desarrollo para salir del atraso, permitieron la cooptación
por parte de los Estados Unidos de las elites de estos países
hacia un programa de “modernización neoliberal”.
Sin embargo este alineamiento incondicional no produjo los
resultados esperados llevando a muchos de estos países
a serios retrocesos y a agudas crisis, como hoy en día
es casi una norma en la mayoría de los países
periféricos.
En este marco, Estados Unidos a diferencia del pasado en
donde sólo se oponía en forma directa o indirecta
a las luchas de liberación nacional33, hoy como novedad
ha pasado a oponerse a las elites locales como lo demuestra
su política luego de los atentados del 11-9, que
ya no son consideradas como necesarias, y más bien
son vistas como una pesada carga para las necesidad económicas
y políticas del imperialismo norteamericano. Este
es el significado histórico de la política
de “cambio de régimen”, fórmula
que sintetiza el paso de los Estados Unidos de una dominación
neocolonial a formas más directas de dominio, que
hemos denominado “neoimperialista”. Decimos
“neoimperialista” para distinguir a la actual
profundización de la opresión imperialista
en la periferia, tanto del neocolonialismo posterior a la
Segunda Guerra Mundial, que significó la existencia
de países con independencia formal pero sometidos
económicamente a la dominación imperialista,
como del colonialismo clásico, que se caracterizaba
por destruir las naciones preexistentes para convertirlas
como proveedoras de materias primas, integrándolas
en una división del trabajo emergente. El actual
giro neoimperialista contiene el carácter destructivo
de este último, sin ninguna de las “virtudes”
de esta forma de dominación, expresión de
la descomposición y del carácter parasitario
y depredador del sistema imperialista mundial al comienzo
del siglo XXI.
Esta tendencia es abiertamente palpable en Medio Oriente,
donde la derrota de Irak y la masiva presencia militar norteamericana
en dicho país, ha implicado que las burguesías
árabes se arrodillen de manera sin precedentes a
los designios del amo yanky. Pero, aunque no se manifiesta
con la misma intensidad que en esta región, el salto
en la opresión imperialista afecta en mayor o menor
grado a todos los estados semicoloniales. Esto amenaza la
existencia independiente de algunos de estos estados o implica
un brutal achique del grado de autonomía de estos.
Esta enorme presión o sofocamiento imperialista es
lo que empuja (o puede empujar), a pesar de su timidez y
cobardía, a un renovado impulso de las burguesías
nacionales de recobrar ciertos márgenes de independencia
con respecto al imperialismo. Aunque por ahora esto sólo
está limitado a gestos o a pequeñas medidas
propagandísticas34, no puede descartarse esta tendencia.
Sin embargo, comparado con el primer impulso nacionalista
de la entonces joven burguesía, este último
tiene (o tendrá) un carácter senil y su ciclo
de ascenso y decadencia probablemente sea más corto.
Este rol más efímero del nacionalismo burgués
responde a causas estructurales: la mayor integración
a la economía mundial de estos países –no
sólo como productores de materias primas como a fines
del siglo XIX, principio del siglo XX, sino en crecientes
ramas de la manufactura– y la existencia de lazos
más fuertes entre la burguesía imperialista
y sectores de la burguesía nacional, financierizada
y predadora de los activos y ahorros nacionales como su
amo imperial. Esto hace que las relaciones entre el imperialismo,
la burguesía nacional y el proletariado en los países
semicoloniales se haya polarizado aun más a favor
de los dos primeros, con respecto al siglo pasado, lo que
será la fuente estructural de un encarnizado combate
de clases entre los dos contendientes fundamentales: la
clase obrera y el imperialismo.
La
situación de la lucha de clases al comienzo del siglo
XXI
El
elemento de la subjetividad obrera es el más atrasado
con respecto a la descomposición y aceleración
de los factores objetivos de la crisis del sistema capitalista.
En forma escueta, este retraso es consecuencia de los cambios
estructurales sufridos por la clase obrera durante la ofensiva
neoliberal, el giro a la derecha de las direcciones oficiales
del movimiento obrero y, fundamentalmente, de la ausencia
de triunfos revolucionarios en las últimas décadas.
Dicho esto, comparada con la situación de la clase
obrera de principios de los ’90 y como consecuencia
del surgimiento del movimiento anticapitalista, la lucha
contra los planes “neoliberales”, el desgaste
del reformismo que continuó con la política
de administrar la crisis capitalista y, en el último
periodo, el espectacular desarrollo del movimiento contra
la guerra, puede preverse que, si no median derrotas decisivas,
se desarrollen saltos en la lucha y subjetividad de la clase
obrera y el movimiento de masas.
Esto es lo que indica, como síntoma la masividad
y el alcance mundial del movimiento pacifista durante la
guerra contra Irak –tal vez el caso en la historia
más importante de oposición a una guerra imperialista
contra una nación semicolonial– y las decenas
de luchas que se vienen sucediendo durante los últimos
años contra la ofensiva neoliberal. Ponen de manifiesto,
mas allá de todo sus límites, que estamos
en una situación transitoria entre el fin de una
fase histórica del movimiento obrero y la emergencia
de un nuevo ciclo. En otras palabras, en un nuevo periodo
transitorio caracterizado por el fin del estalinismo, el
giro hacia el social liberalismo de la socialdemocracia,
es decir el fin del viejo movimiento obrero hegemonizado
por los grandes aparatos contrarrevolucionarios que dominaron
el siglo XX, y la emergencia de nuevas fuerzas sociales
y políticas. Sin embargo, este despertar a la vida
política de millones o más precisamente la
emergencia de lo nuevo, aún está marcado por
las derrotas de las últimas décadas, por los
límites de la autoorganización de las masas
y por la debilidad del marxismo revolucionario. Es esto
lo que permite que pueda aún ser canalizado o contenido
por las nuevas o viejas mediaciones reformistas, impidiendo
que se desarrolle una subjetividad o radicalización
revolucionaria.
Así en América Latina, las tendencias a la
acción directa que mostraron la llamada “Coordinadora
del Agua” en Cochabamba en el año 2000 como
primer antecedente, y que tuvo su punto más alto
con las Jornadas Revolucionarias en la Argentina que derribaron
al gobierno de De la Rúa y la derrota del golpe gorila
en Venezuela, intentan ser desviadas por la nueva oleada
de gobiernos reformistas que desde Chávez en Venezuela,
Lucio Gutiérrez en Ecuador, Lula en Brasil y Kirchner
en Argentina, se vienen dando en la región. Estos
en lo inmediato han tenido éxito en contener las
tendencias a la radicalización del enfrentamiento
entre las clases que afectaba al subcontinente. Sin embargo
en los países donde la continuidad del viejo régimen
es más abierta como en Bolivia con Sánchez
de Lozada, o en Perú con el “fujimorismo sin
Fujimori” de Toledo, o en los nuevos gobiernos “reformistas”
que han continuado con lo esencial del plan neoliberal como
el de Lula en Brasil, la tendencia a la acción directa
o las luchas reivindicativas y/o políticas contra
los gobiernos se mantienen vivas o emergen. Ejemplo de lo
primero fue la crisis revolucionaria que afectó a
Bolivia en febrero de este año o la imposición
del estado de sitio frente a la agitación de los
trabajadores y campesinos en Perú. Ejemplo de lo
segundo es la huelga del conjunto de los estatales brasileños
contra el plan de reforma del sistema de pensiones del gobierno
del PT, o las huelgas de petroleros y amenazas de movilización
de la CONAIE en Ecuador. Estos elementos hacen presagiar
que, con ritmos más lentos o más acelerados,
estos procesos puedan repetirse y profundizarse en la política,
económica y socialmente convulsionada Sud América.
En Europa se vienen desarrollando dos fenómenos que
afectan al movimiento de masas. Por un lado una oleada de
luchas de los trabajadores contra el ataque de los gobiernos
y la patronal europea al sistema de previsión social
y otras conquistas del llamado Estado Benefactor. El control
de la burocracia y el carácter corporativo de éstas
constituye el principal handicap de la burguesía,
en momentos de fuerte crisis económica, lo que puede
redundar en importantes derrotas para los trabajadores.
Una primer muestra de esto ha sido el triunfo del gobierno
de Raffarin frente a las jornadas de lucha de estatales
y docentes en Francia. La acción de las direcciones
sindicales evitó una repetición de la huelga
general de empleados públicos que en 1995 volteó
al gobierno de Juppé. En Alemania, luego de varios
días de huelga los trabajadores metalúrgicos
de la ex Alemania del Este que venían parando por
las 35 horas semanales, decidieron volver al trabajo sin
conseguir sus reclamos desoyendo el llamado de la burocracia
de la IGMetall a continuar la huelga. Esta es la primer
derrota de este sindicato, el más grande y poderoso
de Occidente, que llamó a esta lucha ofensiva en
momentos de aguda recesión sin que pararan simultáneamente
los principales batallones de trabajadores en la ex Alemania
Occidental.35
Por otro lado, la convergencia y transformación del
movimiento juvenil anticapitalista en un movimiento amplio
y masivo contra la guerra, de carácter policlasista
abarcó a los primeros, a ex activistas sindicales
y militantes de los movimientos pacifistas de los ’60
y de los ’80, sectores medios opuestos a la política
de Bush e importantes franjas de trabajadores, en especial
trabajadores de cuello blanco. Un balance del mismo muestra
que a pesar de la masividad no se desarrollaron elementos
de radicalización. En otras palabras, no ha dejado
como subproducto instituciones que atenten contra el orden
capitalista, ni de tipo soviético ni corrientes centristas
que tengan una tendencia hacia la revolución.
La primera responsabilidad de esto recae en las direcciones
burocráticas del movimiento obrero, que salvo declaraciones
y votaciones contra la guerra y alguna acción testimonial,
como fueron las huelgas simbólicas en España
y en Italia, evitaron que el movimiento obrero con sus métodos
y programa fuera la fuerza dirigente del movimiento antiguerra.
Pero el rol de las grandes direcciones del movimiento obrero
en evitar paralizar la maquinaria guerrerista del imperialismo,
no disminuye el rol que jugaron corrientes centristas como
el SWP en Inglaterra o la LCR en Francia –que tuvieron
un papel muy activo en el desarrollo del movimiento–
en impedir que cristalizara una verdadera corriente antiimperialista
como consecuencia de la movilizaciones contra la guerra
de Irak.
Un ejemplo de esto fue la práctica del SWP. Sus militantes
se convirtieron en los mejores activistas (e incluso líderes)
en la preparación de comités contra la guerra
(encabezando la coalición Stop the War). Sin embargo,
levantaban un programa que no peleaba consecuentemente contra
el imperialismo (en particular los imperialismos “democráticos”
europeos) ni por la centralidad de la clase obrera en la
lucha antiimperialista, dejando el campo libre para que,
con ellos como cabeza visible, en realidad dirigieran el
movimiento antiguerra los “opositores” del Labour
o sus “disidentes” como Ken Livingstone.
Lo mismo se puede decir de Francia con la LCR, o de España
con la CGT y algunas corrientes de Izquierda Unida, que
actuando de manera centrista y levantando un programa reformista
de conjunto para la guerra le allanaron el camino de reaparición
en la cresta de la ola a partidos vapuleados como el PSOE
y el PS francés. Estas corrientes (e incluso RC y
los autonomistas en Italia) pasaron a tener un auditorio
de masas, pero por sus propias limitaciones políticas
y la baja subjetividad que arrastra el proletariado no alcanzaron
a poner en crisis al orden establecido, incluyendo en esto
a instituciones como partidos tradicionales y sindicatos
de masas entre otras. La nueva militancia registrada en
organizaciones como la LCR o el SWP, o en las direcciones
sindicales alternativas como los COBAS en Italia, al no
provenir de un contexto de radicalización no empujaron
a estas direcciones a una política más de
izquierda ni crearon alas potencialmente revolucionarias.
La política llevada adelante por estas organizaciones
era de “alternativismo”, de respeto de los “espacios”
con las organizaciones tradicionales del movimiento obrero,
dedicándose a crecer por “afuera del sistema”.
De esta manera, a pesar de su fraseología más
radical, su política no fue de enfrentamiento con
las direcciones tradicionales del movimiento obrero, como
no lo hicieron ni RC ni los COBAS en Italia con la CGIL,
o la LCR o LO en Francia durante el movimiento antiguerra
o las recientes huelgas.
Los elementos arriba enunciados muestran una evolución
lenta y tortuosa de la subjetividad de la clase obrera y
del movimiento de masas. Sin embargo, visto desde una perspectiva
de más largo plazo, las tendencias agresivas del
gran capital que se perfilan y la continuidad por un largo
periodo de la brecha entre las potencias imperialistas,
permiten abrir la hipótesis de un salto en la acción
y radicalización del movimiento obrero y de masas.
La existencia de una división interimperialista más
importante después de la segunda guerra mundial,
debilita al sistema capitalista en su conjunto, y crea la
posibilidad histórica para el movimiento de masas
de pasar de una lucha de carácter defensivo, a una
estrategia de transformación revolucionaria del orden
existente.36 Para esto es esencial que la clase obrera y
las masas del mundo no confíen en sus propios gobiernos,
ni en las direcciones traidoras del movimiento obrero, y
tengan una política independiente contra todas las
alas de la burguesía imperialista o en los países
semicoloniales de la burguesía nacional. Esta es
la lección de las actuales movilizaciones contra
la guerra de Irak, que a pesar de su masividad no lograron
detener el curso guerrerista de Bush por su alineamiento
detrás del bloque “pacifista” de las
burguesías europeas. Dar pasos en resolver la crisis
de dirección revolucionaria del proletariado se convierte
en una necesidad acuciante para que el mismo pueda aprovechar
a su favor las posibilidades excepcionales que le brindan
la fractura del “orden global”.
¿La apertura de un nuevo período histórico?
La
enorme tensión que un conflicto secundario como el
de Irak generó en el orden internacional, nos muestra
que tal vez estemos frente a los primeros escarceos de un
nuevo período histórico.
Más de una década después del colapso
de la URSS, el capitalismo mundial muestra que no puede
rejuvenecerse, ni resolver sus crisis, ni abrir una nueva
etapa de desarrollo, que supere su declinación histórica.
La así llamada “globalización financiera”
ha fracasado en detener el desenvolvimiento de las contradicciones
capitalistas, más bien las ha exacerbado.
Si miramos la situación desde un ángulo estratégico,
desde las tendencias profundas que señalan la crisis
económica internacional y el intento norteamericano
de redefinir el mapa mundial, tanto el programa neoconservador
en los Estados Unidos como la ofensiva contra el “estado
benefactor” de la burguesía de los distintos
países de Europa, está mostrando que el aumento
de las ambiciones imperialistas a uno y otro lado del Atlántico
va acompañado de un ataque a las condiciones de vida
de sus propias poblaciones. Pero a diferencia del neoliberalismo,
que se impuso esencialmente por mecanismos democrático
burgueses, esta nueva y más brutal ofensiva contra
la clase obrera y el conjunto de los sectores populares
debe recurrir a métodos más duros. Es por
eso que el aumento del militarismo y de los choques diplomáticos
en el escenario internacional van de la mano de la creciente
bonapartización a nivel interno. Todos estos son
síntomas de una nueva etapa histórica, una
etapa en donde “los gobiernos, como las clases, luchan
con más furia cuando la ración es magra que
cuando están provistos en abundancia”37.
Aunque las tendencias más agresivas del capital,
de las que el neoconservadurismo es su máxima expresión,
implicarán en los próximos años una
situación más difícil y penurias cada
vez mayores para el movimiento de masas, desde el punto
de vista estratégico una perspectiva probable es
la señalada por Wallerstein en sus comentarios “¿Lunáticos
o Política?”. Haciendo una analogía
con la reacción burguesa frente a la Revolución
Francesa de 1789 que triunfó en 1815 y que restauró
el orden en Europa y en el mundo detrás de la Santa
Alianza del Príncipe Metternich, cuya política
era frenar el desorden con una masiva represión,
comparada con la actual situación: “Los halcones
norteamericanos son el revival de Metternich y sus descaradas
políticas reaccionarias: su unílateralismo
‘machista’ en la escena mundial, y sus intentos
verdaderamente serios de desmantelar el Estado de Bienestar
en los Estados Unidos. Por esto el Financial Times dice
que ‘la razón no los afecta’. Por esto
los herederos de Sir Robert Peel 38 están tan alterados.
Así como las políticas de Metternich llevaron
al desastre para las fuerzas conservadoras a nivel mundial
que ocurrió en 1848, los herederos de Peel temen
(y esperan) que las políticas de Bush harán
lo mismo, y peor. Y que el desastre está en el horizonte.
Tal vez, algún día en el futuro, habrá
un Armagedón entre la derecha y la izquierda. Pero
en el presente inmediato, vamos por una puja entre la fracción
Metternich y la fracción Peel de las fuerzas de la
centro derecha. La fracción Metternich piensa que
está en juego el orden mundial. La fracción
Peel piensa que lo que está en juego es la sobrevivencia
del sistema capitalista”.39
Aunque desde un punto de vista general, es posible pensar
otras perspectivas, como sería un crack económico
de consecuencias iguales o peores que en los ’30,
o la exacerbación de las disputas entre las grandes
potencias con el desarrollo de algún conflicto militar
interestatal en alguna zona del planeta, es interesante
notar que los sectores más lúcidos de la burguesía
temen eventualmente una respuesta del movimiento de masas.
Visto desde una perspectiva más histórica
la situación actual es inédita en lo que respecta
a los dos contendientes fundamentales: el proletariado y
la burguesía mundial. El movimiento obrero y de masas
después de las traiciones de sus direcciones a lo
largo del siglo XX y de la carga que significa el fracaso
del “socialismo en un solo país” para
el ideal comunista, sufre una crisis política de
dirección y de proyecto estratégico de proporciones.
Pero sin embargo, la situación tampoco es favorable
históricamente para la burguesía. La declinación
de los Estados Unidos como potencia hegemónica es
acompañada por la emergencia de bloques imperialistas
incipientemente antagónicos, que poseen una enorme
debilidad estructural, como muestra lo tortuoso del proceso
de construcción europea, como fuerza contrarrestante
a Estados Unidos. ¡Qué distinto de las reservas
que aún contaba el sistema imperialista mundial hace
menos de cien años, en la primera mitad del siglo
XX, que vio emerger en forma furibunda esa explosión
del imperialismo norteamericano en reemplazo de la hegemonía
británica!
Estos dos elementos, la debilidad por distintos motivos
de las dos clases fundamentales en conflicto, otorgan a
la situación mundial la impresión de que nada
se está moviendo, a pesar de todos los cambios que
hay en la superficie. Pero los márgenes de maniobra
se están acortando. Apostamos y luchamos para que
la clase obrera, en los próximos años, saque
partido de la situación y aproveche la creciente
división del enemigo, para obtener algún triunfo
revolucionario que le permita debilitar cualitativamente
la dominación imperialista.
julio de 2003
NOTAS
1
Charles Krauthammer, “The Unipolar Moment Revisited”,
National Interest, N° 70 (invierno de 2003).
2 National Security Outlook, 1/5/2003. Donnelly es miembro
del AEI y fue director ejecutivo del Proyecto para el Nuevo
Siglo Americano entre 1999 y 2002.
3 Gary Scmitt y Tom Donnelly del neoconservador Proyecto
para el Nuevo Siglo Americano, enero de 2002.Citado por
William K. Tabb en “After Neoliberalism?”, Monthly
Review, vol. 22, N° 2, junio 2003.
4 Henry Kissinger, La diplomacia,1994, Fondo de Cultuta
Económica.
5 Idem.
6 Discurso ofrecido en Singapur el 1° de junio de 2002.
7 National Security Outlook,1/5/2003.
8 “Rolling Back the 20th Century”, The Nation,
12/05/2003.
9 Idem.
10 Con respecto a este último punto la revista citada
plantea: “a pesar de que los sindicatos han perdido
considerable influencia, siguen siendo un obstáculo
importante para alcanzar la visión de la derecha.
Los sindicatos de empleados públicos son oponentes
formidables en temas como la privatización y los
vouchers de las escuelas. Aún los declinantes sindicatos
industriales tienen los recursos para movilizar una significativa
fuerza en política. Sobre todo, el movimiento obrero
encarna el instrumento progresivo de poder, (...) La movilización
de ciudadanos en nombre de demandas sociales amplias son
contrarias a la visión de la derecha de individuos
autónomos, a cargo de sus propios asuntos y actuando
solos. Los sindicatos podrían estar retrocediendo
(...) Se podrían ver mucho más debilitados,
si los fondos de pensión, una importante fuente del
poder sindical son privatizados”.
11 Estos grandes hombres de negocios amasaron fortunas considerables
y fundaron “imperios” empresariales, muchos
de los cuales se consolidaron con el tiempo y muchos sobreviven.
Los más conocidos son Cornelius y William Vanderbilt,
Andrew Carnegie, John D. Rockefeller, J. P. Morgan, etc.
12 En esta época donde no existía la seguridad
social brindada por el estado, la filantropía era
una práctica que justificaba las “buenas obras”
de los hombres ricos. En un libro que estudia esta época
se dice: “la filantropía debe en principio
acreditar el mito de la generosidad y de la alta moral de
las clases dirigentes (...)” Pero la filantropía
no significa hacer el bien de cualquier modo. Carnagie no
dejó de poner las riquezas en guardia contra el peligro
de una filantropía impudente: uno de los obstáculos
más serios al progreso de nuestra raza es la caridad
hecha sin discernimiento. Sería preferible para la
humanidad, que los millones de los ricos fueran arrojados
al mar, en vez de servir para alentar a los perezosos, a
los borrachos, a los indignos. Y fue la teoría del
self-help, inspirada en la religión puritana, la
que desarrolló Carnegie: “El punto importante,
en cuanto a caridad, es ayudar a aquellos que quieren ayudarse
(...) Así, los filántropos de la época
buscaron, sobre todo, inculcar a los desheredados el respeto
de los valores consagrados, el amor al trabajo, el sentido
de la economía, el espíritu de resignación
y la moral convencional de las virtudes. La filantropía
reforzaba la dependencia de los pobres y sus sentimiento
de obligación y reconocimiento hacia los ricos”.
Marianne Debouzy, El capitalismo salvaje en Estados Unidos.
13 Reagan asumió la presidencia en 1980 luego de
la crisis estructural en que cayó la economía
norteamericana en la década del setenta, al fin del
“ciclo virtuoso” del boom de la post guerra.
14 Este cambio en la configuración de la clase dominante
y en la función del aparato estatal se extendió
en todos los países donde se impuso la ofensiva “neoliberal”,
en particular en los países de la periferia capitalista.
En el caso de América latina ésta implicó
la conformación y hegemonía de un nuevo sector
del capital financiero autóctono, que como socio
menor del capital imperialista, participó de la expoliación
del país mediante su rol como acreedor de la deuda
soberana y del desguace y privatización de los activos
del estado.
15 The Nation, 12/05/2003.
16 “El americanismo y el fordismo –sostiene
Gramsci– derivan de la necesidad inmanente de llegar
a la organización de una economía planificada
(...) el paso del viejo individualismo económico
a la economía planificada”. Y plantea que EE.UU
“para racionalizar la producción y el trabajo,
combinó hábilmente la fuerza (destrucción
del sindicalismo obrero de base territorial) [sindicatos
de oficio, N. d. R.] con la persuasión (altos salarios,
diversos beneficios sociales, propaganda ideológica
y política muy hábil); se logró así
hacer girar toda la vida del país alrededor de la
producción. La hegemonía nace en la fábrica
y para ejercerse sólo tiene necesidad de una mínima
cantidad de intermediarios profesionales de la política
y la ideología”.
17 Esto lo demuestra en forma categórica un reciente
artículo del importante analista William Pfaff. Este
comenta un trabajo del Center for Strategic and International
Studies de Washington, firmado por dos ex secretarios de
estado demócratas, Madeleine Albright y Warren Christopher,
así como también por Zbigniew Brzezinski,
y otros miembros del gabinete o líderes del congreso
de antiguas administraciones demócratas y por veteranos
republicanos de las administraciones de Ronald Reagan y
de la primera administración Bush. Dicho trabajo
sugiere “que los observadores de los Estados Unidos
sean parte de las actuales deliberaciones constitucionales
europeas. Pide que funcionarios del gobierno norteamericano
tengan un rol en los encuentros del Consejo Europeo (donde
las decisiones de la CE son tomadas). Pide una unificación
europea dentro de una estructura formal trasatlántica
de tal manera de hacer a la CE al equivalente político
de la OTAN. Alerta contra el gasto europeo en defensa y
las medidas militares que podrían significar un desafío
a la predominancia militar norteamericana. En síntesis,
pide que la Unión Europea sea subordinada a los Estados
Unidos. Esto ya se había planteado antes, pero, para
los europeos estaba asociado con la administración
Bush. Esta declaración fue importante porque demostró
que no es simplemente la política de la administración
Bush, sino de la mayoría de la comunidad política
del “establishment” en los Estados Unidos, tanto
demócrata como republicano”. William Pfaff,
“The trans-Atlantic dispute simmers”, International
Herald Tribune, 26-6-2003.
18 Martin Wolf, Financial Times, 8-7-2003.
19 Joseph Nye, “Ill–Suited for Empire”,
The Washington Post, 25-05-03. Joseph Nye es el principal
teórico imperialista del llamado “soft power”
opuesto a las doctrinas en boga que enfatizan el poder militar
o “hard power”.
20 Howard Dean es un ex gobernador de Vermont. Algunos diarios
comentan lo siguiente sobre su campaña electoral:
“Cuando comenzó la campaña electoral
un año atrás, la mayoría en Washington
lo trataba como un candidato principiante: posiblemente
sólo el destinatario de buena cantidad de bromas.
El primer eslabón pertenece a los senadores y al
lider de la minoría en la Cámara de Representantes,
no para un ex gobernador de un estado que ocupa el número
cuarenta y nueve del ranking en población. Pero rápidamente
se fue haciendo claro que el señor Dean era diferente.
Su descarado mensaje económico populista, su oposición
a la guerra de Irak, su aversión a todos los aspectos
de la administración Bush y su profunda convicción
de que el Partido Demócrata estaba perdiendo su curso,
tuvieron un efecto galvanizador en el núcleo duro
de partidarios que se interesa en la política presidencial
dos años antes de la elección”. Washington
Times, 8-7-2003. Su ascenso se ha traducido en que es hoy
el candidato demócrata que ha reunido más
fondos para su campaña.
21 Martin Wolf, Financial Times. 8-7-2003.
22 Ivo H. Daalder, “The End of Atlanticism”,
The Brookings Institution, 16-5-2003.
23 Se refiere a Francia, Alemania, Bélgica y Luxemburgo.
24 Christoph Bertram, “Germany will not becomen America´s
vassal”, Financial Times, 27-05-2003.
25 Mandel, Ernest, El capitalismo tardío, 1ra. edición,
1972.
26 Quentin Peel, Financial Times.
27 En el agro a pesar de los cambios del régimen
de propiedad, la producción se mantiene estancada.
El New York Times del 29-6-2003, señala que “gigantescas
extensiones de tierras de cultivo siguen abandonadas y Rusia
importa cerca del 40% de sus alimentos”.
28 Mayor incluso a lo que nosotros mismos habíamos
esperado en un artículo que escribimos al inicio
de su mandato, debido al rol acelerador que preveíamos
podía jugar la guerra de Chechenia. La lucha de Rusia
en esta región que ya lleva mas de tres años
y medio ha sido desgastante, a la vez que desmoralizante
para las alicaídas ambiciones imperiales chauvinistas
gran rusas. Sin embargo, sus consecuencias lejos de haber
actuado como acelerador a nivel nacional de la crisis del
régimen de Putin, se han cronificado.
29 Según el estudio del Banco de Inversiones Brunswick
UBS citado por el New York Times del 29-6-2003, ocho conglomerados
controlan el 85% de las 64 mayores empresas privatizadas.
La misma nota dice que aunque en los últimos años
hay una apariencia de normalidad, “bajo la superficie”,
el mundo de los negocios rusos sigue profundamente enraizado
en el crimen organizado.
30 En esta nota no discutimos la factibilidad de que China
pueda seguir manteniendo el excepcional ritmo de crecimiento
de las pasadas décadas, algo muy cuestionable. Tampoco
analizamos la posibilidad de que el enorme desarrollo desigual
y combinado y las fuertes contradicciones económicas,
sociales y políticas que la actual transición
está engendrando pueden cristalizar en cualquier
momento, como fue el caso de Tian an Men en 1989, un proceso
revolucionario derrotado que recuerda la supresión
de la revolución rusa de 1905 por Stolypin, que combinó
un endurecimiento del control político con la liberalización
económica. Este estudio será motivo de otro
trabajo.
31 John J. Mearsheimer, The Tragedy of Great Power Politics,
2001.
32 Repetimos, cuyo tono ha bajado durante la reciente guerra
de Irak pero sigue estando bien presente en los círculos
neoconservadores que hoy dictan la política de los
Estados Unidos, como demuestra la elección de un
reconocido halcón como encargado de los asuntos asiáticos
del Departamento de Defensa dirigido por Rumsfeld.
33 Como demuestra su intervención en Vietnam o Corea
en el primer caso, o su apoyo a los golpes de Estado en
América latina durante los ’70 y al apoyo a
la contrainsurgencia en América central durante los
’80, para nombrar sólo algunos casos.
34 Parte de lo limitado del distanciamiento a los Estados
Unidos de las burguesías nacionales de las dos áreas
centrales de la periferia, esto es de América Latina
como del Sudeste Asiático, podría deberse
además del carácter estructural de las clases
dominantes de estos países, a la falta de un polo
imperialista alternativo sobre el cual apoyarse como contrapeso.
En el caso de Sud América, los imperialismos europeos
que tienen intereses económicos en la región
hegemonizada por el imperialismo norteamericano, están
absorbidos por el complejo proceso de integración
europea. En el caso del Sudeste de Asia, el candidato natural
a un bloque antihegemónico, Japón, sigue en
gran medida bajo la órbita económica y de
seguridad de los Estados Unidos frente a su crisis interna
y la necesidad de seguir exportando al mercado norteamericano
y los temores de la “amenaza China”.
35 Aunque en otro continente, la misma realidad está
presente en Corea del Sur frente a la oleada de huelgas
contra el gobierno “progresista” del presidente
Roh Moo-hyon, un antiguo abogado sindical, que han conmovido
a este país en las últimas semanas. El punto
más alto fue la paralización del país
por los ferroviarios a la que el gobierno respondió
con medidas represivas contra los huelguistas, los estudiantes
universitarios que se solidarizaron y la detención
de 1400 miembros del sindicato. A pesar de la determinación
y militancia del movimiento obrero coreano, la dirección
de la KCTU levantó esta huelga frente a la amenaza
de despidos a los trabajadores en huelga llevando a una
importante derrota que ha fortalecido a la patronal.
36 Toni Negri sin autocriticarse de su pasada adscripción
a la tesis de Imperio, señala correctamente en su
trabajo La fractura del orden global, la división
entre las naciones imperialistas, que según sus palabras
se fracturan en “un eje horizontal” de “naciones
aristocráticas” para distinguirlo de la fractura
del “eje vertical”, esto es “entre quienes
mandan y quienes obedecen, entre quienes explotan y quienes
son pobres y explotados” que se desarrolló
después de Seattle. Desechando su política
oportunista de “coincidencia de intereses entre la
aristocracia y los movimientos”, tanto en el terreno
de la construcción europea como en América
latina, “alrededor de la iniciativa del gobierno brasileño
de Lula y coincidentemente con las indicaciones tendientes
a resolver la guerra civil Argentina”, señala
más adelante en forma sugestiva que “Hoy la
nueva fractura mundial ofrece al movimiento una condición
excepcional. Desde 1948, desde hace más de cincuenta
años, las fuerzas revolucionarias, las multitudes,
no han tenido la posibilidad de reabrir el juego político
en forma mundial, de escoger no una táctica de supervivencia
sino una estrategia de transformación radical y de
democracia absoluta. Hoy, por todas partes, están
dadas algunas condiciones decisivas. La nueva fractura política,
por aquellas razones intempestivas que el proceso de la
lucha de liberación está acostumbrado a considerar,
podría revelarse como una gran ocasión. El
golpe de estado de George W. Bush sobre el Imperio ha desconcertado
profundamente a la máquina de dominación capitalista
y, con toda probabilidad, los movimientos no son ajenos
al hecho de que el cerebro capitalista se haya vuelto loco
(...) El problema ya no será en el mediano plazo
disfrutar de la fractura desde el punto de vista del movimiento
sino, a partir de esto, y sólo de él, construir
el porvenir”.
37 León Trotsky, La internacional comunista después
de Lenin.
38 No todas las fuerzas del orden coincidían con
Metternich. En Inglaterra, lenta pero efectivamente, Sir
Robert Peel, dirigió a los tories hacia un camino
de oportunas y limitadas concesiones, como el Acta de Reforma
de 1832. La Reforma Electoral de 1832 y la abolición
de los derechos de los trigos de 1846 tuvieron por causa
principal el pronunciado desarrollo de la burguesía
industrial y comercial, así como su desarrollo en
la actividad política. Destacada por la Revolución
Industrial del siglo XVIII, la burguesía inglesa
empeñó una lucha sistemática contra
los latifundistas (los tories), con el fin de ejercer ella
sola la dominación política y económica.
La reformas de 1832 fueron los resultados de esta acción.
39 Comentario N° 114, 1-6-2003. A pesar de lo sugerente
de la identificación entre Metternich y los neoconservadores,
como toda analogía histórica tiene sus límites.
El peligro reside en que pude justificar una política
de “revolución democrática universal”
contra el Metternich “moderno”, Bush, una Primavera
de los Pueblos como en 1848, buscando como aliados a los
igualmente imperialistas y reaccionarios gobiernos europeos.
Este fue el planteo de George Monbiott, periodista inglés
y una de la principales figuras del movimiento anticapitalista,
en un artículo publicado en The Guardian en Abril
del 2003.