Economía y geopolítica de la crisis capitalista
El fin de las "soluciones milagrosas" de 2008/9 y el aumento de las rivalidades en el sistema mundial
28/08/2012
La crisis europea, explotada tendenciosamente en los titulares de los medios anglosajones, puede hacernos olvidar que lo que está en curso es una crisis mundial del capitalismo, de la que la Unión Europea (UE) es uno de sus epicentros a la vez que campo de batalla, en especial entre Estados Unidos y Alemania. Pero tomada globalmente, la coyuntura nos aproxima tal vez a un nuevo pico de la crisis: es que en EE.UU. y la UE están muy seriamente limitados sus ardides monetarios y el apoyo de los “mercados emergentes”, dejando sus economías al borde de una nueva caída.
La producción industrial se está estancando en la India y su calificación de crédito puede ser degradada al nivel de bono basura. El consumo de energía en China se ha reducido a casi la mitad del año pasado, mientras que la inflación sobre los precios al consumidor sigue siendo obstinadamente elevada.
Es obvio que las más grandes “economías emergentes” ya no están en condiciones de llevar a la economía mundial a través de los tiempos difíciles que se avecinan, como lo hicieron durante la “recuperación” de los años 2009/11. Es este contexto, el que da (y dará) pie a la exacerbación de las tensiones interestatales del sistema mundial.
El fin del mito de la “reactivación norteamericana”
La crisis europea ha ocultado la fragilidad de la recuperación norteamericana de los últimos tres años. En realidad todo el empuje de ésta se debió en gran parte al aumento de sus exportaciones. Como dice Stephen S. Roach: “Desde el primer trimestre de 2009, cuando la economía estadounidense tocaba fondo después de su peor recesión de posguerra, las exportaciones han llegado a representar un 41% de la recuperación posterior. Así es: en momentos en que el consumidor estadounidense se encuentra paralizado tras la borrachera de consumo más grande de la historia, la economía de EE.UU. ha pasado a depender de manera desproporcionada de los mercados extranjeros” [1]. Pero el creciente deterioro de estos mercados hace pensar en una futura caída en EE.UU.
Tres regiones son responsables del incremento exportador norteamericano: Asia, América Latina y Europa, que representan en su conjunto el 83% del crecimiento. Asia ha “estado a la cabeza, representando el 33% del aumento total de las exportaciones de EE.UU. durante los últimos tres años. La mayor fuente de este incremento se debe a los 15 puntos porcentuales de la Gran China (República Popular, Taiwán y Hong Kong). Huelga decir que la desaceleración en curso de China –incluso en el escenario de aterrizaje suave que todavía creo es el más factible– está afectando de modo importante a las exportaciones de Estados Unidos. El resto del impulso de las exportaciones a Asia está más desperdigado, y lo encabezan Corea del Sur, Japón y Taiwán, todas economías exportadoras en sí mismas y que dependen fuertemente de una China que pierde fuelle. América Latina fue la segunda mayor fuente, representando un 28% de las ganancias totales de las ventas exteriores de Estados Unidos en los últimos tres años. Brasil y México representaron en conjunto 19 puntos porcentuales de esa cifra. El crecimiento en ambas economías se está desacelerando de manera significativa, especialmente en Brasil. Y, dado los estrechos vínculos existentes entre la producción mexicana y el consumo de EE.UU. (que ahora chisporrotea de nuevo), es posible que toda recuperación de la economía mexicana sea de corta duración. Por último, tenemos el triste caso de Europa, que ha representado el 21% del crecimiento acumulado de las exportaciones estadounidenses en los últimos tres años. En este caso, las estadísticas del Departamento de Comercio de Estados Unidos no son tan útiles para la localización de la fuente del impulso, ya que se publica solo una lista parcial de países. Lo que sí sabemos es que el Reino Unido, Alemania y Francia –las llamadas economías principales– representaron en su conjunto apenas el 3,5% del aumento de las exportaciones de EE.UU. desde principios de 2009, y que el Reino Unido acapara la mayor parte de ese aumento. Eso sugiere que la mayor parte del aumento de las exportaciones europeas se concentró en las llamadas economías periféricas de la región. Y claramente eso es un problema serio” [2].
Sin este empuje exportador, que representa una cifra record del PBI (un 14%, comparado con un 10,5% en 1998 en el medio de la crisis asiática), el crecimiento real anualizado del PBI de EE.UU. que alcanza un promedio de 2,4% desde el segundo trimestre de 2009 hubiera sido anémico: un 1,4% si descontamos el incremento del crecimiento atribuido a las exportaciones. Por ende, si éstas empiezan a caer como se prevé (un escenario de moderada desaceleración en el que las exportaciones reales caen en un 5% a lo largo de un período de cuatro trimestres) el crecimiento real del PBI podría quedar por debajo del 1%, dejando a la economía estadounidense en una situación vulnerable a recaer en recesión. Esto descartando, por el momento, acontecimientos catastróficos como los acontecidos en el período 2008/09–, que produjeron una abrupta caída del 13,6% de las exportaciones. Los datos que se dieron a conocer a comienzos de julio, en los que se afirma que la actividad industrial en Estados Unidos sufre la primera señal seria de desaceleración en los últimos tres años [3], van en el sentido de lo que estamos afirmando. La razón de esta desaceleración hay que buscarla en el colapso de los nuevos pedidos, que sufren su mayor descenso en una década, y en una caída similar de las exportaciones, consecuencia de la ralentización mundial. Estos elementos empiezan a derrumbar el mito de la “reactivación estadounidense”, es decir la esperanza generalizada que existe en la actualidad de que Estados Unidos tenga la capacidad de mantener el rumbo y respaldar al resto del mundo en medio de la crisis del euro, a diferencia de la Gran Recesión de 2008/09. En el marco de que no se ve ningún motor de crecimiento, podríamos entrar de nuevo en una recesión global.
La exacerbación de la disputa velada entre EE.UU. y Alemania en la zona euro
Ya en Estrategia Internacional N° 26 dábamos cuenta de un “naciente cisma geopolítico” entre Alemania y EE.UU., expresado en los crecientes roces entre Obama y Merkel. Allí, enumerando los distintos enfrentamientos o disputas de entonces, decíamos que: “La lista de roces y tensiones no es desdeñable y marca el período más bajo de relaciones entre los dos países desde la oposición del gobierno de Gerhard Schroeder a la guerra de Irak en 2002-2003”. Y tratando de explicar las razones de fondo de este desencuentro notábamos que despuntaba “…un cambio de tendencia de largo plazo en las relaciones entre Alemania y EE.UU. Durante los 65 años que siguieron a la derrota del nazismo, la estrategia norteamericana en Europa fue la de evitar el ascenso de una fuerte entidad política que pudiera bloquear sus intereses en la región. La emergencia de una poderosa Alemania buscando asegurar su liderazgo en Europa y con voluntad de hacer tratos con Rusia (de la que depende fuertemente en energía) no es el país complaciente al que EE.UU. estaba acostumbrado. Esto explica el intento de Washington de utilizar su alianza con Turquía –una potencia regional emergente que quiere ampliar su influencia en el Cáucaso, el Medio Oriente, Asia Central y los Balcanes–, para contener a Rusia; y el respaldo que le da a su pedido de admisión en la UE, cuestiones que son vistas por Berlín como un nuevo intento norteamericano para diluir la coherencia del bloque europeo” [4].
A más de dos años de estas afirmaciones, este conflicto, (que no es completamente abierto pero tampoco es ocultado), se ha seguido desarrollando [5] con el intento de EE.UU. de crear un bloque anti-Merkel, apareciendo Washington como más “europeo” y “keynesiano” que Berlín lo que le ha permitido acercarse a los gobiernos con mayores problemas de endeudamiento o al mismo Hollande.
Para los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña (en perfecta armonía con Wall Street y la City de Londres) la demanda es explícita: la UE y el Banco Central Europeo (BCE) deben asumir la responsabilidad por las deudas de los estados fuertemente endeudados, emitiendo eurobonos o incrementando el fondo de rescate, transformando al BCE en emisor ilimitado de dinero y adoptando la política de QE (quantitave easing, es decir, inyectar masas de dinero en el sistema bancario sin intereses) similares a los de la Reserva Federal y el Banco de Inglaterra. Todo esto, según ellos, para evitar el colapso de estados enteros y del euro y para promover la “recuperación”.
Si Alemania acepta este programa, debería garantizar las deudas de Europa con sus propias reservas para evitar las enormes pérdidas que implicaría un default desordenado en términos de pagos de intereses, derivados, swaps de deuda colateralizada, etc., para los principales jugadores de las finanzas internacionales [6]. De esta manera, el salvataje otorgaría un nuevo aliento a los bonos del Tesoro estadounidense y permitiría que los mismos sigan representando el “puerto seguro” para los asustados inversores a nivel mundial (“flight-to-quality” o “fuga a la calidad”), permitiendo a su vez a la Reserva Federal de EE.UU. usufructuar los recursos financieros mundiales a tasas de interés extremadamente bajas y seguir otorgando sumas masivas de liquidez para mantener el sistema bancario con vida, mientras que el euro quedaría seriamente debilitado como moneda mundial y rival potencial para el dólar. Dicho de otra manera, EE.UU. busca salir ganador de la crisis obligando a todo el aparato productivo de la UE (principalmente Alemania) a actuar como garante de los intereses financieros de la deuda pública, para que se vuelva a alimentar el ciclo de las finanzas especulativas (de manera tal que las mismas pueden ser usadas para reiniciar un nuevo ciclo de negocios para el capital financiero norteamericano, ya sea a través de una nueva oleada de privatizaciones de los servicios públicos, la adquisición a bajo costo de bancos y/o empresas industriales o la eliminación lisa y llana de algunos de sus competidores) y dejándole una enorme hipoteca sobre una posible reanudación de la producción, que tiene una base en Europa mucho más sólida que en EE.UU. e Inglaterra.
Como vemos, ésta es la disputa y fuerte presión que atraviesan las relaciones entre Washington y Berlín que no ha sido llevada hasta el extremo por temor a un colapso financiero, pero que más de una vez ha puesto a la economía europea y mundial frente a un “Lehman plus”, utilizando un ejemplo reciente, o más precisamente un nuevo 1931, el punto de inflexión de la crisis bancaria que dio origen a la Gran Depresión después del Crack de Wall Street de 1929, cuestión que está aún, y siempre, presente.
De esta manera, la eurocrisis es un eslabón más de la crisis mundial, que como vemos avanza a deteriorarse nuevamente. Es un lugar de enfrentamiento, de una guerra financiera y aunque más larvadamente, también económica, entre las principales potencias de Occidente, entre el dólar y el euro y el eje de las finanzas Wall Street/City de Londres y el polo financiero en torno a Frankfurt y la predominancia europea.
Las debilidades del euro como moneda de reserva mundial y la estrategia/respuesta del imperialismo alemán
Evidentemente, Alemania intenta salvar al euro resistiendo los designios y ataques especulativos del capital anglosajón (“los mercados”) pero bajo sus condiciones. Esto es lo que explica la resistencia de Merkel a las presiones para que lleve adelante una política monetaria y fiscal anti-austeridad. Antes de la última cumbre de la UE lo expresó de una manera muy gráfica y llamativa: “No habrá eurobonos mientras yo esté viva”, dijo. A su vez, tildó las diferentes soluciones de “falsos” caminos para salir de la crisis y criticó que en Bruselas se vaya a hablar “demasiado” de “eurobonos, ‘eurobills’ o de un fondo de amortización de la deuda” y “demasiado poco” de supervisión fiscal.
Es que la estrategia alemana debe tomar en cuenta los límites del euro, o como dice correctamente el economista marxista François Chesnais el carácter “incompleto” de esta moneda como moneda de reserva mundial. Es que a diferencia del patrón monetario basado en el oro y el actual basado en el dólar [7], “…el euro, nunca alcanzó el estatus de moneda de reserva internacional y sufre, sin otro medio que la variación de la tasa de interés, los contragolpes de los humores del mercado y de las políticas de cambio de los otros tenedores de monedas importantes, hoy principalmente el yuan. El euro tampoco ha adquirido verdaderamente el atributo de medida de valor –muchos ciudadanos de los países miembros siguen pensando en su antigua moneda nacional y fuera de la UE todo el mundo hace la conversión en dólares. Es medio de circulación y de pago en el espacio de los países miembros de la zona y de los que están subordinados económicamente a Alemania, el seno de la UE. Ahora bien, esto no ocurre en otros países de la UE: el Reino Unido y también Suecia y Dinamarca. En el ámbito del mercado mundial, el petróleo, las armas y muchos otros productos se tienen que comprar o vender en dólares, por lo tanto dependen de la tasa de cambio. El euro es sobre todo –y sin duda ese era el objetivo de los que han presidido su nacimiento, los sectores más cercanos a las finanzas–, un instrumento de colocación financiera. La presencia masiva de los fondos de pensión y de los hedge funds en los mercados obligatorios europeos es expresión de esto” [8].
Imposibilitada de emitir deuda sin respaldo (sólido) como el dólar, Alemania intenta, a los tumbos, imponer una salida alternativa a la norteamericana para la eurozona. Esta estrategia pasa por evitar nuevos endeudamientos que debilitarían más al euro y que usada como cobertura del conjunto del endeudamiento europeo solo debilitaría el equilibrio fiscal alemán y pondría en riesgo la competitividad de la industria alemana. Esta es la razón de su Pacto Fiscal europeo, aun si esto significa una desaceleración de la economía alemana y europea [9].
Seguir las recetas norteamericanas o hacer lo que hace la FED, es decir imprimir dinero en estas condiciones, cuando el euro aún no es una moneda de reserva mundial o al menos una moneda de reserva que compite con el dólar, implicaría que el BCE proveería a Europa de créditos frescos pero endeudándose en el mercado de capitales y de dinero internacional, constituyendo de esta manera una hipoteca sobre la producción actual y futura.
Sólo una vez impuesta una disciplina fiscal Berlín podría permitir una monetización parcial e indirecta de la deuda soberana europea, dándole una mayor munición al Mecanismo Europeo de Estabilización e incluso eventualmente, al final del camino, la emisión de eurobonos. Es decir un camino económicamente parecido al seguido por EE.UU. con la crisis de la deuda latinoamericana de la década de 1980 [10], donde el Plan Brady no se aplicó rápidamente como propone hoy EE.UU. para la eurozona y en su beneficio, sino al final de la década dándole tiempo a los prestamistas para incrementar las reservas para absorber las pérdidas que implica la reducción de la deuda. La política de “salir del paso” tanto en su momento como ahora es una parte necesaria de la gestión de la crisis que viene aplicando Alemania, aunque ésta pueda implicar al igual que el caso latinoamericano en la década de 1980, una “década perdida” de caída de ingresos para los países miembros de la eurozona, en especial los de su periferia. Siguiendo esta línea, los sucesivos planes aprobados tratan de ir socializando las acreencias de los tenedores de bonos, comprando tiempo para los bancos. Contra el dramatismo y la urgencia interesada de EE.UU., la canciller alemana respondiendo a este plan, una y otra vez ha dicho antes de cada cumbre que “No hay respuestas rápidas y fáciles. Resolver la crisis de la deuda soberana es un proceso y este proceso llevará años” [11].
De esta manera, Berlín intenta (con todas las incertidumbres sobre su éxito) evitar la hipoteca sobre su aparato productivo (maniobra compleja, desarrollada a su vez con el incremento de las relaciones industriales y de intercambio con China y Rusia); a la vez que contener lo más posible las consecuencias que entrañaría un nuevo salto en la financiarización y, sobre todo, las consecuencias más devastadoras para Europa de la inevitable desvalorización que ello comportaría. Tímidamente, Merkel va colocando este último objetivo con las propuestas de mayor regulación de las finanzas, impuestos sobre las transacciones financieras, limitación del poder de las agencias de calificación, participación de los bancos en la desvalorización de las deudas públicas, así como con el intento de limitar las “ventas al descubierto” (uno de los medios preferidos por la especulación financiera para accionar en beneficio propio los valores de los productos intercambiados en los mercados). Es una política de compromiso y no de abierta confrontación con EE.UU. y los principales centros financieros internacionales, pero que por ahora se rehúsan a todo acuerdo, a la vez que choca con el salto en la financiarización de la misma banca alemana [12].
Por eso sería totalmente erróneo ver en esta disputa entre EE.UU. y Alemania un choque entre el capital especulativo del “modelo anglosajón” y el capital productivo del “modelo renano” [13]. En realidad estamos en presencia de dos formas de aprovecharse de la acumulación capitalista a nivel mundial. Una con todos los privilegios de señoreaje que otorga el dólar como moneda de reserva mundial, esto es la capacidad de una emisión masiva de liquidez, sin una constricción externa al menos a corto o mediano plazo, que permite la monetización de las deudas de los bancos y/o particulares y que la carga de este “desapalancamiento” recaiga sobre las clases medias (golpeadas por la caída de las acciones y del valor de las propiedades inmobiliarias a la vez que por la crisis del sistema occidental de jubilaciones por capitalización) o sobre los poseedores de bonos del Tesoro norteamericano, como Japón y China y ahora Europa. Frente a esto, el euro ha intentado convertirse en un cierto freno al régimen Dólar-Wall Street (citando la definición del fallecido marxista británico Peter Gowan) y su capacidad de señoreaje, un proyecto crecientemente alternativo de reparto de la plusvalía mundial, en especial de los mercados emergentes estos últimos años, favorable a las altas finanzas europeas, encabezadas por el Deutsche Bank y la plaza financiera de Frankfurt. Por eso ver en la creación de la eurozona o en las actuales políticas alemanas sólo una política de “neomercantilismo a la China”, es totalmente unilateral y sesgado ya que el capital financiero alemán (secundado por el francés y otros centros imperialistas menores como Austria, Suiza, etc.) no sólo han aprovechado las ventajas del euro para la relocalización de la producción –en especial el capital alemán en Europa del Este– y aumentar sus intercambios comerciales sino que estos fueron acompañados por el reciclaje de manera financiera de los superávits comerciales creados al interior de la UE, a través de las bajas tasas de interés del BCE, hacia los bancos de la periferia, lo que dio origen a las burbujas inmobiliarias y turísticas en España, Grecia, Europa del Este, etc. Esta definición es central ya que estamos en presencia entonces de una confrontación entre dos estrategias reaccionarias para salir de la crisis.
Ante la austeridad de Merkel no es sólo la centroizquierda francesa del PS, sino increíblemente la llamada izquierda radical (mejor definida como izquierda reformista) del Front de Gauche de Mélenchon y el PCF en Francia hasta Syriza en Grecia, quienes propugnan un “plan de relance” a la Obama. Esta posición que alinea a los trabajadores con algunos de los bloques en pugna por ver quién será el pato de la boda [14] es un trágico error oportunista ya que, aunque Merkel y Obama difieren en el nivel de liquidez a inyectar en el sistema, ambos están de acuerdo en hacer pagar la crisis a los trabajadores a través de un cambio cualitativo en las relaciones capital/trabajo a favor del primero, aumentando la tasa de explotación, la productividad y abriendo nuevas áreas de valorización del capital, como muestra la fuerte presión a sacrificar lo que queda del “estado benefactor” al lucro privado (así como otras áreas de servicios hasta ahora protegidas de la competencia), como los retrógrados planes de restructuración de los mercados laborales y del seguro de desempleo.
Un resultado incierto que trastoca el complejo entramado europeo
No está claro si la política alemana logrará salvar al euro. Las crecientes respuestas de las masas no sólo en Grecia, sino también en Europa del Este, a la vez que crecientemente en España y otros países de Europa Occidental, son un gran obstáculo para el avance de las “terapias de shock”. Tampoco está claro si la estrategia alemana tendrá tiempo para consolidarse antes de que se estructure un bloque anti-Berlín, no sólo coyuntural, como alienta Washington. Es que a pesar de sus avances, Alemania, no tiene por ahora los medios militares, políticos o económicos para imponer una colonización tout court (anexión) a toda Europa. Se ve obligada a proceder por etapas, de acuerdo con las oportunidades que ofrezca la propia crisis, partiendo de la fortaleza ganada por la reunificación imperialista de 1990. Así lo expresa Markus Kerber, jefe ejecutivo de la Federación de Industrias Alemanas: “Europa debe considerar las deliberaciones de los líderes alemanes a modo de alerta sobre la gravedad de la situación si las acciones en la Eurozona no son llevadas a cabo de forma correcta. Berlín puede parecer aislado, pero por lo pronto está tranquilo con su situación. La reunificación y el éxito industrial y económico de la última década han dado a Alemania la garantía de mantenerse por sus propios medios. Esto ya no tiene un trasfondo de dominación o de arrogancia hacia sus vecinos, gracias al estilo de Merkel de dar pasos pequeños y cuidadosos, y su aversión a los grandes proyectos” [15].
Tampoco Estados Unidos cuenta con la fortaleza no sólo militar sino también económica y política que tenía a la salida de la Segunda Guerra Mundial para imponer sus condiciones en la reconstrucción europea. En el mismo sentido, su abrumadora ventaja militar no le permite sacar provecho diplomático y económico como fue el caso durante la Guerra Fría, a la vez que tampoco hay condiciones por ahora para una guerra abierta. Estos límites de EE.UU. constituyen una diferencia cualitativa con el resultado negativo que obtuvo Japón en su cuestionamiento a la hegemonía norteamericana en la década de 1980.
Por la positiva, este último constituía el centro espacial y organizacional de unos circuitos de acumulación altamente productivos que podría haber calificado como uno de los principales candidatos para el ascenso frente a EE.UU. Sin embargo, el cuasi vasallaje de Japón como un virtual protectorado militar de la potencia hegemónica existente no lo preparó bien en el ámbito de la política interestatal. Japón tampoco tuvo la suerte de contar con los flujos financieros de un viejo centro metropolitano dispuesto a acolchonar su descenso por la compra de bonos gubernamentales y activos en el teatro más importante de acumulación de capital a nivel mundial. Por el contrario, Japón pagó tributo a ese centro por la compra constante de activos líquidos (de bajo rendimiento). Con estos límites, los Acuerdo del Plaza de 1985 sellaron la suerte del ascenso nipón [16].
A diferencia de Japón, la Alemania actual goza de mayores hándicaps. Es que la reunificación imperialista alemana de 1990 dio lugar a un periodo dinámico de cambio geopolítico en el terreno europeo, comparable quizá en cierto modo con lo que significó, en su momento, la unificación alemana bajo Bismark en 1871 (con la gran diferencia que este acontecimiento tenía por delante el inicio de la transformación en imperialismo del sistema capitalista y no como ahora la sobrevivencia de éste por los déficits de la revolución proletaria internacional). No sólo porque Alemania se transformó en la mayor potencia demográfica y económica de la Unión, sino también porque pasó a operar una política externa más autónoma. El debilitamiento de la OTAN luego de la desaparición de la URSS, que era lo que mantenía su subordinación a los dictados norteamericanos es una diferencia sustancial con la situación japonesa. Esto se vio en el desinterés europeo en la fracasada estabilización de Afganistán o en las diferencias surgidas en torno a la operación en Libia, impulsada fundamentalmente por Francia e Inglaterra. Frente a esto, comienza a verse una tendencia a la regionalización de las alianzas de seguridad, definidas en torno de la relación con Rusia, propiciada por Alemania y Francia, pero resistida por países como Polonia y los países Bálticos. A su vez, la UE con todos sus límites goza de un espacio de influencia, un peso en la política mundial superior en gran medida al que jugó Japón en su momento. Pero a pesar de estas ventajas, el intento de imponer una reforzada hegemonía en la UE está lejos de ser una apuesta segura. Esto no significa afirmar, como hacen algunos analistas, que Alemania no tiene interés en salvar al euro y a la UE. Para Alemania la Unión Europea es vital tanto política como económicamente. A nivel político, la UE y como continuidad de su política posterior a la Segunda Guerra Mundial determina su relación con Francia, a la vez que actúa como un medio para asegurar que el interés nacional no vaya a generar el tipo de conflictos que existían en el pasado. A nivel económico, al ser Alemania el segundo exportador más grande del mundo, aunque exporta a muchos países, Europa es su cliente crítico. Como ya demostramos, el lanzamiento del euro ayudó a las exportaciones e inversiones alemanas mientras que las regulaciones de Bruselas le dieron ventajas al capital alemán, lo que fue reforzado, a su vez, por sus avances en el este de Europa. La Unión Europea, tal y como existía entre los años 1991 y 2008, fue fundamental para Alemania. Pero este funcionamiento de la UE es el que ha sido puesto en cuestión por la crisis. En ese marco, no puede descartarse estratégicamente, y luego de fuertes sacudones económicos y políticos, que Alemania pueda optar por otra variante. Como mostramos, la semicolonización a su favor de Europa del Este y su integración en el circuito de producción alemana fue una gran ventaja para el imperialismo alemán. En este sentido, el salto de cantidad en calidad en las actuales relaciones económicas y políticas entre Alemania y Rusia podría otorgarle un vasto campo al imperialismo alemán: una semicolonización de Rusia a favor del capital alemán puede generar un polo económico, político y militar de mayor cohesión geopolítica y con supremacía del imperialismo alemán indiscutida que amenace a EE.UU. Mientras Alemania necesita la energía y el gas natural rusos (aunque busque alternativas), Rusia necesita la tecnología alemana. La combinación de esta última y los recursos rusos puede dar origen a una potencia emergente a nivel global (al menos eso es lo que siempre temieron los estrategas norteamericanos). Además, aunque Rusia tiene una población declinante, goza de una sobrepoblación de trabajadores, desocupados o subocupados, que podrían suplir la declinación demográfica de Alemania, quien podría invertir y abrir numerosas fábricas en territorio ruso. A esta sinergia desde el punto de vista económico, se suma que en política exterior, ambas coinciden en limitar la influencia norteamericana: mientras Alemania sufre una fuerte presión norteamericana en compromisos que no son de su agrado, Rusia ve a EE.UU. como una amenaza a sus intereses, a la vez que estos dos países están reconstruyendo sus “zonas de influencia” en Europa y en Asia Central, limitando las ambiciones norteamericanas en estas regiones. Es decir, que en el plano político-militar también hay intereses convergentes. Pero repetimos, aún la estrategia alemana está atada a la supervivencia de la UE. Sin embargo, si como resultado de la actual crisis la UE deviene insostenible, la burguesía y el Estado alemán deberán encontrar una alternativa. La relación entre Rusia y Alemania ya existe y se está profundizando [17], aunque aún sometida al marco geopolítico y las constricciones al imperialismo alemán de la actual UE [18]. Si esta última se debilita de manera significativa, Rusia puede convertirse hipotéticamente en foco ofensivo del capital y el imperialismo alemán. Por último, aunque no es lo que prima por ahora, tampoco podemos descartar que pueda haber una entente entre imperialismos rivales, EE.UU. y Alemania, para repartirse el botín de la periferia europea, que pueda servir de base a su vez a una política más ofensiva del “campo occidental” frente a China, algo que tal vez, geopolíticamente, estén adelantando los movimientos diplomáticos en el polvorín Siria-Irak y las amenazas de guerra –junto al aumento de las sanciones– siempre latentes contra Irán [19].
El alto crecimiento en cuestión: el ocaso de los “treinta gloriosos” chinos
Como dijimos en otras oportunidades, la crisis histórica del capitalismo mundial cuyos orígenes se centran en EE.UU. no implicó sólo la crisis de su burbuja inmobiliaria y de deuda y su extensión a nivel mundial, sino que señaló el fin de una determinada configuración del capitalismo mundial (relativo equilibrio capitalista), que le permitió actuar como contratendencia a la crisis de acumulación de la década de 1970, finalizados los efectos benéficos del boom de la posguerra y la consecuente caída de la tasa de ganancia en los países capitalistas avanzados. Esta configuración es la que explica el ascenso de China, en particular en la post-Guerra Fría y decididamente, luego de su entrada en la Organización Mundial de Comercio (OMC) en 2001. Su auge es una consecuencia de la relocalización de la producción capitalista en países de mano de obra barata a la vez que del aprovechamiento de la demanda de EE.UU. artificialmente extendida por su privilegio de señoreaje y del hecho de que China guardaba sus reservas de divisas en instrumentos dolarizados y fondos especulativos que sobrealimentaban la demanda norteamericana. Desde que esta configuración entró en crisis en 2008/09, China quedó atrapada súbitamente en un desequilibrio entre una cantidad masiva de capacidad de exportación y una débil demanda externa de las mismas.
La solución coyuntural fue el lanzamiento de una oferta abundante de crédito bancario, un gasto presupuestario expansivo y una de las políticas keynesianas más excesivas de la historia, invirtiendo a todo vapor. Sin embargo, estas medidas no han resuelto el problema de la excesiva dependencia de las exportaciones de China en su modo de acumulación, agravando a su vez sus agudos desequilibrios: la relajación monetaria ha alimentado las especulaciones, los precios de los bienes raíces han alcanzado alturas de vértigo [20] y los créditos baratos y los contratos de infraestructura han hinchado industrias ya cargadas de exceso de capacidad [21]. Mientras tanto, se ha hecho poco para impulsar el consumo doméstico de masas.
Como consecuencia la economía china es hoy más frágil que en 2008 perjudicada por una sobreacumulación crónica. Las inversiones representaron un 49,5% del PBI en 2011, un nivel exuberante jamás alcanzado, incluido los picos de sobreacumulación de Japón (39% en 1969) y Corea del Sur (38% del PBI en 1998). Las mismas dieron cuenta del 91% del crecimiento en 2009 y aun cerca del 55% en 2011. Esto significa que las inversiones deben renovarse en las mismas proporciones para generar tanta riqueza como la del año precedente [22]. Debido a que se concentra esencialmente en proyectos de infraestructura no rentables, autopistas o aeropuertos, parece inconcebible de mantener el mismo ritmo a mediano plazo. Así, los trenes están vacios puesto que los boletos son muy caros para la población china; las autopistas con precios de peajes disuasivos son poco frecuentadas; los aeropuertos en gran parte de las provincias están desiertos ya que la actividad económica se sigue abrumadoramente concentrando en el litoral este. Veamos lo que dice el miembro de la Academia China de Ciencias y del Comité de Expertos de la Planificación Nacional, Lu Dadao: “En primer lugar, prestemos atención a la forma en que se construyó la autopista. En 2008, el plan nacional de kilometraje se ajustó en hasta 100.000 kilómetros. Sólo en ese año hemos construido 6.433 kilómetros y hemos hecho una inversión total de 600 millones de yuanes. Si sumamos los planes de construcción a nivel provincial y nacional, se espera que el kilometraje de la autovía crezca a la increíble cifra de 180.000 kilómetros. Los niveles de tráfico individual son demasiado bajos en algunas autopistas construidas en los últimos cinco años. Grandes extensiones de autopistas realizadas en las regiones centro y oeste suelen estar vacías. Por lo tanto, la construcción de autopistas ha sufrido una expansión excesiva, fuera de control. En segundo lugar, la sobre expansión en el desarrollo y la construcción de la costa portuaria ha dado lugar a la excesiva competencia entre puertos. La capacidad de los puertos chinos ha alcanzado las 4 millones de toneladas en 2008, sin embargo, las comunidades costeras continúan compitiendo entre sí para construir a gran escala puertos de atraque y de embarque de containers; cada autoridad portuaria se atribuye ser el centro de actividad para la navegación comercial a nivel internacional. Además, muchos aeropuertos regionales se están construyendo a ciegas, con grandes inversiones, pero sin analizar cuán viables son, generando grandes pérdidas. En el año 2008, los subsidios nacionales a pequeños y medianos aeropuertos fueron de 9,3 millones de yuanes. Sin embargo, para el año 2020, habremos añadido alrededor de 100 aeropuertos, principalmente regionales. Recientemente ha comenzado la construcción de aproximadamente 20 aeropuertos regionales, y hay aún más cuya construcción aguarda la aprobación. A su vez ha habido un gran incremento en los proyectos para la construcción de ferrocarriles, incluyendo ramales interurbanos que unan a las grandes ciudades, los suburbios y ciudades pequeñas en algunas provincias, regiones y municipios. Nuestro grupo de investigación observó que no habrá suficiente tráfico como para mantener los grandes sistemas de transporte ferroviarios, centrados en las ciudades, después de que se hayan completado” [23].
Frente a esta realidad el peligro de una crisis financiera y un largo periodo de desaceleración del crecimiento económico (¿dos décadas perdidas?) aparece con mayor probabilidad como única forma de alcanzar un nuevo equilibrio, como ha ocurrido en todos los países que han sufrido una sobreinversión crónica, sin excepción. Difícilmente China escape a esta regla ya que presenta todos los síntomas de una burbuja de inversión jamás conocida. Una muestra: China está consumiendo más acero, hierro y cemento per cápita que ninguna otra nación industrial en la historia. Otra muestra: “…los inventarios de materias primas como el acero y metales no ferrosos pueden superar el 100 por ciento del PBI al valor de mercado actual. Las crecientes cifras de los commodities han exagerado el crecimiento económico del país en los últimos cinco años” [24].
Contra estos excesos, retomar el programa de 2009 no sólo ya no funciona, sino que puede dar lugar a un sobrecalentamiento económico imparable, con el desborde de la inflación y los peligros sociales que la acompañan: “Actualmente es casi imposible reactivar la demanda por la vía de un aumento del inventario. Se necesitaría que el crédito aumentara un 40 por ciento al año, teniendo en cuenta que el stock aún es muy grande. A pesar de las generosas estadísticas oficiales, el problema de la inflación actual es muy grave; el desenfrenado crecimiento del crédito como el del año 2009 puede conducir a la devaluación monetaria, la hiperinflación y una situación inestable a nivel social. El tipo de cambio y la inflación se han convertido en fuertes restricciones a la reactivación de la burbuja de activos” [25].
La burocracia restauracionista está obligada a encontrar otros caminos.
Las presiones a la reforma del modelo chino y las emergentes divisiones en la burocracia
Cerradas las vías fáciles y reducidos los márgenes de maniobra para postergar la resolución de los problemas, los enormes desequilibrios del modelo chino, en el marco de un nuevo deterioro de la situación económica de los países avanzados, están incrementando las presiones hacia la reforma.
Para entender lo que está en juego veamos los diferentes periodos históricos de la China post Mao. Luego de una etapa de acumulación capitalista inicial, en especial debido a la liberación de recursos producto de la descolectivización agraria a fines de la década de 1970, el naciente capitalismo chino pasó por dos fases con una relación distinta con el capital internacional: una primera más amigable y una posterior, aún en curso, más disputada. Los observadores occidentales suelen explicar estas diferencias por el cambio de orientación política entre Jiang Zemin y Zhu Rongji, presidente de la Republica Popular China entre 1993 y 2003 y primer ministro de 1998 a 2003 respectivamente y ambos ligados a la élite de Shanghái y sus sucesores, Hu Jintao y Wen Jiabao. Según esta narrativa, estos últimos habrían abandonado –por “su débil conocimiento en economía y finanzas” (sic) y/o por motivos ideológicos– la reforma de los bancos y de las grandes empresas de propiedad estatal según el modelo corporativo de Estados Unidos que impulsaba el primer dúo de dirigentes de Pekín. El estudioso chino, Hung Ho-fung, da una razón más de fondo: la última década del siglo XX “...De hecho, puede ser vista como una manifestación de la debilidad y la fragmentación del capital del Estado chino en la década de 1990, cuando la élite del PCCh dependía del capital financiero mundial para fomentar la centralización y la globalización de las empresas estatales (SOES). Una vez que el capital del estado se fortaleció y amplió en los mercados financieros mundiales, la élite del PCCh adquirió la confianza suficiente como para ignorar las preferencias del capital extranjero en cuanto a cómo debe manejar sus empresas. La desmitificación del estilo de las empresas estadounidenses como sólidamente rentables, transparentes y correctamente dirigidas, producto del escándalo de Enron de 2001 y la crisis financiera de 2008, redobló la determinación del Partido de dejar de lado el apoyo de los bancos de inversión estadounidenses. Desde esta perspectiva, lo que distingue a estos dos períodos no es la naturaleza del capitalismo de Estado chino sino su relación con el capital global. Subyugado al mismo, en la primera etapa, para en la segunda etapa, volverse más independiente y desafiante” [26]. Este cambio en la relación de fuerzas, que se extiende desde los inicios y a lo largo de la crisis mundial, está acompañado por una creciente presión de las multinacionales y gobiernos imperialistas que se quejan del favoritismo del que gozan en el mercado interno las empresas estatales nativas, presión que se ha multiplicado con el estrechamiento del mercado de los grandes países capitalistas como consecuencia de la crisis.
Conjuntamente con esta presión del capital extranjero [27] se viene desarrollando una competencia política entre el capital privado, orientado a la exportación y el capital de propiedad estatal, orientado hacia el mercado doméstico. El mismo autor arriba nombrado muestra la complejidad de estos alineamientos: “La reconocida dificultad del sector privado para adquirir préstamos de bancos estatales, contrastando con la facilidad de las empresas estatales para obtener créditos a gran escala, es un ejemplo de ello. Pero esta imagen se vuelve más complicada si miramos desde otro ángulo; en el debate sobre la política monetaria, el sector exportador privado junto con las élites costeras, siempre tienen el mejor argumento y ganan la discusión. Las grandes empresas estatales orientadas al mercado doméstico han apoyado inútilmente la apreciación más drástica del yuan, mientras que los exportadores costeros de China son los principales interesados en impedir a Pekín la suba de la moneda. Por ejemplo, los jefes de Lenovo y la empresa de Hierro y Acero Hunan Lengshuijiang, dos grandes empresas estatales, instaron abiertamente al gobierno chino a poner fin al sistema de canasta de monedas en la primavera de 2010, ya que un RMB más fuerte reduciría los costos de importación y por lo tanto aumentaría sus beneficios, sin ningún resultado. La influencia del sector exportador privado también explica la adicción de Pekín a un superávit comercial inflado y bonos del Tesoro Norteamericano”.
Con este telón de fondo, las crecientes presiones económicas y políticas están abriendo una fuerte división dentro del régimen chino. La muestra más resonante fue la repentina destitución de sus cargos en el partido de Bo Xilai, que era aspirante al Comité Permanente del Politburó del Partido Comunista Chino y ex secretario del mismo en el municipio de Chongqing. Su destitución está vinculada a un conflicto más amplio dentro del régimen del PCCh sobre cómo lidiar con el impacto de la profundización de la crisis económica mundial en China. Es que un nuevo hundimiento de la economía mundial de la que tanto dependen, puede dar lugar a grandes desafíos sociales. Al mismo tiempo, Pekín se enfrenta a movimientos agresivos de la administración Obama y sus aliados en la región para fortalecer la posición estratégica y militar de EE.UU. en Asia en detrimento de China [28] . Ambas cuestiones ponen nerviosa a la burocracia restauracionista que se siente caminar sobre tierras movedizas y necesita desesperadamente tener bien amarrado el poder para no perder el control de la situación.
En este marco, el desplazamiento de Bo parece haber sido una batalla ganada por el sector más de liberal de la burocracia. Es evidente que en su destitución hay algo más que frenar sus excesos en el método (que es la hipótesis de Rafael Poch [29]), como lo muestra el hecho de que el nuevo secretario del Partido para el municipio de Chongqing, Zhang Dejiang, ha llamado a desarrollar un sector privado más sólido siguiendo la “Experiencia de Zhejiang”, donde Zhang se desempeñó anteriormente como secretario del Partido. No es casualidad que la campaña en contra de Bo y el “modelo de Chongqing”, ha contado con el apoyo de los círculos financieros internacionales. Para el economista en jefe sobre China del gigante bancario HSBC, Qu Hongbin, dos modelos se oponían: “Las dos regiones tienen estructuras económicas y factores de crecimiento muy diferentes; la inversión dirigida por el Gobierno es el factor clave para el crecimiento de la región de Chongqing. La inversión en activos fijos ha aumentado casi un 30% anual durante los últimos cinco años, y supera el 26% del promedio nacional y el 17,4% de la región de Guangdong. El rol del gobierno fue reforzado durante la última ronda de estímulo, gracias a la decisión del gobierno de Chongqing que implicó centrarse en la infraestructura, la vivienda pública y proyectos de ahorro energético. A su vez, el gobierno también juega un papel importante al destinar recursos financieros para grandes proyectos de inversión... la economía de Guangdong, basándose en el éxito de Shenzhen, obtiene una mayor apertura con el auge de las pequeñas empresas y las joint-ventures (alianzas comerciales). Su crecimiento económico se benefició con la globalización, ya que les ha proporcionado capital extranjero [30], tecnología, experiencia, gestión y acceso a los mercados. Gran cantidad de proveedores locales se han convertido en importantes marcas y grupos industriales a través de la relación con los socios extranjeros. El comercio de la región representa el 91% del PBI local, y por este motivo se ha convertido en una de las economías provinciales con mayor apertura en China. Si nos referimos al nivel de las reformas llevadas a cabo en las empresas adquiridas por el estado, la región de Chongqing se encuentra como mínimo una década por detrás de la región de Guangdong... las empresas de Guangdong están ascendiendo en la cadena de valores. Las fuerzas del mercado, no la política del gobierno, presionan a las empresas locales a producir productos de mayor valor agregado y a adoptar tecnologías avanzadas. Por este motivo, Guangdong tiene una mayor inversión en Investigación y Desarrollo (I+D) y un mayor nivel de exportación de productos de alta tecnología. Para mantener un rápido crecimiento de China es esencial afilar la competitividad y acelerar el crecimiento de la productividad; esto requerirá reformas que podrían reducir el papel del gobierno y dejar que el mercado tome un papel protagónico en la asignación de recursos. La caída de Bo Xilai en Chongqing muestra el compromiso de Beijing con su hábito de llevar a cabo reformas orientadas al mercado y reconocer la importancia del sector privado en el impulso de la economía” [31].
En conclusión, más allá de las distintas explicaciones de este sonado caso, las disputas entre los distintos sectores de la burocracia no van más que a acrecentarse. Es que, a medida que este vaya tomando conciencia de las dificultades del modelo o patrón de crecimiento y el riesgo de crisis, se va a profundizar la división política fundamental entre los que exigen una reforma rápida y los que quieren mantener el statu quo. El problema es que continuar con el actual modelo de crecimiento conducirá a una crisis de la deuda, aumentando las probabilidades de un “hard landing” (aterrizaje forzoso), mientras que el abandono del modelo llevará a un crecimiento mucho más lento, sobre todo en la acumulación de activos del sector estatal. Esto es políticamente muy difícil de aceptar para muchos y dará lugar a más conflictos políticos en los próximos años. Las privatizaciones; un fuerte ajuste de las tasas de interés y de cambio o seguir el camino japonés y sus consecuencias, absorbiendo el Estado la creciente deuda privada evitando la quiebra de empresas y por ende los despidos en masa o combinaciones de ambas, son todas opciones difíciles que China deberá tomar en los próximos años.
El último capítulo de la crisis: los países semicoloniales
y dependientes
Analizando a China, el “emergente” por excelencia, queda claro que no hay nada más falso que un posible desacople de estas economías (dependientes como China o semicoloniales) de la crisis mundial. Lo que ha sucedido es que la transmisión de la crisis de las economías avanzadas a éstos se ha postergado. Dicho de otra manera, la estabilidad relativa actual de la que gozan estos regímenes comparada con la crisis económica y debilidad política de los países centrales, no nos debe impedir ver que esta es una tendencia coyuntural, una discordancia de los tiempos de la crisis.
Ya en la crisis de acumulación capitalista de la década de 1970 se había dado un fenómeno similar. En ese momento fue el reciclaje de los petrodólares lo que evitó que la primera gran crisis capitalista desde el fin del boom de la posguerra golpeara inmediatamente a la periferia, dando lugar a un período de “plata dulce”. Con la nueva recesión de los años 1980/81 en los países centrales, el endurecimiento de las condiciones crediticias y la consecuente crisis de la deuda, la mayoría de esos países atravesaron lo que se dio en llamar la “década perdida”, siendo ésta más aguda en los países que mejor estaban durante el boom (como fue el caso del llamado milagro brasilero).
Pero ahora, el fin del dinero fácil y los nubarrones del motor de crecimiento chino marcan un rudo cambio de escenario para los países semicoloniales exportadores de materias primas.
Este punto de inflexión señala el final de una era en la que una serie de países dependientes y semicoloniales (llamados en la jerga financiera como “países emergentes”) experimentaron un crecimiento extraordinariamente rápido, impulsado por el torrente de dinero que comenzó a brotar de Estados Unidos en 2003 cuando la Reserva Federal trató de mantener la recuperación del país desde el fin de la burbuja de los punto-com. Durante los cuatro años posteriores, la tasa de crecimiento promedio en los mercados emergentes se duplicó, al 7,2%, y en todo el mundo, la duración media de la expansión económica aumentó de cuatro a ocho años. Posteriormente, la continuidad de esta tendencia como respuesta a la crisis (las sucesivas oleadas de QE de la FED) y el fuerte crecimiento de dos dígitos de China permitieron una rápida recuperación de la caída de fines de 2008 y comienzos de 2009.
Ahora, como las consecuencias de la crisis mundial pegan un nuevo salto y adquieren la forma aguda de la crisis fiscal y las crisis de la deuda soberana, el dinero fácil se está secando. Combinado con el ya percecptible enlentecimiento chino, las consecuencias pueden ser durísimas para muchos países exportadores de materias primas. David Pilling, corresponsal en Asia del Finacial Times plantea que: “... Desde Beijing han anunciado su intención de planificar un Chindown (la desaceleración de China). El plan quinquenal para China, que se extiende hasta 2015, habla específicamente de desconectar la economía del motor de las inversiones, la creciente demanda de los productos básicos, y una reducción en la tasa anual de crecimiento hacia un 8% desde el crecimiento de dos dígitos en los últimos años. Para varias economías los riesgos son altos; en los últimos 20 años, el comercio de muchos países con China ha pegado un salto. En 1992, China representó un mísero 0,9% del comercio con Brasil, sin embargo, para el año 2010 se había disparado hasta en un 14%. Otros productores de materias primas han visto una explosión similar; el comercio de Pakistán con China aumentó del 2,9% al 13,5% y el de India de 0,4% al 10,5%.
A medida que Europa y EE.UU. se estancan, China se ha convertido en un motor de crecimiento alternativo. Una especie de retroalimentación que se desarrolló y en el que China compró productos de los países que utilizan ese dinero para comprar manufacturas chinas. Como resultado, China se ha convertido en el principal socio comercial de varios países, incluyendo Australia, Corea del Sur, Japón, Filipinas, Brasil, Chile, Perú, Angola y Sudáfrica. Algunos de ellos podrían resultar perjudicados a medida que China se desacelera; no sólo podría caer la demanda china, también lo harán los precios de las materias primas que necesita –el petróleo, el cobre y el mineral de hierro” [32].
Nada refleja mejor este cambio de estado que las nuevas consideraciones de los analistas imperialistas sobre uno de los supuestos éxitos económicos por excelencia del último periodo: Brasil. La revista norteamericana Foreign Affairs lo señala venenosamente en su título “El fin del momento mágico”. De repente sacan a luz sus debilidades: “Esta década de éxito ha hecho de Brasil uno de los mercados emergentes más mentados, obteniendo uno de los dos mejores resultados en la Bolsa de valores del mundo y la recepción de más inversión extranjera directa que la mayoría de los países. A lo largo de los últimos cinco años, la abundante cantidad de dinero extranjero en los mercados y bonos brasileros aumentó a niveles récord, con ingresos de capital que se expandieron de 5 mil millones de dólares en 2007 a más de 70 mil millones en el último mes de enero. Sin embargo, esta imagen radiante de Brasil se basa en una premisa muy débil: los precios de las materias primas. El país ha crecido en gran medida a la par de la creciente demanda de sus reservas de petróleo, cobre, mineral de hierro, y otros recursos naturales. El problema es que el apetito mundial para esas materias primas está comenzando a caer” [33].
Frente a este cambio de las condiciones de la economía mundial Brasil está mal preparado: la orientación exportadora de commodities y el real alto han implicado una baja de su sector manufacturero que pasó del pico de 16,5% en 2004 a un 13,5% a finales de 2010. Los cuellos de botella de su economía propensos a la inflación y a una tasa de crecimiento no muy alta [34] para países de su mismo desarrollo, es resultado de la baja tasa de inversión crónica, una muestra del carácter rentístico (explotación de la renta agraria y mineral) en gran medida de su burguesía, una expresión del carácter semicolonial del país y de su rol subordinado en la división mundial del trabajo, que esta misma burguesía con sus orientaciones económicas durante el gobierno del PT ha perpetuado y profundizado. En conclusión, podría abrirse un nuevo capítulo de la crisis capitalista y convertir a estos países en los nuevos eslabones débiles de la crisis capitalista mundial.
De darse esta situación, la crisis volvería a golpear en forma sincronizada, pero a diferencia de 2008/09 cuando las “salidas milagrosas”, que se usaron en ese momento crítico, ya están esencialmente gastadas. Nuestro pronóstico: vamos a un salto de las tensiones económicas, sociales y geopolíticas en la situación mundial. Mantener la ilusión en las pocas islas de estabilidad (o relativa estabilidad) que restan en la economía capitalista –más allá de la permanencia de ciertas desigualdades en los ritmos, modalidades y profundidad de la crisis– podría desarmar a los revolucionarios, no viendo que la situación pueda dar saltos bruscos al calor de la probable agudización de la crisis que ya lleva más de cinco años.
15 de julio de 2012
NOTASADICIONALES
[1] Stephen S. Roach, “The Great American Mirage”, Project Syndicate, 27/6/2012.
[2] ídem.
[3] “Factory Slump Reaches U.S.”, The Wall Street Journal, 02/7/2012.
[4] Juan Chingo, “Crisis y ‘salidas’ de la crisis: La difícil vuelta a un nuevo equilibrio capitalista”, Estrategia Internacional N° 26, marzo de 2010.
[5] Curiosamente, este elemento está ausente en el análisis con trazas kautskianas del economista marxista argentino Claudio Katz. Es correcto dar cuenta de la mayor integración e interdependencia de los capitales a nivel mundial, (como lo muestra el nivel de centralización y concentración del capital actual, el peso de las transnacionales y las redes mundiales de producción, etc.), comparado con el capitalismo de comienzos del siglo XX. Pero de ahí concluir que existe un cambio de cualidad en el que están descartados los conflictos interimperialistas abiertos y las guerras, es darle a lo anterior un peso unilateral y soslayar que los principales obstáculos a la emergencia de una potencia de reemplazo al actual hegemón surgen del enorme desequilibrio militar entre EE.UU. y el resto de las potencias imperialistas (cosa que este economista señala pero sin modificar en su concepción de conjunto construida alrededor de la primera aseveración) y fundamentalmente de las dificultades de éstas para alcanzar una escala y capacidad suficiente para diseñar nuevas condiciones de dominación y acumulación global superiores a las logradas por la hegemonía norteamericana. Hegemonía que a diferencia de la británica, estableció las condiciones de acumulación de capital a nivel global, esto es incluyendo a las otras potencias imperialistas.
[6] Es que a partir de los activos y pasivos de los bancos se ha construido otro edifico financiero inmenso, que consiste en contratos de seguros sobre esos activos y pasivos, al igual que otras inversiones compensatorias (conocidas como “derivados”). De la desvalorización desordenada de este “sistema financiero oculto”, que es como se lo denomina en la jerga financiera, surgen las perspectivas catastróficas.
[7] Bajo el régimen monetario del patrón oro, el oro era una moneda “completa”. Era medida de valor de las mercancías, medio de circulación y de pago de ellas, instrumento de atesoramiento, es decir de colocación financiera; finalmente y en una síntesis de estos tres atributos, era “moneda del mundo”. Desde 1944 y más aún desde 1971, el dólar se convirtió en “moneda del mundo por defecto”. Para algunas necesidades, sirve si no de medida de valor, al menos de medio de comparación a nivel mundial (todas las estadísticas de las organizaciones internacionales se producen en dólares). Indiscutiblemente es el principal medio de pago mundial y por lo tanto el principal vehículo de circulación de mercancías. A causa de la dimensión del mercado financiero estadounidense, el dólar es también y especialmente, el instrumento mundial más importante de inversión financiera. Entonces más o menos reúne los tres atributos de “moneda del mundo”. Esto permite a Estados Unidos gozar de un “señoreaje monetario” planetario, es decir dejar correr sus déficits presupuestarios y pedir prestado en el extranjero sin sufrir ataques contra su moneda. La política de “quantitative easing” llevada por la FED, eufemismo que designa la creación de moneda (antes se hablaba de “plancha de billetes”) para comprar los títulos de deuda emitidos por el Tesoro norteamericano, es una de la manifestaciones recientes más claras. Como “moneda del mundo”, el dólar se convierte cada día más en una falsa moneda, un poco como los Assignats, moneda durante la Revolución Francesa. La diferencia es que a fines del siglo XVIII el regreso a una moneda garantizada por el oro era posible, mientras que hoy, todos los países están forzados a aceptar dólares desvalorizados, aun cuando refunfuñen cada vez más al hacerlo. El dólar es entonces una moneda internacional con bases inestables, pero cuyo rol exclusivo permite a Estados Unidos, hasta ahora, una política que sólo él puede llevar adelante”.
[8] François Chesnais, Les dettes illégitimes: Quand les banques font main base sur les politiques publiques, Editions Raisons d’Agir, junio de 2011.
[9] El Pacto Fiscal consiste en el compromiso de sus signatarios sobre cuatro puntos: un presupuesto público “equilibrado o en superávit”, que el déficit estructural anual no supere el 0,5% del PBI, que si la deuda pública supera el nivel del 60%, ésta será reducida, “a una tasa promedio de la veinteava parte por año como referencia”, y que, si todo eso no se cumpliera, la Unión Europea podrá multar al país incumplidor, “con una sanción equivalente a un máximo del 0,1% del PBI”. Políticamente significa renunciar al principal atributo de la soberanía nacional de los parlamentos: el control sobre los presupuestos. Económicamente impide a los gobiernos –excepto a los de Finlandia y Luxemburgo, cuya deuda está por debajo del 60% del PBI– realizar políticas económicas expansivas. La forzada flexibilidad ante las premuras planteadas por Italia y España –la presunta “derrota de Merkel” en la última Cumbre Europea del 28/29 de junio– tuvo como gran contrapartida la aprobación de este Pacto Fiscal, diseñado según los lineamientos de Berlín. El parlamento alemán ya lo ha ratificado y Francia lo hará en otoño boreal, renunciando a una de las promesas centrales de la campaña de François Hollande. A su vez, para contentar a éste, el paquete de crecimiento, una apostilla al Pacto Fiscal es, económicamente, muy poca cosa: es que el grueso del paquete corresponde a fondos europeos ya existentes y un raquítico refuerzo de 10.000 millones para el Banco Europeo de Inversiones. Pero políticamente esa apostilla era muy importante para Merkel porque era la condición para salvar la cara “pour la gallerie” que la socialdemocracia europea pone como condición para consentir el durísimo Pacto Fiscal. En otras palabras, estas concesiones fueron el precio de una victoria mucho mayor. En otro plano, sin embargo, fue la primera vez que Merkel apareció públicamente cediendo, lo que afecta su imagen, a la vez que por primera vez se abrió una brecha en el sólido manejo que ésta tiene de la crisis. Si bien Merkel contaba con aceptar, por una cuestión táctica, el pacto de crecimiento exigido por François Hollande, se vio obligada a ceder a la maniobra orquestada por Monti y Rajoy. La defensa de los intereses hispano-italianos en Bruselas ha sido calificada de “alianza chantajista” por el Handelsblatt órgano neoliberal por excelencia y también por el Frankfürter Allgemeine Zeitung, asegurando luego de la Cumbre que tal “estrategia de chantaje” dejará huellas sobre todo en París: “El Presidente Hollande lo percibirá próximamente”, advierte su editorial en inequívoco tono intimidatorio. Para España, mucho más débil que Francia, ese resentimiento es una amenaza directa. La presunta victoria meridional en materia de recapitalización directa de los bancos y de que los fondos de rescate puedan comprar deuda soberana, ha dejado muchas cuestiones aún no resueltas que Alemania puede usar en una vendetta por el agravio de Bruselas. Berlín no tiene ningún apuro en aprobarlas a la vez que sigue repitiendo que nada se hará sin un estricto control ni condiciones. Precisamente por eso, el ministro de exteriores español, José Manuel García-Margallo, mantuvo el 2/7 y el 3/7 conversaciones en Berlín, donde intentó limar asperezas explicando que el cambio de alianzas practicado por Rajoy en Bruselas ha sido puntual y que España sigue aplicando la dura medicina alemana.
[10] Sin embargo la clave son las enormes diferencias políticas ya que en este ejemplo se trata de la relación entre la potencia imperialista hegemónica, EE.UU. y una serie de países semicoloniales que conforman su patio trasero; en cambio en la crisis europea actual la principal disputa es entre diferentes países imperialistas de distinto rango.
[11] “¿Cuál es la visión alemana para Europa?”, EuroNews.es, 11/12/2011.
[12] Un ejemplo de esto último es el siguiente caso: “Los liberales, que gobiernan Alemania en coalición con los democristianos de Angela Merkel, han propuesto prohibir los sistemas sofisticados de especulación bursátil. De salir adelante este veto, se uniría al que ya existe desde el año 2010 en el país en relación a las ventas al descubierto. El movimiento de los liberales germanos busca blindar el país, ya de forma definitiva, de las prácticas especulativas. Sin embargo, un dato a tener en cuenta es que los grandes bancos alemanes tienen potentes sedes en Londres desde las cuales sus divisiones de banca de inversión mantienen apuestas en productos derivados y otros mercados que escapan a los reguladores”. El Boletin.com, 1/6/2012.
[13] La evolución del principal banco del país, considerado como una especie de símbolo nacional, el Deutsche Bank, es evidente con respecto a esto. Rafael Poch, corresponsal del diario La Vanguardia ahora en Alemania, plantea que “…el país puede preguntarse si el Deutsche Bank continúa siendo un banco alemán. Aparentemente así es: su jefe está implicado hasta el cuello en las decisiones del gobierno de Berlín, algunas de ellas incluso las redacta, es consejero y confidente de la canciller Angela Merkel, que acude a su fiesta de cumpleaños, e incluso habla alemán. Sin embargo, Ackermann no es alemán, sino suizo, el grueso del dinero que gana el banco es a través de inversiones que se administran desde Londres, y hasta el colapso de 2007 el banco, uno de los mayores bancos de inversión del mundo, fue uno de los principales actores de la burbuja inmobiliaria de Estados Unidos. Su participación en el casino no es metafórica, sino literal: el Deutsche Bank, informaba el lunes el Financial Times, tiene 4.900 millones de dólares en riesgo en el sector de los casinos de Las Vegas, una cantidad muy cercana a los 5.100 millones que se dice tiene en la deuda soberana de: Grecia, Italia, Portugal, Irlanda y España. ¿Qué tiene que ver todo eso con Alemania, país industrial, de “economía real” y rigorismo luterano? Algunos, como el veterano ex canciller Helmut Schmidt creen que ya nada, o muy poco. La situación del banco ilustra mucho de la evolución del capitalismo, también en Alemania, en las últimas décadas. En 1953 el entonces jefe del Deutsche Bank, Harmann Josef Abs, negoció en nombre de la nación un acuerdo sobre la deuda nacional con los acreedores internacionales. ‘Hubo un tiempo en el que el Deutsche Bank representaba los intereses de Alemania’, recordaba el ex canciller el verano pasado. ‘Sin decirlo explícitamente, ese era nuestro común entendimiento’, pero ‘hoy el gobierno alemán ya no puede fiarse del consejo del Deutsche Bank’, dice, entre otros motivos, ‘porque, banquero de inversión se ha convertido en sinónimo de ese tipo de administrador financiero que nos ha llevado literalmente a la m... –prácticamente a todo el mundo– y que ahora se dispone a repetir exactamente la misma jugada que nos hizo en 2007’. Schmidt, el político más respetado de Alemania, conocido y apreciado por la claridad de sus declaraciones, apunta también que la mayoría de los accionistas del Deutsche Bank ni siquiera son alemanes, sino extranjeros. El canciller no lo menciona, pero también sus miles de empleados son extranjeros: 120 nacionalidades”. “¿Es alemán el Deutsche Bank?”, La Vanguardia, 21/10/2011.
[14] Es decir quién se verá obligado a desvalorizar más su propio capital, cancelando las deudas incobrables, quién perderá parte de su propia banca y sistema productivo, quién perderá mercados y zonas de influencia en el mundo dependiente y semicolonial y sus jugosos flujos de plusvalía, quién se apropiará para su capitalización los ahorros de la población, etc.
[15] “Expect bold steps from Nein-sayers”, Financial Times, 3/7/2012.
[16] Al ajustar al alza el valor del yen en relación al dólar, el Acuerdo hizo que fuera políticamente factible para Japón continuar la exportación de manufacturas a EE.UU. y la suscripción del gasto norteamericano (incluidos los presupuestos militares descomunales de Reagan), sin provocar una reacción proteccionista suficientemente dura como para desestabilizar las relaciones globales entre ambos países. Sin embargo, el valor del yen se elevó a alturas imprevistas por todas las partes. Una consecuencia de esto fue una aceleración en el ritmo en que las empresas transnacionales japonesas (y de otros países del noreste de Asia) deslocalizaron la parte inferior de sus cadenas de producción a las economías del sudeste asiático ligadas al dólar. Un involuntario efecto en cadena fue un proceso de aumento de los precios de los factores de producción del sudeste asiático, con un concomitante aceleramiento en la inversión extranjera que buscaba mano de obra barata para las plataformas de exportación de la costa urbana de China continental.
[17] Con una mínima cobertura en los medios, el 8 de noviembre de 2011, y ante la mirada impotente de EE.UU., se inauguró el gasoducto Nord Stream en Lubmin, en la costa del Báltico alemán, con la presencia del presidente Medvédev de Rusia y los primeros ministros de Alemania, Francia y Holanda, además del director de Gazprom (la exportadora de gas rusa) y el comisionado de Energía de la Unión Europea. Este es un hecho económico y geopolítico mayor. Este arreglo, que contó con la bendición de los gobiernos respectivos, une a Gazprom de Rusia (propietaria de 51%) con dos empresas alemanas (con 31%; mientras que una compañía francesa y una holandesa tienen cada una 9%). El elemento clave en este arreglo es que el gasoducto no pasa por Polonia ni por ningún Estado del Báltico ni por Bielorrusia o Ucrania. Así, todos estos países no sólo pierden cualesquiera que fueran las cuotas de tránsito que pudieran cobrar, sino que tampoco pueden utilizar su localización intermedia para retenerle el abastecimiento de gas a Europa occidental mientras negocian tratos con Rusia.
[18] No es un dato menor que Varsovia haya concentrado la mayor parte de sus esfuerzos diplomáticos en el Oeste, la fuente de continua prosperidad económica de Polonia, incluso en medio de la crisis –y en la búsqueda de un papel más importante dentro de la cambiante arquitectura de la UE. A finales de 2011, el Ministro de Asuntos Exteriores de Polonia dijo que veía el colapso de la Unión Europea como la principal amenaza a la existencia de Polonia e incluso abogó por un mayor liderazgo alemán dentro de la unión.
[19] Al calor de los problemas internos del régimen sirio y la lucha de las masas sirias contra el régimen sanguinario de Assad, Occidente está alentando una guerra civil financiada por otras dictaduras árabes amigas, con el objetivo de un cambio de régimen. Siria podría ser el preludio de la gran guerra contra Irán. Estas acciones podrían ser un llamado de atención a China (a la vez que a Rusia) del cual Irán es su principal suministrador energético. Sin embargo, las consecuencias impredecibles de tal acción, luego del fracaso de la intervención a Irak y en el medio de un norte de África en ebullición, en especial Egipto, son por el momento un gran disuasivo.
[20] “Guillem Tulloch, un experto del sector inmobiliario instalado en Hong Kong, no duda de que exista una enorme burbuja inmobiliaria. Según sus declaraciones a una televisión australiana, hay también 64 millones de apartamentos vacíos: ‘Una burbuja inmobiliaria como no hemos visto antes –dice–, que deja en nada lo vivido en Estados Unidos (…), con una sobrevaloración de los precios que engorda y alimenta un enorme problema a futuro’”. Paco Audije, “China: algunas sombras del sol naciente”, Periodistas en español.org, 4/11/2011.
[21] En la industria del acero en la que China tenía un exceso de capacidad de 200 millones de toneladas en 2008, el programa de estímulo promovió la construcción de nuevas fábricas que añadieron una sobrecapacidad de 58 millones de toneladas adicionales.
[22] Cada vez más se manifiesta lo que los economistas burgueses denominan signos de aumentos de la intensidad capitalista: para una tasa de inversión dada, la relación capital/trabajo progresa cada vez más rápido y el retorno sobre la inversión disminuye, un síntoma de lo que los marxistas llamamos una aumento de la composición orgánica del capital y la consecuente caída de la tasa de ganancia.
[23] “Expressways of Excess”, Caixin, 31/10/2011.
[24] Andy Xie , “China: The End of the Con”, Caixin, 4/6/2012.
[25] ídem.
[26] “Paper-Tiger finance?”, New Left Review. N° 72, Nov/Dic 2011.
[27] Como ya decíamos en Estrategia Internacional N° 26: “En términos económicos es evidente que la inversión extranjera y las multinacionales se orientan hacia la captura de una parte sustancial del mercado interno aun cuando China siga sirviendo de plataforma de ensamblaje y exportación para firmas extranjeras. Este es el programa que ya adelanta el sector más neoliberal de la burocracia. Este implica un mayor control del capital imperialista sobre el sistema bancario y financiero, el dominio de los sectores altos y medios del mercado de bienes de consumo doméstico, la penetración en el sector de las telecomunicaciones aún bajo monopolio estatal y por último, ampliar su participación en el mercado cultural, de entretenimiento, publicidad y comercial. La presión imperialista busca acceder a la parte del león del proceso de acumulación capitalista chino, por medio del control del sistema bancario, lo que le permitiría al capital extranjero acceder a enormes sumas de ahorros internos, controlar el crédito a grandes, medianas y pequeñas empresas y más importante, financiar las inversiones de sus multinacionales con ahorros chinos. Esta presión no tiene nada que ver con crear un mercado de masas, que implicaría ingresos crecientes, es decir, una redistribución de la renta nacional a favor de millones de obreros y campesinos pobres. Por el contrario, el objetivo, es apuntar al sector más alto del mercado –la nueva burguesía y la creciente y extendida pequeña burguesía– como ya sucede con los cosméticos, los automóviles o la telefonía celular. Sin embargo, es probable que luego busquen bajar en la gama de productos de consumo, consiguiendo participación en el mercado de masas de los trabajadores en actividad y los asalariados de las regiones interiores y costeras”.
[28] La actual administración de la Casa Blanca viene de proclamar una reorientación de la política exterior de EE.UU. El 5 de enero de 2012 el presidente norteamericano Barack Obama anunció en el Pentágono su nuevo giro estratégico, expresado en el documento de 8 páginas “Sostener el liderazgo global de EU: prioridades para la defensa del siglo XXI”. Obama sostuvo que se daban por concluidas las largas guerras de la pasada década, que significaron un enorme salto en la decadencia norteamericana: la derrota militar estratégica de Estados Unidos en Irak (donde resultó triunfador Irán sin disparar un solo tiro) como el empantanamiento de Estados Unidos en Afganistán. El fracaso de la estrategia neoconservadora de intentar rediseñar el mundo de forma ofensiva, obligó a un reajuste de Obama para concentrarse en la región Asia-Pacífico con el triple propósito de contener a China, fracturar a los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) y seducir a India. Este giro estratégico de EE.UU., viene acompañado a nivel regional de los siguientes movimientos diplomáticos y militares tanto antes como después de la proclamación oficial de Obama: en octubre de 2008 India y Japón firmaron una “Declaración de Seguridad Conjunta”, en buena parte preocupados por el creciente poder chino; en la última década Estados Unidos y la India se han convertido en importantes amigos luego del período conflictivo durante la Guerra Fría; en julio de 2010, el gobierno de Obama anunció la reanudación de las relaciones con las fuerzas especiales de élite de Indonesia, a pesar de su rica historia de abusos contra los derechos humanos; Singapur, que se encuentra en el peligroso Estrecho de Malaca, de importancia crítica para el comercio exterior así como el transporte de petróleo a China, sigue mejorando sus ya estrechos vínculos con Estados Unidos, construyendo un muelle de aguas profundas en su nueva base naval de Changi, de modo que la Marina de EE.UU. podría operar un portaaviones fuera de Singapur en caso de necesidad, la reciente decisión de Japón de permitir que los Marines de EE.UU. permanezcan en Okinawa fue impulsada en parte por las preocupaciones de Tokio sobre la asertividad creciente de China en la región y de la necesidad de mantener el paraguas de seguridad estadounidense firmemente en su lugar; el aumento de la presencia militar en Australia enviando en los próximos cuatro años 2.500 marines; o aún la reciente apertura diplomática hacia Birmania, país al que en estos meses ha viajado Hillary Clinton. Estos movimientos son vistos por Pekín como una política de contención o de cerco puro y simple de China.
[29] En su primera impresión sobre esta demisión, cuando aún había muchos elementos confusos, el gran conocedor de China Rafael Poch aventuró una hipótesis nada descabellada pero que va en un sentido inverso políticamente que la que aquí planteamos. Para Poch “Impedir que la mayor clase obrera del mundo se rebele al quedarse sin trabajo, por hundimiento del sector exportador y explosión de la burbuja inmobiliaria, por citar dos escenarios extremos, obliga a la burocracia a sintonizar con el movimiento telúrico de las fuerzas sociales. Ese giro precisaría un nuevo discurso, actuar contra la desigualdad, la mafia y la corrupción rampante de los últimos veinte años, desempolvar parte del ideario maoísta evitando caer en su componente más inhumano y autodestructivo del que China guarda una viva memoria. Precisamente algo así apuntaba Bo Xilai en Chongqing. Entonces, ¿por qué lo han echado? Seguramente por miedo a los excesivos estrellatos que pueden degenerar en caudillismos imprevisibles. No hay que destapar la botella que contiene el genio yeltsinista. Hay que conjurar la aparición de líderes carismáticos capaces de apelar a la calle contra el régimen. De ahí la reveladora advertencia del primer ministro Wen Jiabao sobre la Revolución Cultural pronunciada la víspera de la defenestración de Bo Xilai. El giro que viene hay que hacerlo de forma ordenada, intentando que el cambio sea lo más armónico posible, en primer lugar para la propia burocracia, para los equilibrios entre sus diversos grupos e intereses. Sin revolución. Bo Xilai podría haber sido visto como un peligroso exceso en ese contexto, no por el contenido sino por la forma, no por lo que hacía sino por cómo lo hacía”. “Fragilidad, inconsciencia, belicismo”, La Vanguardia, 15/4/2012.
[30] Esto no significa que el modelo de Chongqing no haya buscado atraer a las inversiones extranjeras. Por el contrario, en el último tiempo, en promedio, las inversiones extranjeras directas en las seis provincias centrales chinas -Hunan, Hubei, Shanxi, Anhui, Jiangxi y Henan- aunque todavía relativamente pequeñas están creciendo mucho más rápido que los tradicionales centros manufactureros costeros como Guangdong, Zhejiang y Jiangsu. Mientras que las provincias centrales chinas representaron en conjunto sólo el 26% del total de la inversión extranjera directa en China en 2010 comparado con el 45% sólo en Guangdong y Jiangsu, el rápido aumento de la inversión extranjera hacia el interior sugiere que la fabricación en estas provincias es cada vez más viable económicamente, en parte porque los costes de producción están encareciendo la fabricación en las zonas costeras.
Los centros urbanos a lo largo del río Yangtze son los que han recibido la mayor inversión extranjera directa, del cual Chongqing era el ejemplo más avanzado.[31] Qu Hongbin, “Guangdong, not Chongqing, shows China’s future path”, hsbcnet.com, 30/4/2012.
[32] “Forget Grexit, it’s time to fret about ‘Chindown’”, Financial Times, 20/6/2012.
[33] Ruchir Sharma, “Bearish on Brazil: The Commodity Slowdown and the End of the Magic Moment”, Foreign Affairs, Mayo/Junio de 2012.
[34] Aunque toda su intención es liquidar las mínimas concesiones sociales del lulismo y avanzar en una profunda reforma del mercado de trabajo, la descripción que plantea tiene muchos elementos de cierto: “El fracaso en la construcción de rutas y puertos ha hecho que tareas sencillas, como desplazarse a lo largo y ancho del país, se convierta en una pesadilla. Los camioneros que transportan el azúcar desde las plantaciones a Santos, el mayor puerto del país, habitualmente deben esperar dos o tres días en el ingreso al puerto a causa de la escasez de espacio para almacenar y los pocos transportes automatizados de carga. Un ex ejecutivo de una importante empresa agrícola de los EE.UU. me dijo que los camiones que transportan las semillas de las tierras del interior de Brasil a Santos perderían la mitad de su carga debido a los surcos y baches que se encuentran a lo largo del camino. A su vez, hay personas que siguen a los camiones y recogen la carga perdida; eventualmente esas semillas aparecen a la venta en Paraguay.
La economía de Brasil sufre cuellos de botella similares en todos los frentes; la amplia medida de cómo una economía está utilizando plenamente su capital total de la mano de obra y equipos, hacen que actualmente la tasa de utilización de la capacidad se sitúe en el 84% y cinco puntos por encima de la media en otros mercados emergentes, esto es un signo de que el suministro es inadecuado. A su vez, la reducción del gasto en educación ha dado como resultado una gran escasez de trabajadores calificados.
En síntesis, la falta de inversión crónica ha hecho que la economía brasileña tienda al enfriamiento en una velocidad relativamente lenta de crecimiento en comparación con otros mercados emergentes. Si las empresas tienen que pagar extra para contratar a trabajadores competentes o trasladar los bienes de consumo en todo el país, esto va a implicar el traspaso de esos gastos a los clientes. Al mismo tiempo, a medida que las empresas empiecen a competir debido a la escasez de trabajadores calificados, por el espacio de almacenamiento, por la capacidad de transporte, y otros productos básicos, la inflación se elevará en una fase temprana de expansión económica. Para Brasil, esto sucede cuando el crecimiento del PBI se acerca a apenas cuatro por ciento –la mitad del promedio del crecimiento en China; y debido a que históricamente Brasil sube las tasas de interés ante los primeros signos de la inflación, el país tiende a estancarse en el umbral del cuatro por ciento”. Ruchir Sharma, ob. cit.