Barack Obama asume la presidencia
¿”Nueva era” o continuidad imperialista?
21/01/2009
En medio de grandes expectativas dentro y fuera de Estados Unidos, Barack Obama juró el martes 20 de enero como el 44° presidente. Frente a dos millones de personas que presenciaron la ceremonia en Washington y millones que lo siguieron por televisión alrededor del mundo, Obama pronunció el discurso de inauguración de su presidencia que comienza con nada menos que dos guerras en curso, Irak y Afganistán, y una crisis económica de magnitud histórica.
Pero las ilusiones y expectativas en el gobierno de Obama se chocarán más temprano que tarde con la realidad, asi lo mostró en parte Wall Street que recibió a Obama con la peor caída de su historia durante la asunción de un presidente. La agudización de la crisis económica es un hecho, no sólo en Estados Unidos, sino también entre las economías europeas, mostrando que los rescates multimillonarios de los últimos meses fueron completamente insuficientes (al cierre de esta edición se anunciaba que Alemania sufrirá en 2009 la peor recesión en años). Los recientes anuncios de millonarias pérdidas por parte de bancos norteamericanos y europeos, después de haber sido “rescatados” durante los meses previos (ver artículo en págs. 12-14), no hacen más que mostrar la gravedad de la situación económica que se suma a un escenario internacional en el que la crisis empuja a mayores conflictos entre las clases y los estados, con conflictos agudos como en Medio Oriente.
En este complejo escenario internacional, Obama y su gabinete se preparan para responder a los numerosos desafíos que enfrenta la maltrecha hegemonía estadounidense, cuya decadencia vino acelerándose estos últimos ocho años de gobierno republicano. Los mismos factores que llevaron al triunfo de Obama, la crisis y las guerras, son hoy el principal desafío del gobierno demócrata que gozará además de la mayoría parlamentaria en ambas cámaras. En este sentido, advirtió Obama: “...no menos profunda es la pérdida de confianza en nuestro país, un temor persistente de que el declive de Estados Unidos es inevitable (...) los desafíos a los que nos enfrentamos son reales. Son graves y son muchos. No los enfrentaremos fácilmente o en un corto período de tiempo”.
El recambio imperialista que expresa la elección de Barack Obama y las expectativas del establishment financiero y político de restaurar la ubicación de Estados Unidos en el mundo serán puestos a prueba, al igual que las ilusiones de amplios sectores del movimiento de masas, inmediatamente después de los festejos en Washington.
Ilusiones y realidades del nuevo gobierno
El peso simbólico de la llegada a la Casa Blanca del primer afroamericano, con poca experiencia en Washington y representando a una supuesta nueva generación, sumado al amplio rechazo a George W. Bush y las marcas que dejan sus dos gobiernos, han alimentado las expectativas de amplios sectores de la población, especialmente de la juventud, las mujeres y las comunidades afroamericana y latina en EE.UU..
Sin embargo, estos últimos meses de “transición” han demostrado que, a pesar de las promesas y la retórica de cambio de su campaña, Obama ha estado en la primera fila del rescate millonario de los bancos y las empresas responsables de la crisis, que significó creciente desocupación y pobreza para millones de familias trabajadoras en EE.UU.. Otra muestra ha sido su silencio frente al brutal ataque del Estado de Israel contra la Franja de Gaza.
Como planteamos en el artículo “Obama, candidato del cambio, presidente de la continuidad” del nuevo número de la revista Estrategia Internacional: “Pero esta promesa de cambio se está mostrando completamente vacía. Lejos de expresar algún cambio en el sentido que esperaba gran parte de sus votantes, el armado del futuro gobierno muestra una clara continuidad con las últimas décadas de la política norteamericana, una síntesis bipartidista entre el ala moderada de los republicanos y figuras clave de la era clintoniana, lo que indica que no implicará un cambio radical sino que intentará recuperar el ‘centro’ del espectro político”.
Aunque las primeras medidas del nuevo gobierno parecen ser gestos que intentarán dejar atrás algunas de las políticas odiadas de Bush, como la suspensión de los juicios de Guantánamo, el plan de retiro gradual y “responsable” de Irak, en lo esencial Obama y su gabinete -que tiene más caras viejas que nuevas- darán continuidad a la política imperialista de Estados Unidos. Así lo dejó claro también durante sus palabras el 20 de enero: “No vamos a pedir perdón por nuestro estilo de vida, ni vamos a vacilar en su defensa, y para aquellos que pretenden lograr su fines mediante el fomento del terror y de las matanzas de inocentes, les decimos desde ahora que nuestro espíritu es más fuerte y no se lo puede romper; no pueden perdurar más que nosotros, y los venceremos”. Y, con el barniz de promesa de una suerte de vuelta al multilateralismo, confirmó una vez más la continuidad de la política imperialista y su “guerra contra el terrorismo”, centrada ahora en Afganistán: “Guiados de nuevo por estos principios, podemos hacer frente a esas nuevas amenazas que exigen aún mayor esfuerzo, incluso mayor cooperación y entendimiento entre las naciones. Comenzaremos a dejar Irak, de manera responsable, a su pueblo, y forjar una paz ganada con dificultad en Afganistán”.
Tampoco se esperan cambios radicales con respecto a América Latina, empezando por la continuidad del bloqueo contra Cuba (vigente desde 1962), que no será por ahora levantado (sólo se habla del envío de remesas y los viajes a la isla). Incluso para acabar rápidamente con las expectativas que el propio Chávez se había encargado de sembrar en su momento, Obama declaró que “Chávez ha sido una fuerza que ha impedido el progreso de la región” y que “Venezuela está exportando actividades terroristas y respalda a entidades como las FARC”.
En las primeras semanas de gobierno se espera que Obama y su gabinete aceleren las negociaciones con el Congreso y el Senado para la votación del paquete de estímulo y ayuda de 825.000 millones de dólares, además de seguir las medidas de rescate de las empresas (continuando el rescate millonario iniciado por el gobierno republicano), y la creación de empleos, algo que economistas “neokeynesianos” como Paul Krugman consideran completamente insuficiente para una economía que ya perdió más de 2 millones de puestos de trabajo.
Más allá de ser el primer presidente afroamericano, Obama y el Partido Demócrata defienden y representan los intereses de la burguesía imperialista, buscando resguardar y garantizar los negocios de sus bancos y empresas. Ya los trabajadores norteamericanos están pagando la crisis con desempleo y rebaja salarial. A medida que esta se profundice, la tendencia no será a salidas “reformistas” sino a nuevos ataques contra las masas populares. Esto combinado con una profundización de las contradicciones a nivel internacional, pueden hacer que la experiencia de los trabajadores con el gobierno de Obama sea más rápida de lo pensado, dando lugar a un nuevo escenario de la lucha de clases. Sólo la movilización de la clase obrera estadounidense, unida a la lucha antiimperialista de todo el continente, puede ofrecer una perspectiva progresiva ante el horizonte de miseria y barbarie del capitalismo imperialista.
Invitamos a nuestros lectores y lectoras a leer más sobre la presidencia de Obama en el número 25 de la revista Estrategia Internacional, donde pueden encontrarse también artículos sobre la crisis económica internacional, América Latina y Europa.