Medio Oriente
Elecciones y ocupación imperialista en Irak
11/03/2010
El 7 de marzo se realizaron las segundas elecciones parlamentarias en Irak desde la invasión de Estados Unidos en marzo de 2003. El imperialismo norteamericano tiene un particular interés en el resultado, ya que la coalición que termine imponiéndose nombrará al primer ministro, cargo que actualmente ocupa el shiíta Nuri al Maliki, que comenzó siendo un títere de las tropas de ocupación pero perdió el favor de Washington cuando intentó tomar un perfil más independiente, acercándose al presidente iraní Mahmud Ahmadinejad.
La Lista Nacional Iraquí de Iyad Allawi parece contar con el apoyo de la administración Obama, en detrimento de otra alianza shiíta, apoyada por el clérigo radical Al Sadr, que mantiene relaciones más estrechas con Irán. Allawi colaboró estrechamente con Bush en la planificación de la guerra y fue puesto al frente del primer gobierno iraquí luego de la invasión, en 2004. Bajo su mandato las tropas imperialistas aplastaron el levantamiento de Falluja.
Aunque los medios norteamericanos presentaron estas elecciones como un indicio de “normalidad”, en sintonía con la política de Obama de transformar en un éxito el fracaso de Bush en Irak, la realidad es que tras casi siete años de ocupación, la situación sigue siendo altamente inestable, lo que podría empeorar a medida que EE.UU. vaya retirando sus tropas para reconcentrarlas en Afganistán.
Las elecciones fueron precedidas por una escalada de violencia, que incluyó un triple ataque coordinado a edificios del gobierno, una de las zonas más custodiadas de Irak, en el marco de una serie de atentados menores.
A pesar de que los sitios de votación fueron vigilados por miles de soldados iraquíes apoyados por helicópteros norteamericanos, se registraron durante los días en que se realizaron las elecciones decenas de atentados, que dejaron un saldo de 38 muertos.
Hasta el momento no se conocen los resultados definitivos de las elecciones, pero lo que ya está claro es que ninguna de las coaliciones podrá contar con una mayoría de las 325 bancas que le permita nombrar el primer ministro. El panorama más probable es que el proceso de negociación entre los diferentes bloques pueda durar meses, abriendo un período prolongado de alta inestabilidad política, en el que la lucha entre las principales fracciones étnicas y religiosas por ocupar los lugares clave en el control del Estado, lleve a una nueva ola de violencia política, similar a la que estalló en 2006 durante la conformación del actual gobierno. Esto puede dificultar el retiro de unos 50.000 soldados norteamericanos de los aproximadamente 96.000 que todavía están en Irak, previsto por Obama para agosto de 2010.
Lo que los medios occidentales intentan vender como una expresión de “democracia” y “soberanía” es en realidad una descarnada lucha entre fracciones shiítas, sunnitas y kurdos para asegurarse sus cuotas de poder en un orden de “posguerra” hegemonizado por los partidos shiítas y construido a la sombra de la ocupación norteamericana. Estas disputas llevaron a que las elecciones tuvieran que posponerse (se iban a realizar en enero de 2010) por desacuerdos en la distribución de cargos que pusieron al borde del fracaso el proceso electoral cuando fueron proscriptos cientos de candidatos, en su mayoría sunnitas, acusados de haber pertenecido al partido Baath, el partido de Saddam Hussein, proscripto desde que comenzó la ocupación norteamericana.
Esta puja toma ribetes aun más extremos cuando se trata de repartir las enormes ganancias que se espera obtener de la entrega del petróleo a las multinacionales imperialistas. El centro de esta disputa es la provincia de Kirkuk, reclamada por los kurdos como parte de la región semiautónoma del Kurdistán, lo que es ferozmente resistido por la mayoría árabe de la población, los partidos sunnitas y el gobierno central.
El imperialismo norteamericano espera que se consolide un nuevo gobierno cliente que le permita dar por “concluida” la ocupación militar a fines de 2011, cuando se supone que deberían terminar de retirarse las tropas de ocupación, manteniendo una presencia militar permanente en las principales bases que el imperialismo tiene en territorio iraquí, pero replegando las tropas que ya no participarían en operaciones de seguridad local, lo que quedaría en manos de las fuerzas de seguridad iraquíes.
Pero ese objetivo todavía parece estar lejos. No se puede descartar que con la proximidad del retiro norteamericano, las pujas actuales entre shiítas, kurdos y sunnitas terminen estallando en nuevas guerras civiles.
Además, EE.UU. está enfrentando las consecuencias del fracaso estratégico de la política de Bush, que buscaba rodear a Irán de gobiernos pronorteamericanos y terminó teniendo como “efecto colateral” fortalecer la posición regional del régimen iraní, que mantiene una gran influencia sobre los partidos shiítas que gobiernan Irak. Aunque bajo Bush y ahora con Obama, EE.UU. tuvo una política de incorporar a los grupos sunnitas a las instituciones del Estado y compró a gran parte de sus líderes, eso no es suficiente para balancear la hegemonía shiíta indiscutida. El dilema de Obama es que mientras endurece su política hacia Irán, amenazando con una nueva ronda de sanciones económicas, y mantiene su alianza estratégica con el Estado de Israel, que presiona incluso para una acción militar contra objetivos nucleares iraníes, necesita la colaboración del régimen de los ayatolas para mantener la estabilidad en Irak, una política que se está haciendo cada vez más insostenible.
Tanto por las contradicciones internas como por sus repercusiones regionales Irak seguirá siendo un foco de inestabilidad para los planes imperialistas de dominio en Medio Oriente.