Crisis económica
Escandaloso rescate del sistema financiero norteamericano
25/09/2008 Suplemento EconoCrítica N° 6
Luego de recurrentes salvatajes bancarios e innumerables medidas monetarias y fiscales para detener la brutal crisis financiera en curso y, ante la perspectiva creciente de un crack, el viernes 19/9 el secretario del Tesoro norteamericano, Henry Paulson, anunció la “madre de todos los salvatajes” para evitar un derrumbe del sistema financiero en EE.UU., hecho que tendría repercusiones catastróficas para la economía norteamericana y mundial.
Golpe de estado financiero
El proyecto de ley enviado al Congreso le da al Tesoro poderes imperiales para manejar una suma astronómica -que luego se podría seguir inflando- de 700.000 millones de dólares, cifra comparable al enorme costo de la guerra de Irak o incluso mayor que el presupuesto anual del Pentágono. La propuesta de ley sostiene: “Las decisiones del Secretario según la autoridad de este Acta no están sujetas a revisión, son asignadas a discreción de la agencia, y no serán fiscalizadas por ninguna corte de justicia o agencia administrativa”. En otras palabras, el proyecto pone las decisiones del Tesoro más allá de la ley. Esto es, lisa y llanamente, un golpe de estado financiero. La medida a su vez le da al Tesoro la autoridad no sólo de comprar papeles hipotecarios basura sino otros activos si lo considera “...necesario para estabilizar los mercados financieros”. La única rendición de cuentas sería un informe trimestral, no explicitado, al Congreso.
Este proyecto de ley es tan escandaloso que deja abiertas las puertas, ya sea por incompetencia o corrupción y favoritismos, para pagar exageradamente por los activos y los servicios de asesores (los mismos bancos a los que se pretende salvar), es decir que los bancos, que son parte interesada, terminan siendo juez y parte en la toma de decisiones. Conociendo el grado de corrupción de la actual administración, desde sus mentiras abiertas para justificar la guerra de Irak o las enormes dádivas que han recibido figuras emblemáticas del Partido Republicano por sus servicios en el Congreso, y sumando el hecho de que Paulson fue uno de los máximos gerentes ejecutivos de Goldman Sachs, estamos posiblemente en presencia de la “madre de todos los fraudes”. El caso de FOBAPROA [1] en un país semicolonial como México, que terminó en un escándalo político de proporciones, puede resultar minúsculo si se lo compara con la transferencia sin precedentes de fondos públicos a los grandes bancos y a la oligarquía financiera norteamericana, todo esto a expensas de la inmensa mayoría del pueblo trabajador.
Servilismo Demócrata a Wall Street
El candidato del “cambio”, Barack Obama, no dejó lugar a dudas de que apoyaba la ley. Posteriormente dijo, sin ninguna ambigüedad, que deberían postergarse algunos planes de gasto en su eventual futuro gobierno debido al costoso rescate financiero. Más aún, en una entrevista al canal de televisión CNBC dijo que le pediría a Paulson que jugara un rol en la transición, subrayando sus esfuerzos por proyectar una imagen de continuidad y estabilidad frente a la crisis financiera. El viernes pasado Obama se fotografió con figuras del establishment financiero como Paul Volcker, presidente de la Reserva Federal entre 1979 y 1987 y uno de los puntales de las reformas neoliberales de los años del ‘reaganismo’ junto a Robert Rubin, secretario del Tesoro durante las dos administraciones de Clinton, y Warren Buffett, el hombre más acaudalado del mundo; todos ellos se han convertido en sus consejeros frente a la actual crisis.
Pero tan descarado es el proyecto de ley de Paulson para salvar a los banqueros de Wall Street, que algunos legisladores comenzaron a hacer declaraciones populistas, buscando cobertura política para aprobar la ley en el marco de una creciente oposición popular a la medida. Este es el caso de Christopher Dodd, senador demócrata por Connecticut, y Presidente del Comité de Asuntos Bancarios del Senado, una figura de un servilismo alevoso a los grandes bancos que se encuentran entre los principales ‘contribuyentes’ a su campaña. En su declaración que precedió al testimonio de Paulson en el Congreso, éste hizo un resumen bastante preciso, sobre lo que significa la propuesta del secretario del Tesoro. “La propuesta,” dijo “es sensacional y sin precedentes en su alcance. Le permite a él (se refiere a Paulson) intervenir en la economía comprando al menos 700.000 millones de dólares en activos tóxicos. Le va a permitir conservar estos activos durante años y pagar millones de dólares a firmas escogidas a dedo para manejarlos. No va a hacer nada para ayudar a las familias a salvar sus casas. No va a hacer nada para evitar que siquiera un solo CEO vierta miles de millones de dólares de activos tóxicos sobre los hombros de los contribuyentes - y retirarse con un bono y un “paracaídas dorado” [2]. Y le va a permitir actuar con completa y absoluta impunidad -sin la revisión de una agencia o Corte de Justicia.
Después de leer esta propuesta, saqué la conclusión de que no sólo es nuestra economía la que está en riesgo, sino también nuestra Constitución”. Sin embargo, rápidamente declaró que en función del esfuerzo por restaurar la seguridad financiera, el Comité que él preside tenía la obligación de examinar la ley cuidadosamente y en un tiempo apropiado, a la vez que alabó el trabajo de Paulson y de Bernanke, el presidente de la Reserva Federal (FED). Pero, quien marcó el tono de la voluntad del Congreso de aprobar la “ley Paulson” fue Charles Schumer, el senador demócrata por Nueva York que encabeza el Joint Economic Committee (Comité Económico Común) del Congreso. Insistiendo que no había tiempo de considerar las causas de la crisis financiera más grande desde la Gran Depresión, ni de investigar a los banqueros que llevaron a tal desastre, Schumer declaró que había que “Mirar hacia adelante, no hacia atrás”. “No es justo, no es correcto, pero es el mundo en el que vivimos”, dijo. Y agregó: “Yo quiero asegurar a los mercados que no le haremos enmiendas a la ley. Nosotros actuaremos y actuaremos rápido”. Para que no queden dudas de la responsabilidad de los legisladores y utilizando el mismo chantaje que frente a los atentados del 11/9/2001, Paulson respondía con la siguiente frase a la posibilidad de que el Congreso no apoye su plan: “Si no se aprueba, que Dios nos ayude”.
Un tempestuoso “tsunami” financiero
Mientras esperan la aprobación parlamentaria del plan de salvataje de Paulson, la intervención y medidas de la FED para proteger al sistema bancario no han parado un solo minuto. El mismo fin de semana en velocidad record, ésta aprobó la transformación de Goldman Sachs y Morgan Stanley, los dos únicos bancos de inversión que aún quedaban en pie y podían llegar a colapsar, en holding bancarios, lo que les permite acogerse a las medidas de sostén de la Reserva Federal en cuanto a ventanas de liquidez, además de hacerse de una cartera de depositantes para mejorar su base de capital. Sin embargo, es tal el estado de fragilidad de los bancos norteamericanos que, a pesar de esta nueva muestra de socorro de las autoridades, éstos corren en busca de ayuda japonesa. Así, Morgan Stanley anunció que vendió entre un 10 y 20% de su patrimonio accionario a Mitsubishi UFJ Financial Group en 9.000 millones de dólares. Nomura, el banco de inversión más grande de Japón, compró las operaciones de Lehman Brothers en Asia. Y Goldman Sachs, por su parte, llegó a un acuerdo con el fondo Berkshire Hathaway de Warren Buffett para la compra de 5.000 millones de dólares en acciones preferenciales y un compromiso de igual cantidad en acciones comunes.
Estas medidas tampoco son suficientes para evitar la aparición de nuevos “cadáveres” financieros, las próximas víctimas de la deflación de deuda serán los hedge funds o fondos de cobertura, como el famoso LTCM que fue salvado como coletazo del default ruso en 1998, y los fondos de capital de riesgo o private equity firms, responsables de un alto porcentaje de las fusiones empresariales que se realizaron en los últimos años, sin nombrar que el mercado de Credit Default Swaps [3] aún no ha tocado fondo. Esto fue puesto de manifiesto con la estatización de Fannie y Freddie, que forzó a 13 grupos de Wall Street a acordar 1,4 billones de derivativos relacionados. En este segmento, las consecuencias de la bancarrota de Lehman podrían ser más serias. El “tsunami financiero” podría extenderse a otros segmentos del sistema financiero como los fondos de dinero, una inversión de poco riesgo en donde centenares de miles de inversores tienen sus ahorros, que aunque no tienen garantía, hasta ahora eran considerados seguros. Y nuevas sorpresas podrían ocurrir con cientos de millones de dólares de pérdidas que se avecinan en la deuda corporativa, quizá tanto como lo que ya se ha perdido en los securities [4] avaladas en hipotecas. Sin nombrar la peor de todas, la exposición contable de los “derivados financieros” por mil millones de millones (un cuatrillón en anglosajón) escondidos en las clandestinas “cuentas invisibles” (off-balance-sheet) de los paraísos fiscales (off-shore) que representan el “nivel 3” (deudas incobrables e impagables) de la insolvente banca anglosajona.
Como vemos, toda la hipertrofia financiera generada durante estas décadas se está descomponiendo a ritmos cada vez más acelerados. Por eso, el problema no es de fácil solución. Es que el stock acumulado de la deuda norteamericana creció de un mero 163% del PBN en 1980 a 346% en 2007. Dos sectores de la economía fueron los principales responsables de esta escalada: los hogares, cuya deuda trepó de un 50% en 1980 a 71% en 2000 y a 100% en 2007 y el sector financiero, cuyo endeudamiento creció de sólo un 27% del PBN en 1980 a 83% en 2000 y a 116% en 2007. Las ganancias fueron extraordinarias, pero a costa de un endeudamiento colosal que se fue convirtiendo más y más en el combustible o la fuerza motora del crecimiento. Esto no significa que la financiarización haya sido un factor autónomo sino que era la contrapartida del aumento de la tasa de explotación y de la ausencia de oportunidades de inversión suficientemente rentables. En este contexto de ausencia de suficientes ocasiones de inversión rentable para el capitalismo, la presión de las finanzas se ejerció brutalmente llevando el crecimiento a niveles más allá de lo que era sustentable. Por eso el choque con la realidad es tan duro y amenaza con llevarse puesto al hipertrofiado sistema financiero generado durante todos estos años.
Plan Paulson: ¿Funcionará esta vez?
El plan de salvataje de Paulson es la primera respuesta global a la fenomenal crisis financiera que se viene desarrollando en Wall Street. En lo inmediato evita la perspectiva de un crack inminente que sobrevoló sobre los mercados. Pero, a pesar de que el 19 de septiembre desató un rebote histórico (una medida no sólo de la renovada confianza de los inversores en el gobierno norteamericano, sino fundamentalmente del temor de éstos que veían cómo se acercaban al precipicio sin ningún freno) en sólo tres días volvieron a los mercados los síntomas de pánico. Esto no es sólo expresión de la incertidumbre política sobre lo que finalmente votará el Congreso en medio de una elección presidencial, sino fundamentalmente porque cada vez son más claros los enormes costos que EE.UU. deberá pagar por el mismo (ver más adelante) a la vez que, a pesar de la magnitud del rescate, difícilmente pondrá fin a la deflación de la deuda que está derrumbando al sistema financiero norteamericano, obligándolo a una apurada reestructuración -parte de la cual ya se está dando- con la perspectiva cierta de nuevas caídas de bancos y bancarrotas corporativas y, por ende, nuevos coletazos agudos de la crisis financiera.
La clave del Plan Paulson es la compra de activos tóxicos de los bancos, esperando de esta manera mitigar la espiral descendente de los precios de los activos. En otras palabras, a través de la nacionalización de una parte de la deuda de los bancos busca poner un piso al valor de los activos. Pero, como venimos diciendo desde que comenzó la crisis, ésta no es una crisis de liquidez sino de solvencia, es decir, hay préstamos que son incobrables y entidades que no pueden pagar sus deudas. La caída de activos es expresión de un problema mayor que es la fuerte descapitalización del sistema financiero norteamericano, lo que genera la sequía crediticia o ‘credit crunch’ pero el plan no hace nada para resolver el problema. Tampoco tiene por objetivo reducir la deuda de los hogares con una renegociación que evite la continuidad de las ejecuciones de viviendas, teniendo en cuenta que, según los cálculos más serios, su precio puede incluso caer un 25% más, haciendo que más familias se vean obligadas a dejar su vivienda por no poder pagar su crédito hipotecario. Por eso, aunque el 19 de septiembre las bolsas reaccionaron con optimismo, son cada vez más los economistas que dudan de la viabilidad del plan. Hasta el principal editorialista del Financial Times, Martín Wolf, quien hasta hace tenía una fe ciega en que la intervención del Estado como recurso último capaz de prevenir una desintegración del sistema financiero, admite que “El Plan de Paulson no es una verdadera solución a la crisis”, sobre todo porque “...un esquema que dé cuenta de la crisis debe ser capaz de remediar la amenaza en ciernes de descapitalización del sistema fianciero...” (Financial Times, 23/9). Por su parte, la cada vez más extendida sospecha de que el plan solo puede tener alguna mínima viabilidad solo si Paulson sobrepaga los activos fuertemente desvalorizados da pie a una creciente oposición a sus poderes arbitrarios. Este punto ha sido utilizado por Obama para exigir cuatro condiciones para mejorar el plan de rescate, entre ellas un comité bipartidario para controlar el proceso además de algunos límites en la compensación de aquellos que se benefician con el dinero de los contribuyentes. Sin embargo, no planteo que votaría en contra del plan si estas condiciones no se alcanzan. En el primer punto, tanto Obama como McCain, el candidato republicano coinciden ampliamente, expresando este último la necesidad de establecer una junta bipartidista para supervisar el propuesto plan de rescate, encabezada por Warren Buffet u otro dirigente empresarial reconocido. A su vez, el magnate George Soros también expreso en un artículo en el Financial Times que no se debería darle un cheque en blanco a Paulson, apoyando los cuatro puntos de Obama, además de sostener la necesidad de recapitalizar los vaciados balances de los bancos. Esta creciente oposición de crecientes sectores políticos y del establisment económico a aspectos del plan, aunque no y bajo ningún aspecto a la necesidad de socorro del sistema financiero, están dificultando su aprobación, que de fracasar puede abrir un nuevo pico de la crisis. El miércoles en un desesperado intento, frente a la reluctancia de los legisladores y la cada vez mayor oposición popular, Bush hablo por televisión y dijo que se reuniría con los dos candidatos presidenciales para lograr la aprobación de la ley.
A los marxistas no nos sorprende que, desde un punto de vista capitalista, no haya salida a la crisis sin una masiva intervención estatal, es decir, sin una socialización de las pérdidas. Lo que sí nos llama la atención es que estas medidas se tomen cuando el índice Dow Jones aún no ha caído significativamente y la economía creció un 3,3% en el trimestre anterior.
Normalmente, medidas desesperadas de este tipo se toman sólo después de un crack y en el medio de una fuerte desaceleración, no en un esfuerzo para evitar el desendeudamiento. No sólo estas medidas no funcionan, sino que pueden exacerbar la inevitable dislocación económica y financiera. Es que a pesar de lo gigantesco de la intervención estatal es insuficiente para sostener que semejante burbuja crediticia no explote y evitar la descapitalización del sistema financiero. Ya en el día de hoy y según informa la agencia Bloomberg, el experto japonés Ken Ohmae, antiguo director de la oficina de la consultora McKinsey en Tokyo office dijo que “el Plan Paulson es una broma”, ya que la magnitud de la crisis de EEUU es tan grande que se necesitan al menos 5 billones de dólares y planteando un hipotético ( y totalmente utópico por las crecientes tensiones y rivalidad económica internacional, como demostró la respuesta ayer de Merkel y Sarkozy a aplicar el mismo plan en Europa como pedía el secretario del tesoro norteamericano) fondo internacional con contribuciones de las reservas de divisas de China, Japón, Taiwán, los países del Golfo, la Unión Europea y Rusia.
Por eso, como demostró Japón en los ‘80 frente a la deflación de la deuda, fueron necesaria una, dos, varias inyecciones de dinero por parte del Estado, e incluso así no se logró revivir la economía que estuvo prácticamente estancada toda la década. El Plan Paulson podría ser el primero de estas masivas inyecciones sin que se logre eludir la perspectiva de una “japonización”. O, peor aún, podría parecerse al famoso Megacanje de De la Rúa para “evitar el cese de pagos” de la deuda externa, que sólo podría postergar la inevitable caída (en el caso de Argentina esta medida sirvió para permitir la fuga de capitales que todavía quedaban en el país. En EE.UU. sólo podría significar el rescate de los bancos más cercanos al poder. ¿Goldman Sachs?). El disparador podría ser una corrida contra el dólar. Algunos analistas sostienen que quizás EE.UU. pueda salir de esta crisis y retomar su crecimiento, luego de una recesión fuerte y prolongada, gracias a la inercia de las relaciones monetarias internacionales o a que la crisis golpee más a otras economías, repitiendo de alguna manera, el esquema de salida de crisis anteriores. Pero esta perspectiva es cada vez menos probable, ya que lo que entró en crisis es Wall Street y el modelo de endeudamiento norteamericano, que sostuvo el crecimiento financiado por el resto del mundo a bajo costo.
Salvar a la banca a corto plazo, a costa de hundir el dólar
Lo grave del Plan Paulson, y de todos los demás rescates que seguramente le seguirán, es que, al multiplicar el endeudamiento de EE.UU., ponen en riesgo la situación del dólar. Los déficits gemelos acumulados bajo la administración de George W. Bush, que continuarán creciendo exponencialmente durante el próximo gobierno, ponen en riesgo la posición del dólar como moneda de reserva mundial. Algunos analistas tienen la visión tranquilizadora de que Estados Unidos podrá absorber el sideral aumento de la deuda, que luego del rescate, se acercaría a una relación entre deuda pública y PBI similar a los niveles de Alemania o Francia y lejos aún de Japón. Sin embargo, hay una diferencia decisiva con respecto a Japón, que también sufrió un duro período de deflación de deuda después del hundimiento de la burbuja inmobiliaria y bursátil de 1989: EE.UU. depende del financiamiento externo ya que su tasa de ahorro es negativa, mientras que Japón en los ‘90 era (y es) el principal acreedor mundial. En otras palabras, una ventaja de la deuda pública japonesa frente a otros países, es que la mayoría de los bonos están en posesión de los propios japoneses, lo que protege su economía frente a las veleidades de los mercados internacionales. En algún momento, el llamado “plan de rescate silencioso” de los bancos centrales e inversores de esos países podría revertirse y exigir una mayor compensación por depositar sus activos en bonos del Tesoro norteamericano. Como el plan de rescate de Paulson deteriora la situación fiscal de Estados Unidos, implica que, en algún momento, tendrá que subir las tasas de interés para evitar una corrida contra el dólar.
La estabilidad de EE.UU. será puesta a prueba
De continuar con las medidas de rescate con fondos estatales, la subida de las tasas de interés puede agravar la recesión que ya es totalmente inevitable. A diferencia del crash de 1987, que permitió una purga del capital especulativo excedente y luego un relanzamiento de la economía norteamericana y mundial, la actual crisis financiera se está contagiando por diversos mecanismos a la economía real. La restricción del crédito afecta el consumo de los hogares, que va a contraerse más a medida que avance la recesión y los despidos, así como los planes de inversión de las empresas. El economista Fernando Fernández, actual rector de la Universidad Antonio Nebrija y ex economista jefe del FMI, plantea que “Las consecuencias de esta crisis aún no han empezado. Pronto tendremos que acostumbrarnos a vivir con un crecimiento del crédito del 3%, cuando en la actualidad estamos en tasas del 8%” (El Economista, 24/9). A su vez, la disminución del patrimonio financiero e inmobiliario de los hogares (el fin del “efecto riqueza”), sumado a la incertidumbre general, hará caer aún más el consumo y la inversión. Por otra parte, la crisis inmobiliaria en sí misma -que afectó al factor más dinámico de los últimos años- y sus efectos multiplicadores en otras ramas de la economía, es una gran traba al crecimiento. Por último, las exportaciones, que mejoraron como consecuencia de la baja del dólar -aunque el mejor desempeño estuvo ligado al rubro agro alimentario favorecido por el alza de los precios y no en el sector manufacturero- podrían desacelerarse fuertemente a medida que la crisis se expanda a nivel internacional. Todos estos elementos auguran, como mínimo, una fuerte y larga recesión con una importante restricción al gasto y suba de impuestos que implicarán los costosos rescates. En este marco recesivo y de crisis financiera, los pronósticos cada vez más catastróficos se están haciendo más frecuentes. Como dice el economista Barry Eichengreen: “Un par de meses atrás en un almuerzo con un respetado observador de la FED, le pregunté: ‘¿Cuáles son las probabilidades de que el desempleo de EE.UU. alcance un 10% antes de que la crisis termine?’. ‘Cero’, me respondió, en una admirable muestra de confianza...Yo tomé esto como un reflejo de la opinión dentro del banco central de EE.UU.. Nosotros podíamos estar en el medio de la crisis crediticia más seria desde la Gran depresión, pero no era ni remotamente posible nada que se pareciera a la Depresión, cuando el desempleo norteamericano trepó al 25%. Las comparaciones con 1930 eran exageradas. Los eventos de la última semana han sacudido tal complacencia... Esperamos además más turbulencia. El Plan de Paulson, sea cual fuere su forma final, no pondrá fin pronto a esta conmoción. Las consecuencias están claramente expandiéndose de Wall Street a Main Street. El reciente desempeño de las acciones de las firmas no financieras indica que los inversores son conscientes de este hecho. Por tanto las comparaciones con la Gran depresión, que tenían un interés académico pero ninguna relevancia práctica, cobran nueva notoriedad...Yo sospecho que ahora es menos probable que se me vea como un lunático cuando pregunte si el desempleo puede alcanzar un 10%” (“And Now the Great Depression”, 23/9).
Este es un nuevo salto en el debilitamiento de la posición internacional de EE.UU., ya golpeada por sus fracasos militares en Irak y Afganistán, y su pérdida de hegemonía y legitimidad. La posibilidad de vivir más allá de sus medios, lo que incluía un enorme gasto militar, se está acabando. Los desequilibrios internos y externos están agotando el modelo de crecimiento de las últimas décadas. No sólo no volverá a jugar el rol de consumidor en última instancia a nivel mundial, con todas las consecuencias nefastas para la economía internacional que carece de sectores dinámicos de demanda interna que puedan reemplazar el sobreconsumo de EE.UU., sino que en el plano interno los norteamericanos tendrán que acostumbrarse a usar menos sus tarjetas de crédito, en un momento en el que pueden perder sus empleos y que los precios de muchos productos, como la gasolina, están por las nubes. Según Peter Morici, economista de la Universidad de Maryland “tendrán que acostumbrarse a algo que hace mucho tiempo no hacen: vivir sólo de sus ingresos. Se acabó la era del crédito fácil’ (El Economista, ídem). En un sentido más general, EE.UU. tendrá que ajustarse a una reducción del gasto de los trabajadores, a grandes cambios en los hábitos de consumo de las clases medias acomodadas (por ejemplo menos cosas suntuarias y servicios domésticos), menos importaciones, más exportaciones y menor consumo de energía. Y, sobre todo, la economía deberá adecuarse a una dependencia menor del endeudamiento, lo que significa que tendrá que encontrar un modelo de crecimiento más productivo y menos impulsado por la deuda de los particulares, es decir encontrar ramas de producción donde demuestre su mayor competitividad en una economía mundial híper competitiva. La transición tanto social como políticamente puede ser muy traumática. La estabilidad de la principal potencia capitalista de la tierra será puesta a prueba en los próximos años.
NOTASADICIONALES
[1] El FOBAPROA (Fondo Bancario de Protección al Ahorro) creado en 1990 tenía el objetivo de asumir las carteras vencidas de los bancos y capitalizar a estas instituciones ante crisis financieras que llevaran a la insolvencia de los bancos por el incumplimiento de los deudores con la banca y el retiro masivo de depósitos. Se sospecha que muchos deudores, sobre todo grandes empresas y las mismas entidades financieras, habrían cometido fraude, ya que declararon no tener capacidad de pago para acceder a dineros del rescate. Aunque los defensores del FOBAPROA dijeron que éste buscaba proteger a los pequeños ahorristas, según datos periodísticos sólo el 4% de los fondos fueron destinados a este sector mientras que el 96% fue a los sectores más ricos.
[2] Dicho en forma poco técnica, un “paracaídas dorado”, es un acuerdo que le permite a un gerente retirarse con una gran cantidad de dinero en caso de un cambio de control de una firma.
[3] Los Credit Default Swaps (CDS), son un tipo de derivado en el que se acuerda pagar una cierta cantidad de efectivo (con cierta periodicidad) al vendedor a cambio de tener una protección contra el impago (default) de un bono o préstamo de una empresa o país.
[4] La titulización o securitización es una innovación financiera que contribuyó a cambiar el rol de intermediario de los bancos. Tradicionalmente un banco obtenía fondos del público, otorgaba préstamos y los retenía en su cartera de activos, corriendo con el riesgo de los créditos; y recolectaba los pagos con los que abonaba los intereses por los depósitos. Con la titulización, en cambio, el banco se descarga de su cartera de activos, emitiendo títulos que son comprados por inversores por medio de una serie de mecanismos que tienen como respaldo la cartera original, sea un préstamo a empresas, bonos, préstamos hipotecarios o tarjetas de crédito.