A dos años de la retirada de EEUU
Estalla una nueva guerra civil en Irak
19/06/2014
En Irak ha estallado nuevamente la guerra civil entre sunitas y chiítas, los dos grandes grupos en que se divide el mundo musulmán. Tras varios días de sangrientos combates, ya hay cientos de muertos y heridos y decenas de miles desplazados. El norte del país ha quedado bajo control de los insurgentes sunitas que están dando muestras de una gran crueldad y salvajismo para aterrorizar a la población. El ejército iraquí, entrenado durante años por EEUU, se ha mostrado totalmente impotente para frenar a las milicias del Ejército Islámico de Irak y el Levante (EIIL) que ya controla ciudades clave como Mosul, segunda ciudad más importante de Irak, Tikrit, Kirkuk, así como la zona de Tal Afar, fronteriza con Siria.
El EIIL cuenta también con el apoyo de las tribus suníes del norte del país, así como de los restos del partido Baaz del dictador Sadam Hussein. Durante el día martes 17/6 los combates llegaban a la ciudad de Baiji, sede de la refinería más importante del país que debió ser cerrada e interrumpir su producción y a la ciudad de Bakuba a apenas 60 km de la capital Bagdad. Si bien las tropas del EIIL no llegaron hasta la capital, en ella actúan a través de la modalidad de atentados, mayormente con coches bomba que ya se han cobrado la vida de cientos de personas.
La gravedad de la situación es tal, que los líderes religiosos chiíes han conformado milicias que tratan de frenar junto al ejército los ataques de las fuerzas suníes y el gobierno del primer ministro chií Al Maliki pidió oficialmente ayuda militar a EEUU. Pero la administración norteamericana descartó involucrarse con tropas en el terreno (a excepción de unos 300 comandos especiales para proteger su embajada en Bagdad) y está analizando una intervención parcial con drones (aviones y helicópteros no tripulados), lo cual es difícil tratándose de milicias mezcladas entre la población civil ya que acarrearía una gran cantidad de “daños colaterales” que afectarían aún más la ya desprestigiada imagen de EEUU.
Al Maliki busca su tercer mandato a costa de aumentar las tensiones
El aumento de los ataques y atentados por parte del EIIL y de la violencia sectaria en general se registra ya desde principios de año y para fines de abril había acumulado ya 3000 muertos. La campaña electoral para las legislativas durante ese mes estuvo teñida de sangre por la profusión de atentados y ataques armados. El 30/4 se eligieron los 328 diputados del parlamento que debe elegir al primer ministro, cargo en el que aspira ser reelegido el actual primer ministro Al Maliki del credo chiíta y que gobierna desde 2006. La lista de Maliki obtuvo la mayoría pero sin alcanzarle para formar gobierno por sí misma, con lo cual debía hacer alianzas con otras formaciones lo cual ha sido imposible hasta hoy.
En los acuerdos para la retirada norteamericana en 2011 se establecía una precaria convivencia entre chíies, suníes y kurdos para mantener una suerte de gobierno de coalición nacional que otorgara cierta estabilidad política. Pero los grandes intereses económicos, ligados sobre todo al control de los pozos petroleros, la discrecionalidad en la adjudicación de puestos en las fuerzas de seguridad y en la administración pública (dos de las escasísimas fuentes de trabajo en un mar de desocupación), y las rivalidades interconfesionales que cada líder fomenta para acrecentar su poder, fueron socavando los endebles acuerdos logrados en 2011.
Al Maliki ha sido uno de los más activos promotores de estas divisiones sectarias y de la marginación a los suníes, incluyendo la persecución y apresamiento de líderes suníes parlamentarios y hasta de quienes formaban parte del gobierno. En ciudades suníes como Faluya el ejército ha realizado represiones sangrientas con decenas de muertos. Las promesas de “unidad nacional” han ido desapareciendo de los discursos de Maliki mientras han crecido sus ataques contra los “extremistas” sunitas. Paralelamente ha ido concentrando poder poniendo hombres propios al frente de distintos ministerios (sobre todo los vinculados a la seguridad) rompiendo de hecho el “reparto de poder” con suníes y kurdos acordado en 2011. Toda esta política le ha generado rechazos incluso entre sus propios aliados chiítas.
En la crisis política que ha llevado a esta nueva guerra civil, también es importante tener en cuenta la situación social del país. Tras dos guerras imperialistas (1991 y 2003), años de sanciones económicas, y la ocupación norteamericana hasta 2011, la desocupación afecta a casi el 60% de la población económicamente activa, el 28% de la población vive por debajo de la línea de la pobreza y hay un enorme déficit en los servicios públicos.
La crisis ucraniana como telón de fondo
La actual es sin dudas la crisis más importante desde la retirada de EEUU en 2011 y es una consecuencia no deseada de los grandes conflictos geopolíticos que se desarrollan a nivel internacional y que la Casa Blanca es incapaz de encauzar. La enorme crisis que conmueve Ucrania sigue su curso y no muestra horizontes de solución. Por el contrario, a la guerra civil en el este se le ha sumado el fracaso de las negociaciones entre Moscú y la nueva administración de Kiev, encabezada por el magnate pro europeo Porochenko, en torno al pago de la gigantesca deuda que mantiene Ucrania con Rusia por el suministro de gas. El gobierno de Putin decidió finalmente jugar su carta fuerte y le cortó el abastecimiento y condicionó futuras entregas al amargo pago por adelantado, relación imposible de afrontar por Ucrania dada su situación de virtual quiebra económica.
Pero como era de esperar esta decisión rusa no hizo sino agravar la situación y al día siguiente se produjo un atentado contra el gasoducto más importante con el que el gigante ruso Gasprom abastece a sus clientes europeos. Las llamas de hasta 200 metros de altura graficaron la magnitud de la crisis y le dieron un tinte aún más drástico.
Crisis de hegemonía norteamericana
La impotencia para encauzar la crisis ucraniana por parte de las potencias imperialistas, sobre todo de EEUU, está produciendo una mayor inestabilidad a nivel mundial ya que pone de manifiesto la “falta de liderazgo” de la mayor potencia del planeta. Esto se había expresado también en la guerra civil siria donde a pesar de haber trazado una “línea roja” que habilitara una intervención armada en el uso de armas químicas por parte del régimen de Al Assad, Obama tuvo que ceder a la presión rusa (aliada de Assad) y no intervenir. Lo cual terminó fortaleciendo al dictador y poniendo a la defensiva a la oposición armada; las matanzas y bombardeos de Assad contra la población civil continuaron y finalmente se “legitimó” con unas elecciones “blindadas” que el dieron el 98% de los votos.
La crisis de hegemonía norteamericana dio un salto con el fracaso de la estrategia guerrerista de George Bush y los neoconservadores que dirigieron la Casa Blanca entre 2001 y 2009. El objetivo que se habían trazado de recuperar influencia política a nivel global utilizando su mayor activo, el enorme poderío militar, fracasó en toda la línea. Las invasiones a Afganistán en 2001 y a Irak en 2003, encubiertas en la farsa de la “guerra contra el terrorismo”, en vez de reforzar su autoridad terminaron aumentando el desprestigio internacional de EEUU. Se desnudaron los verdaderos objetivos económicos en torno a los multimillonarios negocios petroleros, las burdas mentiras construidas como por ejemplo la supuesta existencia de “armas de destrucción masiva” en Irak, las atrocidades cometidas contra la población cuyos máximos exponentes fueron las torturas en las cárceles de Abu Graib (Irak) y Guantánamo (Cuba) o el negocio de la “tercerización” de la guerra a empresas contratistas.
En este país, tras derrocar al odiado dictador Sadam Hussein y ocupar el país con más de 150.000 tropas, EEUU en vez de conseguir su objetivo político que era crear un nuevo régimen estable y funcional a sus intereses, terminó provocando una larga guerra de resistencia a la ocupación que ocasionó unos 4000 soldados yanquis muertos y luego una guerra civil entre chiíes y suníes que desangró al país y que llevó mucho tiempo encauzar precariamente. El ascenso al poder del chiísmo en Irak (más del 60% de la población, concentrada en el sur del país, se reclama de ese credo) ayudó a fortalecer potencias hostiles a EEUU como el caso de Irán (con una población 90% chií, aunque entre los clérigos iraníes e iraquíes sostienen a su vez importantes diferencias) con lo cual, lejos de facilitar una reconfiguración del mapa político de Medio oriente favorable a EEUU, la posición norteamericana se vio debilitada a largo plazo.
El gobierno de Barack Obama asumido en 2009 reconoció la derrota y la inviabilidad de la estrategia neocon para salir de la profunda crisis de hegemonía en que está inmerso EEUU y a fines de 2011 el ejército norteamericano empezó la retirada de Irak. Esta retirada también responde a los nuevos cambios de la geopolítica mundial como es la creciente influencia de China en Asia y el pacífico, región donde EEUU viene poniendo toda su atención con el fin de poner límites a China.
El fracaso de la “estrategia de salida” de Obama
La tarea de control interno en Irak pasó entonces a manos de su gobierno. Pero como señalamos al comienzo, la debilidad de Al Maliki, sumada a los demás factores internacionales y la crítica situación regional donde la recuperación de Al Assad en Siria (país mayoritariamente suní) tras 3 años de guerra civil está obligando a grupos armados suníes a replegarse sobre Irak, ha desatado esta ofensiva suní en todo el norte del país.
La situación es tan difícil para la administración Obama que en Irak la está llevando a actuar “en el mismo campo” que Irán, país que a pesar de haber cambiado en el último año la orientación confrontativa que le imprimía el verborágico ex presidente Ahmadineyad por otra más conciliadora de la mano de Hasán Rouhaní, continúa sin poder resolver el contencioso nuclear con EEUU y la realidad los encuentra en veredas opuestas en Siria, o en el conflicto Palestino-israelí.
Obama no quiere intervenir con tropas en primer lugar porque sería volver sobre sus pasos hacia la fracasada estrategia de la era Bush así como también un reconocimiento de que ha fracasado la política de retirada iniciada en 2011. Sin embargo la inacción tampoco es una buena opción ya que puede volver la situación impredecible e incontrolable y hasta tener consecuencias regionales más allá de Irak, ya sea con Irán, Turquía (con quien comparten el problema kurdo que está recrudeciendo de la mano del conflicto entre suníes y chiítas), Siria o Arabia saudí.
No se puede saber hasta dónde va a llegar la situación y hasta dónde intervendrá EEUU, pero lo cierto es que ha quedando en evidencia la debilidad del gobierno de Maliki y sobre todo del ejército iraquí que está siendo completamente superado en el terreno y una vez más queda demostrada la derrota de los objetivos estratégicos de la sangrienta invasión norteamericana a Irak, así como la profundización de su crisis de hegemonía.