Argentina - Conmemoración por el 68° aniversario del levantamiento del gueto de Varsovia
“Los judíos progresistas deben abrazar la causa de los pueblos árabes”
12/05/2011
El viernes 6, la juventud del Centro Literario Israelita Max Nordau de La Plata conmemoró el 68° aniversario del levantamiento del gueto de Varsovia. Los oradores invitados fueron Alberto Danon, sobreviviente del Holocausto, Guido Olstein, sociólogo, Alejandro Lipcovich, presidente de la FUBA, y Miguel Raider, miembro del comité de redacción de LVO, quien habló sobre el proceso revolucionario en Africa del Norte y Medio Oriente, del cual reproducimos una versión abreviada. Se puede leer el discurso completo en la edición de Internet.
Nos encontramos para conmemorar un nuevo aniversario del levantamiento del gueto de Varsovia, una de las gestas más heroicas de la historia de la humanidad que brilla como un punto de referencia para todos los explotados y los pueblos que se rebelan contra la opresión de los verdugos del poder, como hacen los pueblos árabes oprimidos que luchan contra los gobiernos despóticos, tema al que me referiré a continuación.
Sin embargo, quiero detenerme un momento en ese 19 de abril de 1943, cuando un puñado de 220 jóvenes se sublevó y combatió durante 28 días contra los batallones de la Wermacht y la Waffen SS. El Comité Judío de Lucha reunía a todas las tendencias políticas del gueto: el Bund, el partido obrero judío, hegemónico en la comunidad judía, militantes comunistas, los trotskistas que editaban el periódico Bandera Roja y dos pequeños grupos sionistas del Hashomer Hatzair y el Poalei Tzion.
Muy mal armados, apenas con algunos explosivos, un par de ametralladoras y algunas pistolas, los jóvenes sorprendieron a los nazis empleando la táctica de la guerrilla urbana, golpeándolos a pesar de su incomparable superioridad numérica y militar. La humillación de los nazis fue tal que hasta fueron expulsados de los lindes del gueto en dos oportunidades.
Esos jóvenes murieron con las armas en la mano desafiando la indiferencia de las grandes potencias que abandonaron a su suerte a 10 millones de judíos que habitaban Europa. Año tras año, Jack Fuchs, una de las grandes personalidades que sobrevivió al exterminio del campo de concentración de Auschwitz, recuerda esta denuncia, señalando la responsabilidad de la Iglesia católica así como de Inglaterra y EE.UU., países que hasta se negaron a bombardear las vías de tren que conducían a millones de judíos a la muerte. En efecto, mientras desde el Vaticano Pio XII cocía habas con Hitler, Inglaterra y EE.UU. cerraron las fronteras impidiendo la entrada de millones de judíos que huían de los nazis.
Decenas de barcos que llevaban a miles de judíos desesperados se vieron obligados a volver a los puertos de Europa, terminando en los campos de la muerte. Roosevelt, en ese entonces presidente de EE.UU., arrestó a decenas de militantes de izquierda por manifestar en las calles de Nueva York exigiendo la apertura de las fronteras para salvar a los judíos. En tanto, Stalin y la burocracia soviética habían suscripto con Hitler un acuerdo de no agresión en el pacto Ribbentrop-Molotov. Incluso el movimiento sionista tomó parte de esta indiferencia. Ya en 1938, tres años después de la sanción de las leyes raciales de Nuremberg, David Ben Gurión, el dirigente sionista más destacado y más tarde primer ministro israelí, admitía públicamente que la prioridad de los sionistas no era salvar a los judíos de Europa sino la determinación de colonizar Palestina a cualquier precio.
La reflexión de Jack Fuchs nos sirve para comprender quienes son los amigos y quienes son los enemigos de los pueblos que se rebelan contra la opresión. ¿Cómo los gobiernos de Obama, Merkel, Sarkozy, Berlusconi y Cameron podrían apoyar las demandas de los pueblos árabes si apoyaron siempre a sus verdugos? Toda una ironía resulta la posición de los sionistas: si por décadas se jactaron de que el Estado de Israel era el único régimen democrático en todo Medio Oriente, hoy que se movilizan las grandes masas árabes exigiendo los reclamos democráticos más elementales, prefieren el regreso de dictadores como Mubarak, un gran amigo del Estado sionista que colaboraba en el sojuzgamiento del pueblo palestino. Qué otra cosa podría esperarse de ese Estado terrorista que emplea los mismos métodos que utilizaban los nazis con los judíos.
Egipto y Túnez
El proceso revolucionario en Africa del Norte y Medio Oriente está motorizado por la crisis económica internacional a partir del incremento del precio de los alimentos. Esa base material dio lugar a una convergencia de clases medias, pobres urbanos y especialmente las nuevas generaciones de jóvenes que no encuentran ninguna perspectiva ante la desocupación y la pobreza.
La chispa comenzó en Túnez, cuando Mohamed Bouasisi, un joven con título universitario que se ganaba la vida en un puesto ambulante, resolvió inmolarse en protesta contra situación de miseria y pobreza a la que condenaba el gobierno de Ben Alí, que encabezaba una tiranía despótica hace 23 años.
Esta situación irritó a miles de jóvenes identificados con los mismos problemas y generó un levantamiento obrero y popular con gran protagonismo de la Central de Trabajadores de Túnez que derribó al dictador Ben Alí. Sin embargo las masas no se detuvieron allí y exigieron la renuncia del gobierno de transición y la convocatoria a una asamblea constituyente.
Inmediatamente, se desató una oleada revolucionaria desde Africa del Norte hasta gran parte del mundo árabe: Egipto, Yemen, Bahrein, Marruecos, Argelia, Jordania, Siria, entre los más importantes. Desde las calles de El Cairo y Alejandría millones de jóvenes exigían la caída de Mubarak, enfeudado en el poder desde hacía 30 años, un aliado incondicional de EE.UU., el que anualmente provee 1.500 millones de dólares para mantener la “lucha contra el terrorismo”, y socio del Estado del Israel en el control policíaco establecido sobre la Franja de Gaza, donde 1,5 millones de palestinos residen hacinados en un gueto a cielo abierto tras el bloqueo por aire, mar y tierra, establecido desde 2007. Mubarak fue una de las llaves que garantizó la Operación Plomo Fundido, cuando a fines de diciembre de 2008 las tropas del ejército israelí invadieron Gaza asesinando a más de 1.400 palestinos.
Los jóvenes egipcios hicieron de la Plaza Tahrir un símbolo de lucha, enfrentándose incluso en batallas cuerpo a cuerpo con las bandas parapoliciales enviadas por Mubarak. Y fue la determinación de la clase trabajadora la que terminó derribando a Mubarak, lanzando una gran oleada de huelgas desde las grandes concentraciones fabriles.
Para los jóvenes y los trabajadores la caída de Mubarak no se inscribiría en una mera “revolución democrática” sino en el puntapié para luchar por demandas estructruales como el derecho al trabajo genuino, la renacionalización de las empresas privatizadas, la expulsión de los gerentes de las empresas estatales y de los decanos de las universidades adictos al gobierno de Mubarak, el pleno derecho a la organización sindical y política, etc.
Producto de esta dinámica revolucionaria, los trabajadores emprendieron un proceso de reorganización poniendo en pie nuevos sindicatos independientes.
Sin embargo, el gobierno de transición del Consejo Supremo de las FF.AA sancionó un decreto-ley que penaliza las manifestaciones de los trabajadores que afecten el desarrollo de la economía, evidentemente un ataque en regla al derecho de huelga, mientras mantiene la impunidad de Mubarak. Ya el Ejército reprimió en marzo secuestrando a 170 personas de la Plaza Tahrir, las cuales fueron brutalmente torturadas.
Contrapunto en Libia, Siria y Bahrein
Esta tendencia a la acción revolucionaria de las masas tiene su contrapunto en Libia, Siria y Bahrein, donde el imperialismo intenta hacer pie para desviar o estrangular el proceso revolucionario. Resulta repudiable tanto la solidaridad de Hugo Chávez y Fidel Castro para con Kadafi, así como la solidaridad de sectores de la izquierda europea como el Partido Comunista Francés y la dirección del Nuevo Partido Anticapitalista de Francia que apoyaron la intervención de la OTAN bajo supuestos argumentos humanitarios.
La feroz represión lanzada por Kadafi en la ciudad de Bengazi generó una insurrección que produjo la división del Ejército y las fuerzas de seguridad. Desatada la guerra civil, los jóvenes de Bengazi fueron parte de un incipiente proceso de autoorganización, mientras se alistaban en milicias irregulares que protestaban contra los oficiales ex kadafistas que querían imponer el verticalismo de la disciplina militar.
Lejos de interpelar a la solidaridad de los pueblos árabes para enfrentar la superioridad militar de Kadafi, el Consejo Nacional de Transición Libio, es decir el gobierno establecido en Bengazi hegemonizado por funcionarios y militares que hasta hace muy poco compartían las fechorías de Kadafi, reclamaron la intervención de la OTAN. A dos meses la situación política y militar entró en un impasse, donde Kadafi sigue conservando el control en el oeste del país, mientras busca negociar una salida en mejores condiciones para garantizar su impunidad. En tanto, el Consejo Nacional de Transición Libio se reunió con los emisarios de Obama, Berlusconi, Sarkozy y Cameron para negociar la parte del león en el festín de los futuros negocios petroleros. La intervención de la OTAN se propone imponer un régimen mucho más pro imperialista que el de Kadafi, y desde ahí poner un límite al desarrollo de la “primavera árabe”.
Olvidándose de la demagogia de los derechos humanos, las grandes potencias cerraron los ojos cuando las tropas de Arabia Saudita desembarcaron en Bahrein para defender a la monarquía contra las masas shiitas, relegadas de los derechos democráticos más elementales.
Asimismo en Siria, si bien no cesan las movilizaciones, el régimen de Bashar al Assad endureció la represión hacia las masas. En sólo dos días, las fuerzas de seguridad asesinaron a 120 manifestantes, la mayoría de Deraa, elevando a 500 la cantidad de muertos. Si bien Assad se vio obligado a realizar cambios como la derogación de la ley de emergencia, su cinismo no podía dejar de emitir otro decreto-ley que imponía otro tipo de legislación represiva similar. Sin embargo, esto también endureció a las masas que de exigir reformas pasaron a exigir la caída del gobierno. De todos modos, se trata de un proceso abierto de resultado incierto, con muchas dificultades para realizar concesiones de cierta envergadura por el telón de fondo que implica la crisis económica internacional.
Para retomar el grito de lucha de esos heroicos jóvenes judíos que protagonizaron el levantamiento del gueto de Varsovia combatiendo la ignominia de la bestialidad nazi, las nuevas generaciones de jóvenes judíos que se reivindican progresistas no pueden quedar rehenes de las políticas derechistas del Estado de Israel, y deben tomar como suya la causa de los pueblos árabes que luchan contra la opresión del imperialismo. Como decimos en el programa que levantamos desde el Frente de Izquierda y de los Trabajadores, el frente que recientemente conformamos los compañeros del Partido Obrero, el PTS, Izquierda Socialista y otras fuerzas de izquierda, ¡Viva la revolución árabe! ¡Abajo la ocupación sionista de Palestina!
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