02/09/2014 - La Unión Europea, el logro más avanzado de las burguesías del viejo continente, vive hoy la situación más crítica de su historia. Estancada económicamente y en medio de un agudo conflicto con Rusia por Ucrania, acaba de pactar quienes serán los principales líderes de las instituciones comunitarias.

La elección del conservador polaco Donald Tusk como presidente del Consejo en la reciente Cumbre europea celebrada en Bruselas y de la socialdemócrata italiana Federica Mogherini como vicepresidenta y Alta Representante de Política Exterior, es expresión del delicado equilibrio político y territorial con el que funciona la Unión. Un equilibrio no sólo interno, sino en relación a otras potencias como Estados Unidos o Rusia.

El proceso de construcción europea ha avanzado en una integración económica sin precedentes desde el lanzamiento del euro. Pero esta integración no tuvo un correlato político. Europa no es un estado “supranacional”, sino un club de 28 socios con economías y territorios desiguales, que establecen bloques políticos para mantener un equilibrio de fuerzas y una clara hegemonía de Alemania. Pero al fin y al cabo, con intereses nacionales propios.

El acuerdo bien valía un festejo, tras el fracaso en julio de la elección de la jefa de la alta representante, vetada por los países del Este –entre ellos Polonia- por ser “demasiado joven, inexperta, prorrusa y de izquierdas” para liderar la diplomacia europea. Pero el nombramiento de Tusk fue suficiente para moderar las críticas y dar vía libre a la componenda.

Sin embargo, la Unión no está para brindis. Sobre ambos nombramientos sobrevuela, en primer lugar, el recrudecimiento de la crisis en Ucrania. Un polaco que no habla inglés –pero si perfecto alemán- al frente de la presidencia del Consejo Europeo, no es solo un hecho histórico y un reconocimiento hacia el país del antiguo bloque comunista. Es una decisión política para combinar el difícil equilibrio entre la “mano dura” y la “convivencia” con Rusia por el conflicto en Ucrania. Recordemos que Italia ha sido hasta ahora el país menos favorable a las sanciones a Rusia.

La cumbre discutió nuevas sanciones, pero no llegó a un acuerdo y pateó la resolución para el próximo fin de semana en una nueva muestra de las contradicciones que subyacen al conflicto con Rusia. Por un lado, Alemania es de los países más vulnerables al conflicto con Rusia. Las ventas de maquinaria alemana a Rusia cayeron un 19% en los primeros seis meses del año. Pero las contradicciones exceden a los países de la UE, en tanto el verdadero trasfondo de la crisis ucraniana es la política de expansión hacia el Este de EEUU y la OTAN, que busca empujar a los principales estados de Europa en esta dirección.

Como dice un analista de Foreign Affairs, “los Estados Unidos y sus aliados europeos comparten la mayor parte de la responsabilidad por la crisis. La raíz del problema es la ampliación de la OTAN, el elemento central de una estrategia más grande de mover a Ucrania de la órbita de Rusia e integrarla en el Oeste.” Y remata “Los Estados Unidos y sus aliados deberían abandonar su plan de occidentalizar Ucrania y en cambio transformarla en un amortiguador neutral entre la OTAN y Rusia, parecido a la posición de Austria durante la Guerra Fría. Los líderes occidentales deberían reconocer que Ucrania importa tanto a Putin que ellos no pueden apoyar allí un régimen antirruso” (Why the Ukraine Crisis Is the West’s Fault, John J. Mearsheimer. Foreign Affairs, Sept./Oct. 2014).

Resulta difícil pensar que Rusia permitiría pacíficamente que se avance en este sentido, pero los seguro es que las pretensiones expansionistas de Estados Unidos y sus aliados en Europa hacia el Este europeo han generado una crisis de proporciones y consecuencias aún imprevistas. La crisis del Este europeo será sin duda uno de los ejes de la próxima cumbre de la OTAN los próximos 4 y 5 de septiembre en Gales.

El frente económico

Si el difícil proceso de selección de sus principales líderes siembra grandes dudas sobre la capacidad de la Unión europea para encarar el desafío de la crisis ucraniana, aún más lo hace en el terreno de la economía.

El hecho es que la economía europea sigue estancada. Tras el estallido de la crisis de la deuda en 2010, la tibia recuperación europea se estancó en 2011 y no se ha movido de allí. Durante los últimos cuatro años, la zona euro ha intentado tapar los baches de su maltrecha economía a base de préstamos de rescate tóxicos a sus estados miembros y sus sistemas bancarios insolventes, lo que no ha hecho más que profundizar la crisis.

Ni siquiera Alemania, el verdadero motor económico de Europa ofrece un buen panorama. Su economía se contrajo en el segundo trimestre del año mientras que los 18 países integrados por la moneda común directamente no crecieron.

Distintos analistas consideran que la región podría estar a las puertas de otra recesión a gran escala, que de producirse tendría ramificaciones más allá del atlántico. Sí, en Estados Unidos, su principal socio comercial.

Como dice el nobel de economía Paul Krugman en un reciente artículo publicado en el portal uruguayo Bitácora, “En este momento, a Europa le va peor de lo que le iba en la etapa equivalente de la Gran Depresión. Y puede que haya noticias aún peores en el futuro, ya que Europa tiene todos los síntomas de estar precipitándose hacia una trampa deflacionaria como la de Japón.”

Esta perspectiva no pareciera hacer mella en la orientación austeritaria que Alemania viene imponiendo desde el inicio de la crisis. Como tampoco los tibios reclamos del presidente francés Hollande, partidario de un “nuevo enfoque para generar crecimiento” y de “mayor flexibilización para crear empleo”.

Hoy Europa habla más alemán que nunca. Pero además, la retórica a favor del crecimiento de Hollande resulta increíble, cuando ha sido un franco aplicador de una política austeritaria. Una línea que está detrás de la reciente crisis de su gobierno por la que “purgó” a quienes se atrevieron s a cuestionar su sumisión a Berlín y Bruselas… para nombrar finalmente a un hombre de la gran patronal francesa como Primer Ministro (Manuel Valls) y a un gerente de la banca Rotschild como nuevo ministro de Economía (Emmanuel Macron).

Eso sí, Hollande fue quien anunció con bombos y platillos la celebración de tres próximas cumbres europeas que tendrán lugar en los meses de octubre y noviembre, con el objetivo de tratar la situación económica y tomar medidas que ayuden al “crecimiento de la economía europea”. Que traducido a la política económica concreta, significa exigir más reformas estructurales en Italia, Francia y el Estado español, especialmente en el mercado de trabajo.

Desde la última elección de los líderes del Consejo Europeo en 2009 –entonces el conservador belga Herman Van Rompuy como Presidente del Consejo y la socialista británica Catherine Ashton como jefa de la diplomacia-, han transcurrido cinco años de resultados decepcionantes. En una economía estancada, la crisis de Ucrania y las contradicciones del expansionismo de la OTAN, las promesas del Este difícilmente traigan mejores resultados.